jueves, 31 de agosto de 2017

Vencer al bloqueo


Muchas veces se ha debatido la cuestión de qué le convierte a uno en escritor. Hay quien opina que escritor es el que se gana la vida escribiendo (porque tú puedes arreglar el grifo de la cocina en un momento dado, pero eso no te convierte en fontanero), quien dice que escritor es el que vende muchos libros y tiene muchos lectores (porque si no enseñas tu trabajo o nadie te conoce no puedes ni siquiera soñar con ganarte la vida con lo que haces), quien argumenta que escritor es el que conoce las técnicas y las emplea correctamente (porque si escribes con faltas de ortografía, te repites, no sabes usar las comas, redactas como un niño de diez años, cambias de tiempo verbal sin orden ni concierto y conoces menos sinónimos que yo nombres de jugadores de fútbol no puedes pretender colocarte la etiqueta de escritor). Porque todo el mundo sabe escribir, menos los que nunca pudieron ir a la escuela, claro, pero no es lo mismo escribir que redactar, o que narrar, o que transmitir.

Te diré, y no me ruborizo al confesarlo en voz alta, que yo soy de las que piensan que hacer las cosas mal no es motivo de orgullo y que nadie debería alardear de su mediocridad. Que te gusta escribir, vale, escribe, pero no me sueltes perlitas del tipo «Hola amigos he publicada mi novela en amazon, comprarla que a penas cuesta un euro y te va a encantar. Bicos» y pretendas que te tome en serio. A ver, si no conoces la coma del vocativo, la diferencia entre el imperativo y el infinitivo, la coma explicativa, la grafía correcta de la palabra «apenas», se te escapa una errata al teclear y no la ves porque no has revisado el texto antes de publicarlo, no distingues el singular del plural, y me mandas «bicos» en lugar de besicos, ejem... no tengo más que añadir, señoría. Insisto, todo el mundo sabe escribir (menos los que nunca pudieron ir a la escuela, claro), algunos mejor que otros, pero (y me repito a propósito) no es lo mismo un «Me gusta escribir» que un «Soy escritor».

A mí me gusta dibujar, y no se me da mal, pero nunca diría que soy dibujante, porque no me dedico a ello, no conozco las técnicas y no tengo intenciones de aprender a hacerlo mejor. Me gusta dibujar, pero no soy dibujante. Y no pasa nada.

Que podemos debatir durante semanas y quizá nunca nos pondríamos de acuerdo, bueno, mi opinión no es verdad universal y no estoy aquí para discutir sobre sueños, egos y etiquetas. También soy de las que piensan que, si tienes un sueño, debes luchar para hacerlo realidad. Pero siendo consciente, por favor, que hay diferencias entre sueños, hobbies, anhelos y aptitudes. Ya, aptitud no es sinónimo de las otras, pero está (o debería estar) relacionada con ellas, pues si no sirves para una cosa empeñarte en hacerla es, más que luchar por tu sueño, una pérdida de tiempo y de energías. Porque podrías emplear ese esfuerzo en hacer algo para lo que sí estás capacitado.

Yo no puedo colgarme la etiqueta de escritora, porque no me gano la vida escribiendo. Lo que paga la hipoteca y da de comer a mis gatos es la hostelería. Sirvo mesas, ergo soy camarera. Pero escribo. A ratos. Y hay relatos míos publicados en una docena de antologías, aunque eso no me convierte en escritora, porque no me han pagado por ellos y tampoco tengo muchos lectores. Aunque las opiniones de los que tengo servirían para inflarle el ego a cualquiera. Yo no tengo ego. Tengo una necesidad. Necesito escribir. Y escribo, a ratos. También tengo cientos de historias en la cabeza, y a veces las dejo salir, y a veces incluso (¿ves la repetición intencionada?) las termino. Pero ahí están, cogiendo polvo en un cajón en lugar de buscando editorial o probando suerte en amazon, porque más poderoso que mi sueño de ganarme la vida con la escritura es la necesidad de escribir. Y llevo mucho tiempo sin poder hacerlo. Aunque a ratos escribo. Supongo que porque, a pesar de que no siempre creo en mí misma, o pienso que a nadie le interesa lo que tengo que decir, o siento que no tengo nada que contar, soy escritora.

