Corría el año 2012 y
por entonces mi cerebro se hallaba sumido en un bloqueo que, aun sin
ser lo que llamamos bloqueo del escritor, me impedía escribir. A
pesar de mis muchos intentos de regresar a Thèramon (sí, por
aquella época lo intentaba con más frecuencia que en los últimos
tiempos) no era capaz de encontrar el camino, y aunque mi deseo y mi
necesidad eran grandes no me veía capaz de seguir con aquellas
historias hermosas y complejas que, desde los inicios del blog que
lleva su nombre, tenían tantos seguidores entusiasmados y
anhelantes. Dispuesta a darles a esos lectores una novela completa, y
en una especie de reto personal, saqué del cajón una historia que
llevaba muchos años aguardando su momento y la subí a Amazon. Y a
pesar de que no era el género que mis lectores habían estado
esperando, El chico perfecto no sabe bailar el twist tuvo una
muy buena acogida y muchas reseñas positivas (e incluso fue nominada
por el blog Pasión por la Novela Romántica a mejor novela en la
categoría de romántica juvenil autopublicada, y gracias a los votos
de los lectores se llevó el premio). Curioso que una autora de
fantasía épica decidiera estrenarse con una novela de corte
romántico, y
alentador comprobar que los lectores no se sentían decepcionados,
porque a pesar del cambio de registro, y si bien la prosa era muy
diferente a la que utilizo cuando estoy en mi mundo fantástico
(musical, embriagadora y con un aire clásico que en su momento
enamoró a cuantos llegaron al blog y decidieron acompañarme en mi
viaje), seguía siendo un texto mío, y mi estilo era reconocible.
Esto me llevó a pensar
que no era una cuestión de género, sino de estilo. El hecho
de que gustes a tus lectores les cuentes una de dragones o una de
amor y celos, quiero decir.
Corría el año 2014 y
mis problemas para enfrentarme a la página en blanco seguían ahí.
Para entonces había aparcado todas las Historias de Thèramon y me
hallaba lidiando a ratos con una novela de terror en la que fui
dejando muchos pedazos de mi alma enferma, en un intento por sacarme
el veneno de dentro y volver a amar y a creer. Pero era muy doloroso
hurgar en las viejas heridas, y por ese motivo VASL tampoco
encontraba el camino para llegar a su conclusión. De nuevo ese
bloqueo que, sin ser bloqueo del escritor, me impedía escribir. Y
resulta curioso que, aunque me había dado a conocer como autora de
fantasía épica y había publicado una novela romántica, me
encontrara de pronto escribiendo terror, como si fuera el
género en el que me encontrara más cómoda. Pero lo cierto es que
me encuentro cómoda con una historia que está viva y quiere
salir, sin que el género me suponga un problema. Soy escritora
(la mayoría del tiempo no lo parece, porque no escribo, o eso digo,
que no escribo, pero lo soy, lo sé cuando abro alguno de esos
archivos que digo que tengo abandonados y descubro que, a pesar del
bloqueo y de las mil excusas que me pongo, van creciendo, como si
fuera capaz de escribir cuando no miro o cuando duermo, ¡y cómo me
gusta lo que leo, y cuánto desearía que al menos una de esas
novelas estuviera terminada para que tú también pudieras disfrutar
de esa prosa que me tiene enamorada!), y por eso puedo escribir
cualquier historia que se me venga a la cabeza sin preocuparme por
las etiquetas.
Fantasía épica,
romántica juvenil, terror, erótica, contemporánea o romántica
paranormal. No es una cuestión de género. Si eres un narrador
de historias, te limitas a contar historias. Otra cosa es que te
sientas más cómodo dentro de un género concreto. Yo soy muy feliz
cuando recorro los caminos de Thèramon, y me siento a gusto con esa
prosa musical y clásica, con sus frases larguísimas y tan
descriptivas, con esas escenas a caballo entre lo onírico y lo
mágico y esos diálogos llenos de fórmulas de cortesía y de frases
enigmáticas ^^
Mira, esto es Thèramon:
Contaban las antiguas
laudanas que en los albores del mundo, cuando el nombre de Thèramon
aún no había sido pronunciado por vez primera y tan sólo el
Keresar y el Sturgeon recorrían la tierra dándole forma, los dioses
llegaron desde Wad Ras para ayudarles en el proceso de la creación.
