«Aquel
que no aprende del pasado está condenado a repetirlo». Nunca una
sentencia resultó tan verdadera. No era el día de la marmota. Era
Ka en estado puro. «Ka es una rueda que gira». Que gira sobre el
mismo eje, y que recorre el mismo camino vuelta tras vuelta, a menos
que algo cambie. Roland lo comprendió justo al final de su viaje,
por eso no estoy de acuerdo con todos aquellos que dicen que el final
de La Torre Oscura es un timo. No podía terminar de otra forma que
empezando en el mismo punto... salvo que no empezaba del mismo modo,
porque había un detalle distinto, un cuerno que en algún momento
del pasado quedó abandonado en la colina de Jericó. Mira qué cosa
tan insignificante, un simple cuerno de caza. Pero al final, con ese
cuerno en la mano, Roland volvió al principio, al mismo desierto, a
la misma persecución, a la misma búsqueda de la misma Torre Oscura.
Porque Ka es una rueda que gira. Que gira sobre el mismo eje, y que
recorre el mismo camino vuelta tras vuelta, a menos que algo cambie.
No puedes salirte del camino, pero puedes recorrerlo de nuevo y
vivirlo de forma diferente si consigues que algo cambie.
Anoche
estuve leyendo hasta el amanecer. Leyendo un viejo diario, uno que no
había vuelto a hojear siquiera porque me daba muchísimo miedo
recordar aquel momento en el que todo mi mundo se derrumbó y entré
en este maldito círculo del que llevo años intentando salir.
Recordaba que aquella época fue mala, oscura y terrible, pero no
recordaba hasta qué punto lo fue. Tuve que leer mis anotaciones de
aquellos días oscuros para comprender que mi temor no era infundado,
pero también comprendí que podía superarlo, y que la solución no
estaba en olvidar, sino en recordar. Porque si recuerdas lo malo, te
será más fácil decidir que no deseas que se repita. En mi empeño
por olvidar, no me daba cuenta de que estaba recorriendo el mismo
camino, como si todo lo vivido desde entonces no me hubiera enseñado
ninguna lección importante. Estaba entrando de nuevo en ese círculo
de desidia, pereza, cobardía y resignación que durante años me
mantuvo estática en medio del camino, sin voluntad, sin deseo y sin
esperanza. Es cierto que perdí mis sueños y que aun ahora sigo sin
encontrar el que me haga reaccionar y empezar a moverme, pero también
es cierto que he vencido al bloqueo y que no perdí el toque en
ningún momento. Escribir sigue siendo una necesidad tan primordial
como respirar, pero además es inherente a mi naturaleza; no importa
cuánto lo demore, cuántas excusas me ponga, cuántas veces me diga
a mí misma que soy un fraude y que más me vale rendirme: no puedo
rendirme, porque lo llevo en la sangre. Lo veo cuando por fin me dejo
de tonterías y me pongo a escribir, lo veo en la fluidez con la que
salen las palabras, en el resultado, en la sensación que me invade.
Cuando escribo me siento viva, completa y feliz. Y no hay más, nada
más importante.
A
lo largo de mi vida he descubierto que se puede vencer a la
enfermedad con optimismo, que se puede salir de la depresión con
voluntad, que los deseos se cumplen aunque a veces su consecución
nos traiga desdicha. Que no hay nada que no podamos conseguir si nos
lo proponemos y trabajamos para que se convierta en realidad. Pero no
lo estaba haciendo, no estaba haciendo que sucediera. Porque perdí
mis sueños, y no tengo otro nuevo que me anime a empezar de nuevo.
Pero
eso no es más que otra excusa. Los sueños que me movían en el
pasado eran equivocados. Me servían, sí, pero sólo hasta cierto
punto. Ahora comprendo más cosas. Y ahora sé que la voluntad no
necesita apoyarse en un sueño para activarse; le basta el recuerdo
para ponerse en funcionamiento. Porque aquel que no aprende del
pasado está condenado a repetirlo. Y después de haber estado en el
pasado a través de mi viejo diario, no deseo vivirlo de nuevo.
A
veces, uno tiene que regresar al infierno para recordar cómo entró
en él, pero sobre todo para recordar cómo salió, y para poder
reconocerlo de nuevo si vuelve a entrar sin darse cuenta por otra
puerta, que es la misma aunque pintada de otro color o fabricada con
otro material.
Creo
que voy a comprarme otro diario. Mi cuerno de caza, por así decirlo.
Y con él en la mano empezaré de nuevo mi camino en busca de mi
propia Torre. Esa en la que me esperan mis dragones.