Incluso con este bloqueo que llevo años arrastrando, soy escritora.

Hablemos del bloqueo del escritor, ¿sí? No te voy a explicar los motivos que me llevaron a dejar de escribir, pero puede que tú hayas pasado por etapas complicadas a lo largo de tu vida que te han mantenido apartado de eso que te da la vida. Problemas personales, una enfermedad, depresión, falta de tiempo o de motivación... A todo el mundo le han roto el corazón alguna vez y ha pensado que jamás podría volver a enamorarse, ¿verdad? Y casi todo el mundo consigue superar el bache y descubre que su corazón sigue funcionando y, voilà, pareja al canto. Quizás es un mal ejemplo, aunque creo que es acertado, porque escribir es algo que te nace del corazón, y es necesidad de comunicarse y de compartir, y es un acto de amor, pues en tus textos dejas una parte de tu alma, un fragmento de tus vivencias, un anhelo o un pesar. Bien, pues en mi caso es como si sintiera que el corazón no volverá a funcionarme jamás, y después de tantos años ahí sigue el maldito bloqueo, impidiéndome hacer algo que me gusta, para lo que valgo, que me llena, que necesito tanto como el aire para respirar.

A lo largo de los últimos cuatro años he intentado vencerlo con todas mis fuerzas (miento, con la mitad de mis fuerzas, mi voluntad es débil y mi miedo demasiado grande). Quince relatos y una novela deberían ser más que prueba de que lo he conseguido. Sin embargo, no logro escribir como en los viejos tiempos, con la soltura y la naturalidad y la velocidad con las que lo hacía veinte años atrás. Y, ante mi frustración, me desmotivo y vuelvo a dejar de escribir. Y sigo llamándolo bloqueo.

Pero ¿qué es el bloqueo en realidad?

He leído varios ¿libros, manuales, folletos? que tratan el tema del bloqueo y que pretenden ayudar al escritor a superarlo. Y ¿sabes una cosa? Ninguno me ha enseñado nada que no supiera. Cientos de consejos sobre planificación de escenas o de capítulos, estructura, personajes, hábitos, inspiración, técnicas, blablabla, al final lo único que he sacado en claro es que el bloqueo no es más que una forma de llamar a cosas menos agradables como el miedo, la inseguridad, la desmotivación y la falta de voluntad o de constancia, si es que no son la misma cosa. No hay bloqueo, hay falta de ganas, falta de tiempo, falta de fe... o simplemente pereza.

Pero si quieres, encuentras tiempo para escribir. Si quieres, te olvidas del resto del mundo y escribes para ti, y recuperas la fe en ti mismo, y con la seguridad vuelve la inspiración, y con esta la ilusión, y no necesitas más motivación que seguir escribiendo, porque escribir es lo que te hace más feliz en el mundo.

Este año he escrito muy poco. He abierto tres archivos de tres historias distintas, les he dado un empujoncito y las he dejado de nuevo inconclusas. He escrito tres relatos. He leído. He corregido. He pasado infinidad de tardes viendo la misma película una y otra vez mientras jugaba a algún juego de esos de pasar el rato/perder el tiempo. He procrastinado muchísimo. Porque tengo un bloqueo, sabes, y no puedo escribir. No puedo escribir porque tengo varias historias empezadas y no sé por cuál decidirme. No me decido por ninguna porque tengo miedo. Temo no estar a la altura de mí misma, temo que no le interesen a nadie, temo que si las dejo fluir cobren vida y se desarrollen de forma distinta a como las había imaginado, y entonces no sepa cómo seguirlas. Tengo un millón de excusas para no ponerme a escribir. Y, puesto que nunca me pongo, no escribo. Salvo a ratos.

Julio fue un mes de leer mucho. También de crear, aunque no de forma consciente ni intencionada. Ya sabes, estoy buscando el modo de volver a casa, a Thèramon, así que siempre estoy buscando dragones. Y, mira tú por dónde, los dragones me encontraron mientras leía (no te lo vas a creer) romántica juvenil y romántica paranormal. La historia debió decidir que quería que la contara, porque el último día de ese mes me encontré frente a un cuaderno abierto por una página en blanco, con un bolígrafo en la mano, como en los viejos tiempos, y tras dos horas de practicar escritura automática me vi leyendo algo parecido a un resumen de seis páginas. Y entonces tomé una decisión.