Y de sus muchas obras, la primera y la que más relevancia tendría
en el futuro fue la que originó la aparición de la luz de los
dragones, que Enlil puso en los cielos para iluminar la eterna noche
en la que vivían los que habrían de preceder a los parecidos a los
dioses.
Y esto también (pongo
sólo el diálogo, que con las acotaciones del narrador quedaría muy
largo):
—Que la Luz del
amado de los dioses ilumine tu senda, peregrino.
—Que la sabiduría
del Blanco guíe tus pasos, caballero.
—Estás muy lejos
de tu hogar, amigo mío. ¿Qué puede buscar un mershai en estas
soledades?
—Complacer a mi rey
y señor, que es quien me envía. Busco a un grupo de caballeros,
seis en total, que partieron en misión hace varios meses y que aún
no han regresado a Mersha, y por tus ropas veo que he llegado al
lugar correcto.
—¿Eres un
rastreador?
—Un emisario, más
bien.
—¿Un emisario,
dices? No veo que portes emblema ni valija.
—En realidad no
soy más que un sirviente. Pero he sido enviado por el rey Cornell,
así que no he de sentir vergüenza de mi condición.
Pero también disfruto
poniéndome en la piel de alguien como Caterina, quien no tiene
problemas a la hora de decir Me estás tocando los cojones a
pesar de que se suponga que la protagonista de una historia romántica
debería ser un poco más dulce.
Esto es de El chico
perfecto no sabe bailar el twist:
—Has dicho que eras
virgen —le recuerda Carla.
Caterina enciende un
cigarrillo.
—También digo
muchas veces: me estás tocando
los cojones, y no tengo cojones.
—¡Eh, Gata!
—saluda un tipo que pasa junto a ella. Cat le hace un gesto con la
cabeza en respuesta.
—¿Por qué todo el
mundo te llama Gata?
—Porque me muevo
con gracia felina, yo qué coño sé —escupe Caterina, sin perder
la sonrisa—. Por los ojos, creo. O por eso de que Cat es gato en
inglés. Tampoco es que me moleste, así que...
O escribiendo diálogos
que, en apariencia, no tienen nada de magia (esto es de ID):
—Como si fuera tan
fácil: estamos perdidos en medio de este dichoso bosque.
—De eso nada.
Debemos de estar a menos de cien metros de la explanada. En esa
dirección.
—Ni hablar. He
corrido mucho más de cien metros en esa dirección.
—Pues habrás
corrido en círculos. Te digo que está por ahí.
—Apuesto a que te
equivocas.
—Vas a perder la
apuesta, te aviso.
O escenas cotidianas
(aquí un chupito de HQS):
Al amanecer, mientras
César dormía, Marina se levantó para ir al lavabo, y a la luz de
la lámpara descubrió las marcas oscuras que formaban una especie de
tatuaje tribal en torno a su antebrazo. Esbozó una sonrisa de
resignación. A veces César no controlaba su fuerza, y la marcaba
sin darse cuenta. Por fortuna los morados no tardaban en desaparecer.
Se encogió de hombros y, viendo que ya casi era de día, fue a la
cocina a hacerse un café. Mientras la cafetera se calentaba, buscó
su mochila, que había quedado tirada junto a la puerta de la calle,
y sacó de ella su uniforme para echarlo a la lavadora. Las manchas
de sangre le encogieron el estómago, y volvió a recordar la
expresión mezcla de vergüenza y terror de aquella desconocida que
tanto la había impactado. Decidió que no le apetecía el café y
regresó a su dormitorio con una extraña sensación de tristeza en
el corazón.
O de terror (VASL):
Como me he apartado
un poco, la veo antes en el espejo que en 3D. Tiene mal aspecto, esa
es la verdad. Pero no tan malo como había imaginado, y eso es un
consuelo. Por si acaso, mantengo el hacha en alto.
