Llega la noche de
Halloween, y es tradición contar una historia de terror. Vale, ya ha
pasado la noche, y mis historias de terror siempre son peculiares,
por eso de que me gusta mezclar géneros, y en ocasiones producen en
el lector una serie de sensaciones que no son las que va buscando,
porque no tengo tendencia a dejarme llevar por los tópicos cuando
escribo, y me guardo la sangre y las vísceras para centrarme en
otros aspectos que me resultan muy interesantes, como las reacciones
y los sentimientos de los protagonistas, que muchas veces dan más
miedo que los propios monstruos. Porque el peor monstruo es el que
llevamos dentro, y no es agradable mirarle a los ojos y enfrentarse a
él cuando llega el momento de exorcizar nuestros fantasmas, estemos
o no preparados. Y el lector conoce esos fantasmas, porque los suyos
son parecidos, y conoce al monstruo, porque en algún momento de su
vida ha tenido que enfrentarlo, y lo teme; y por eso empatiza con el
personaje y sufre a su lado, y eso también es terror.
Mi historia empieza un
viernes de octubre a las nueve de la mañana, a bordo de un tren con
destino a Madrid. Mi protagonista (vamos a llamarla Bea) está muy
asustada porque es la primera vez en muchos meses que viaja sola. No
es la primera vez que lo hace, pero este año ha sido bastante malo
en lo personal y no se siente precisamente valiente. De hecho, hasta
la semana anterior estuvo dudando entre comprar el billete y volver a
meterse en su cueva para no tener que enfrentarse a lo desconocido
cuando no se sentía preparada. Va a reunirse con un grupo de
personas a las que nunca ha visto en persona, y se espera de ella que
hable en público y que deje en buen lugar a la editorial a la que
representa. Se sabe cobarde, reconoce que los micrófonos la espantan
y no sabe si va a ser capaz de superar su timidez cuando se halle
frente a esas personas a las que se muere por abrazar. Pero los
abrazos son un incentivo de peso. Y se dice a sí misma: ¿Quién
dijo miedo? Así que se va a la Semana Gótica de Madrid.
Va temblando durante
todo el trayecto, y continúa temblando cuando llega a Atocha y se ve
sola. ¿Qué haré si no vienen a buscarme?, piensa. Madrid ya no es
la ciudad que la viera nacer, no es la ciudad por la que se movía
sin miedo quince años atrás. Han pasado muchas cosas terribles en
su vida desde entonces, y ahora le teme prácticamente a todo.
Toluuuu llega, con unos
minutos de retraso, pero acude a recogerla, y su abrazo destierra al
miedo a un rincón de su mente. No lo elimina, porque todavía debe
enfrentarse al peor de los monstruos, y no se siente preparada, así
que el miedo aguarda su momento, sabedor de que todavía tiene mucho
que decir en esta historia.
Pero no dirá gran cosa
durante los próximos tres días.
Ese fin de semana tiene
lugar algo más que un evento literario. Hay confesiones, risas,
abrazos, sándwiches de Rodilla para combatir la nostalgia, trayectos
en metro (y qué miedo da el metro en estos días, amigos), paseos
por el centro, momentos para ponerse al día y otros para hacer
planes de cara al futuro. Hay abrazos, y eso es lo mejor de todo. Hay
momentos para aprender y otros para enseñar, hay lectura privada de
relatos y consejos de ida y vuelta. Hay abrazos, abrazos que alegran
el corazón y sanan el alma. Hay firmas, visitas muy breves que
llenan el corazón, un par de fotos para el recuerdo y el evento para
el que se ha desplazado. La charla que han ido a escuchar resulta
interesante, la que sigue a la primera es entretenida y se desarrolla
con más naturalidad de la que los participantes pensaban, y la
presentación en la que Bea toma parte consigue que se llene la sala,
así que la considera un éxito. Además, se ha atrevido a coger el
micrófono y a participar a pesar de los nervios, ¡y sólo ha
tartamudeado una vez! Reto superado.
Ya puede decir que
estuvo presentando un par de antologías en la Fnac de Callao.
Cuando vuelve a casa, se
siente un poco más fuerte.
Pero aún ha de
enfrentarse a otro reto, y éste le da casi más miedo que el
primero. Zaragoza no es como Madrid, allí sólo ha estado una vez,
y no conoce sus calles; tampoco conoce a las personas con las que va
a reunirse. Pero en esta ocasión no viaja sola, y eso le da valor.
En cuanto ella y Athman llegan al lugar del evento, no tarda en
aprenderse el trayecto, y los primeros abrazos consiguen que se
sienta un poco menos nerviosa. Esta vez no tiene que hablar, va como
espectadora.
Y el Cónclave Penumbra resulta muy interesante.
Hay charlas, proyección de cortometrajes, lectura de relatos,
monólogos de terror, y aunque se siente un poco fuera de lugar,
yendo de aquí para allá sin apenas hablar con nadie, pasa un buen
rato y aprende de todo lo que ve y escucha. ¿Y acaso no se trata de
eso?