Y empecé lo que llamé Reto de agosto.

El reto consistía en escribir todos los días. Escribir lo que fuera, si era una historia mejor, pero si sólo salían párrafos sin sentido también me valía. Porque la única forma de coger el ritmo es practicando. Como cuando empiezas y vas buscando tu estilo, y no escribes pensando en posibles lectores sino en soltarte y coger confianza y luego velocidad. Comunicarme, después de meses de no responder mensajes ni dejar un Nanit en mi muro de Facebook. Recuperar un hábito y dejar de procrastinar. Mantenerme alejada de textos ajenos que necesitaran corrección, y también (y sobre todo) de juegos tontos y de excusas que no me llevan a ninguna parte excepto a la frustración y a la desidia que alimenta al falso bloqueo. Volver a sentir esa ilusión que me motiva a querer seguir escribiendo, y esa felicidad que me embarga cuando lo hago. Experimentar con distintas voces, con varios tiempos verbales, borrar si era necesario (lo que duele borrar párrafos enteros que te encantan, ay), reescribir, escribir de cero. Dejar un capítulo inacabado y ponerme con otro diferente para no quedarme estancada y volver al mismo círculo vicioso (no sé cómo seguir, no puedo seguir), escribir la misma escena varias veces porque te gusta tanto esa escena que disfrutas dándole vueltas, parar cuando viera que empezaba a darle demasiadas vueltas y eso me llevaba a bloquearme otra vez. Y dejar cada noche una prueba en mi muro de Facebook, pues parece que cuando te planteas un reto resulta más fácil cumplirlo si hay al menos una persona que cree en ti y que espera que le digas que sigues adelante y que hoy también lo has hecho, aunque esa persona seas tú mismo.

Bien, pues durante todo el mes de agosto he estado escribiendo. Algunos días mucho, otros muy poco para mi gusto. Pero he adquirido una rutina y no he procrastinado ni un solo día. Ni pasatiempos ni excusas. Lo cual me lleva a afirmar que el único truco/remedio para superar el bloqueo del escritor es escribir.

Empecé el reto planificando, y lo termino con una reflexión. No estoy muy inspirada, pero eso es lo de menos, porque esto va precisamente de escribir incluso cuando crees que no tienes nada que contar.

Te presento a Zelda y a Theon, los dos protagonistas de esa historia que he estado escribiendo durante un mes. Ahora mismo los tengo a punto de salir de un bosque en el que cada uno ha entrado por un motivo. Ella, persiguiendo a algo que cree un dragón; él, huyendo de unos chicos mayores que quieren pegarle. No te voy a contar cómo se han encontrado ni de qué han hablado, ni cómo han llegado a este momento en el que están a punto de ponerse a discutir. Sólo te voy a dejar dos frases, porque creo que resumen muy bien lo que intento decirte en esta entrada:

—Yo no persigo quimeras, princesa de Hyrule —le soltó casi sin pensar, porque a lo largo de su paseo pincharla se había convertido en algo natural.
Zelda tomó aquella respuesta espontánea e inocente como un ataque, y reaccionó poniéndose a la defensiva.
—Quien nada persigue, de algo huye. Sabiduría hopi. (…) Buena suerte, Theon Reynolds. Un día quizá descubras que, a veces, caminar detrás de una fantasía requiere más valor que correr delante de un espejismo.

Correr delante de tus miedos no te va a llevar a ningún lado, así que camina en pos de tu sueño.

Camina aunque sea a pasitos cortos.

Camina cada día.

Camina hasta que ya no te duelan los pies, hasta que ya no sientas las agujetas, hasta que lo hagas por inercia, de forma mecánica, y descubras que te sientes más sano, más fuerte y más confiado. Hasta que te sientas preparado para empezar a correr. Cuando eso ocurra, te darás cuenta de que no necesitas correr para dejar tus miedos atrás, porque ya no habrá miedos de los que huir.

Pero sé constante. Porque si tu voluntad no es fuerte, en cuanto te pares corres el riesgo de quedarte estancado de nuevo. Y arrancar es lo más difícil.

No sé, proponte un reto.