La escena sucede a
cámara lenta, y yo me he olvidado de respirar. Desvío la mirada del
espejo hacia la puerta del excusado. El corazón me martillea en la
garganta y en las sienes.
Vero sale del
reservado y me mira con miedo. Bueno, más al hacha que a mí. Está
llorando. Las ojeras le llegan a la barbilla y tiene los ojos más
rojos que antes, pero no ha empezado a mutar. O puede que sí, no lo
sé, desconozco qué fases tiene esta infección, pero al menos está
viva.
Bajo el hacha. Un
poco.
Incluso de corte erótico
(QHUCCT):
En este punto hay
otro de esos huecos que no sé cómo llenar. Recuerdo su risa, mi
rubor, el silencio cargado de complicidad, la intensidad de su
mirada, la de mi deseo. Un suspiro. Un coro de ellos. Je t'aime...
moi non plus sonando a toda potencia a través de los altavoces.
Calor. Su escote asomando tras la camisa semiabierta. Un guiño
provocado por el humo de un cigarrillo. Imaginarla yendo y viniendo
entre mis caderas. Cuerpos pegados en una danza sinuosa a nuestro
alrededor, apenas entrevistos por el rabillo del ojo. Toda mi
atención puesta en ella, en su cuerpo que se mecía al ritmo lento
de la música. Ella era la ola... Calor. Sus ojos cerrados, sus
labios apenas entreabiertos, el jadeo que se escapaba de los míos.
Yo la isla desnuda. Fiebre. Te amo... yo tampoco. Pensar que habían
elegido el peor momento para pinchar esa canción. Pensar que no
podían haber elegido un momento más adecuado.
Dos muestras de fantasía
épica, una de romántica juvenil (aunque no lo parezca en ese
fragmento), una de romántica paranormal (aunque ahí tampoco lo
parezca, je), una de contemporánea, otra de terror, y por fin una de
érotica. Géneros tan distintos entre sí que uno podría pensar que
no son creación del mismo autor, aunque en todas ellas puedes verme,
¿verdad?, y con todas ellas me siento cómoda. Porque, como te digo,
lo que me importa es la historia que quiero contar, no las
etiquetas. Mis lectores van a reconocer mi estilo en cada una de
ellas, y si mi estilo les gusta no tendrán muy en cuenta el tema o
el género. O eso quiero creer.
Y nos vamos acercando al
tema del que quería hablar cuando empecé a escribir esta reflexión.
Corría 2014 cuando
alguien (mellizo, mellizo querido) me propuso participar en una
antología de relatos. Yo, que era la niña que no sabía
resumir, pero que también era la escritora de novela larga que no se
veía capaz de retomar ninguna de sus novelas inconclusas, acepté el
reto, pues cualquier excusa era buena para seguir intentando romper
ese bloqueo. Por aquel entonces, si bien mis primeros conocidos
dentro del mundillo habían sido autores de fantasía y luego de
romántica, yo estaba más cerca del fandom que de ningún otro grupo
(creo que mi visita a la Expocon de Zaragoza tuvo mucho que ver en
eso). El caso es que el reto consistía en escribir un relato de
terror, y aunque no las tenía todas conmigo me puse manos a la obra.
Pues el problema no era el género, sino el hecho de escribir en
sí. Terror dentro de la familia, o con una familia como
protagonista. Y ahí me tenías, convencida de que no podría hacerlo
y empeñada en no tener razón, escribiendo una historia de horror
cósmico en homenaje a mi admirado y respetado Lovecraft. Y lo cierto
es que me salió un relato magnífico. Quizá el mejor que haya
escrito, y desde aquel primer reto han salido más de una docena.
Tras aquella primera invitación llegaron otras, quince en total, de
las que ya te he enseñado once. Family Nightmares,
Santa Wiik, Vampiralia, Zombifícalo!,
Hell Or Win, Devoradores de Almas,
Mascotas, Onírica, Aquel Extraño
Hombre Alto, Tiempo Prestado y Mierda.