Ana Arranz lee un fragmento de su relato |
Ángeles Pavía nos habló del origen de ciertos mitos |
El día siguiente es
mejor todavía. A los muchos compañeros de letras a los que conoció
el día anterior se suman sus chicos queridos, Toluuu y Pili, a los
que ha visto hace una semana, y su mellizo literario, al que no veía
desde primeros de año. Y se siente tan feliz, tan llena de energía
y de amor, que se cree capaz de enfrentarse al miedo y curarse de una
vez por todas.
El domingo, ya de vuelta
en su casa y con su alacena de los sentimientos bonitos llena
de recuerdos valiosísimos, abre el procesador de textos dispuesta a
comenzar su nanowrimo particular escribiendo la No-Crónica de los
dos eventos a los que ha asistido durante las vacaciones. Hace
siglos que no actualiza el blog, y ponerlo al día es una de sus
asignaturas pendientes. El nanowrimo no comienza hasta la semana
siguiente, pero Bea nunca ha sido de hacer las cosas cuando las hace
todo el mundo. Y además, no va a participar exactamente; cree que es
posible escribir 50000 palabras en un mes, y aún más, ella ya ha
escrito una novela en veinte días en dos ocasiones. Pero esta vez no
tiene una novela en la cabeza, ni se le ocurre ninguna idea para
cumplir con el objetivo. Sin embargo, piensa que se trata de volver a
escribir, y da igual que no le salga una novela, mientras consiga
escribir aunque sea un párrafo al día ya estará lográndolo. Su
lema de este año, y su reto, ha sido Haz Que Suceda. Está
decidida a hacerlo, aunque vaya muy poco a poco.
No escribe una
No-Crónica para el blog. No es que no le salgan las palabras, es que
el archivo que ha abierto contiene una historia que ya está lista
para ser terminada. El primer día escribe 2000 palabras; por fin
sale de esa escena en la que llevaba atascada casi dos años, y el
alivio que le produce actúa como combustible para seguir adelante.
El lunes escribe casi 3000. Relee las últimas seis páginas y decide
que le gusta. Piensa que, si sigue a ese ritmo, en un par de meses
habrá terminado esa novela a la que le tiene tantísimo miedo.
Porque su Z es la novela más difícil a la que se ha
enfrentado en toda su vida, y por fin comprende que no la abandonó
porque tuviera un bloqueo de escritor, sino porque le aterraba
enfrentarse a su monstruo interior. Pero Zeta quiere salir, ya se
siente preparada para salir, y el martes la Musa le da otras 3000
palabras, y el miércoles escribe algo más de 6000. La sensación
que la embarga es indescriptible; sólo alguien que nació siendo
escritor podría comprender lo que se siente cuando escribes con
la naturalidad con la que respiras. Es como si estuvieras en
trance, tecleas y las frases salen solas, no las piensas, salen
porque las tenías en la cabeza desde hacía mucho tiempo, y salen
porque por fin te has decidido a abrir la puerta de la alacena
de los sentimientos negativos, donde guardas todos tus
miedos, donde se agazapa el peor de los monstruos, el que espera para
devorarte si no te armas de valor y le haces frente, el que temes que
te derrote, aquél en el que tanto miedo te da llegar a convertirte.
Pero los abrazos obran
milagros, y Bea se siente lo bastante fuerte para hacerle frente.
Le quedan dos días de
vacaciones. Viendo el ritmo que ha cogido la novela, se pregunta si
será capaz de terminarla antes de volver al trabajo. Teme que, si no
lo hace, la magia desaparezca. No es fácil escribir cuando estás
tan lejos del mundo al que perteneces, y Z está tan ligada a su
entorno laboral que durante mucho tiempo no ha podido escribirla
porque no era capaz de desligarse emocionalmente de sus personajes.
Pero si es constante y persevera, quizás esos dos días sean
suficientes...
El jueves por la tarde
escribe por fin la última frase de la novela. Esa frase que le da
título, la que cierra un ciclo, una especie de conjuro que se
llevará todo lo malo que le impedía escribir y sanará por fin su
alma. En un estado de frenesí, imprime el manuscrito y lo lleva
a la copistería para encuadernarlo. No sólo ha sido capaz de
terminarla antes de volver al trabajo, sino que le ha sobrado un día
para llevarla al Registro de la Propiedad Intelectual.
Y aquí termina (o
debería decir comienza) mi historia. He conseguido terminar una
novela de terror para Halloween. No puedo enseñártela todavía,
pero está ahí, en manos de mis lectores cero. De lo que ellos me
digan dependerá su futuro. De momento no me preocupo. Si le buscaré
editorial, si la subiré a Amazon o si la guardaré en un cajón para
que nadie llegue a leerla jamás es algo que el tiempo dirá. De
momento, está registrada y media docena de personas la están
leyendo, así que es posible que descarte la tercera opción.
Creo que Z (VASL) es una muy buena historia que no merece caer en el
olvido, aunque me aterra que se publique, pero esto es algo personal
que tiene que ver con lo que contiene; la escritora que soy desea
verla publicada, desea que llegue a tus manos, que te sorprenda, que
te emocione, que te aterre, que te llegue al corazón.
No voy a pensarlo ahora.
Está terminada, y eso es lo único que me importa. Me he
enfrentado al peor de los monstruos y he sobrevivido. De hecho, he
salido de la lucha fortalecida. Creo que ahora sí voy a curarme.
Creo que ya estoy preparada para volver a escribir novela larga.
Ya puedo regresar a
Thèramon.