Casi todas antologías de relatos de terror, al menos tres de ellas
rayando lo irreverente, casi todas para descarga gratuita y algunas
con fines benéficos. De las restantes, voy a hablarte en breve de
dos. De hecho, esta entrada era para presentarte la primera, pero me
he extendido demasiado, como de costumbre, así que voy a utilizar
estas líneas a modo de introducción.
Bien, te decía que el
problema no era el género, sino el hecho mismo de enfrentarme a la
hoja en blanco. Pero reto a reto, relato a relato, he ido superando
ese miedo que me hace ponerme mil excusas para no sentarme a
escribir, y en los últimos cuatro años he sido capaz de terminar
una novela (VASL) y de empezar otras dos (una romántica
paranormal y otra contemporánea con más de drama que de romance,
aunque tiene de ambas cosas), de recuperar una de mis viejas
historias (esta podrías etiquetarla como erótica) y empezar a darle
un lavado de cara (lo que se llama reescribir, algo que puede
resultar aún más difícil que ponerse a escribir partiendo de cero)
y de retomar dos de las Historias de Thèramon que me tienen
hechizado el corazón. Así que ya ves, escribo lo que me sale de
dentro en cada momento, y el género es lo de menos.
Pero parece que en la
práctica el género sí importa. Como ejemplo, decirte que de
todas las antologías en las que he participado tan sólo una está
integrada en su totalidad por mujeres (y es de esta antología de la
que venía a hablarte hoy, pero lo dejaré para la próxima entrada,
que con tanta charla iba a pasar desapercibida). Como segundo
ejemplo, mis lecturas del mes de enero. Siete novelas, cuatro de
terror, dos románticas y una de aventuras. Y ¿adivinas qué?
Exacto: las cuatro de terror iban firmadas por hombres, mientras que
las otras tres eran de mujeres. Como si la sociedad exigiera que
el género debe estar supeditado al género. Que si eres mujer no
puedes escribir terror, o que los hombres no deberían atreverse con
el romance. Pues resulta que yo tengo amigos (hombres) que escriben
romántica y erótica con gran acierto, y amigas (mujeres) que
escriben cositas que dan mucho miedo tan bien como sus compañeros
masculinos de letras. No diré que mejor que ellos, del mismo modo
que en el otro caso no diré que peor que ellas. Hay buenos
escritores y escritores regularcillos y escritores mediocres, y luego
hay gente que no debería ni llamarse escritor... pero no entremos en
polémicas.
Aquí mi duda, que sé
que muchos comparten: ¿Por qué casi todo el terror que leo, el que
tengo en mi estantería, viene firmado por hombres? ¿Por qué
prácticamente toda la romántica lleva nombre de mujer? ¿Es el
público lector el que elige, es la sociedad en la que vivimos la que
impone la norma (y el estigma), son las editoriales, que no dan una
oportunidad a un género en concreto por considerar que el género
que ellas tocan no les corresponde a unos o a otras? ¿Es
casualidad? (No creo en la casualidad). ¿Las chicas no publican
terror porque no envían manuscritos a las editoriales que publican
terror, o es que hay menos escritoras de terror que escritores de ese
género? Porque dentro del fandom somos muchas, puedo asegurártelo,
y algunas muy buenas. Y te lo voy a enseñar dentro de muy poco,
porque la antología que venía a presentarte hoy ya está a la
venta. Y en esa antología todas, autoras, coordinadora e
ilustradora, somos mujeres. Porque somos narradoras de historias, y
tenemos muchas historias que contar, y no nos amedrentan las
dificultades ni nos condicionan las etiquetas.
Por cierto, la antología
en cuestión se titula Macabras, y merece una entrada
para ella sola, así que permite que lo deje aquí y vuelva dentro de
unos días con una presentación a su medida. Porque, aunque todavía
me gane la pereza y me cueste sentarme a escribir (mentira, estoy en
Thèramon y me he olvidado del mundo, je) me siento muy orgullosa de
formar parte de ese fantástico grupo de autoras que, con talento,
ilusión y paciencia, han querido demostrar que, cuando se trata
de contar historias, el género no importa.