Desde julio de 2022 sin actualizar el blog. En mi última entrada te presenté a mi Zeta, con orgullo y con ilusión, porque por fin había cerrado un ciclo y pensé (qué ingenua, para variar) que ya estaba preparada para volver a comunicarme. Pero resultó que cerrar un ciclo no fue suficiente. Todavía me quedaba mucho lastre emocional que soltar para poder sanar completamente. Todo lo que había soltado en mi cubo de la basura emocional (esa novela a la que llamé Voy a ser Leyenda. Fase Uno: La noche del cometa, pero a la que me refiero con el nombre de Zeta por eso de acortar y por lo que la palabra en sí representa (si la has leído, sabes a lo que me refiero, y si no la has leído, ejem, estás tardando)) no fue más que el principio. Necesitaba salir de ese lugar en el que me estaba consumiendo (ya te hablé de esto en entradas anteriores, así que no voy a volver a repetirme hoy), cuando por fin lo hice publiqué la novela porque era un paso más, y ya sólo me quedaba recuperar el equilibrio para poder enfrentarme sin más dudas ni miedo a la página en blanco.
Pero, como te digo, fui muy ingenua. Porque hay cosas que no dependen de mí, y recuperar el equilibrio era una de ellas. Hice lo que estaba en mi mano: cambié de trabajo, creí en la promesa de un contrato de 40 horas semanales y aguanté con paciencia y dando lo mejor de mí el tiempo necesario para que me hicieran ese contrato. Lo que no dependía de mí fue la compañera que se iba a marchar y a la que yo iba a sustituir, que tardó dos años en marcharse. Dos años cobrando un sueldo de 30 horas semanales, con el que subsistía a duras penas, no ayudó a recuperar ese equilibrio. Porque, aunque en lo emocional estaba mejorando (ya no estaba en un ambiente tóxico y no me trataban mal, aunque al parecer no era lo suficientemente buena en mi desempeño como para “merecer” ese ansiado contrato de jornada completa (tampoco dependía de mí la decisión de mis jefas), así que iba mejorando, pero no acababa de sanar del todo), seguía con la incertidumbre que lleva a la ansiedad y a la preocupación. Y tener la cabeza llena de preocupaciones sobre el futuro no es la mejor manera de ponerse a crear mundos. Al menos, no lo es para mí. Que sé que hay gente que es capaz de olvidarse de esos problemas cuando escribe, y la admiro y ojalá yo supiera disociar de esa manera, pero no sé y no puedo hacerlo.
Así que seguí dando vueltas en la rueda de hámster, o en la puta rotonda de la que no conseguía salir, distinto entorno, mismo ciclo de mierda, sin la capacidad ni las ganas de comunicarme. Porque no tenía nada bueno que contar, porque no tenía ni ilusión ni fe en mí misma, porque todavía me daba ansiedad abrir el procesador de textos. Por patatas. Pero lo intentaba. No forzarlo, eso ya lo probé y no funcionó, y de hecho me frustró aún más. Simplemente, a veces me asomaba a Facebook y escribía alguna reflexión.
Ahora estoy lista para regresar. Ahora sí, he cerrado ese nuevo ciclo y he encontrado un nuevo trabajo en el que me siento apreciada y valorada, tengo compañeras maravillosas, mejor sueldo y un horario fantástico que me deja muchas horas libres para dedicarme a darle a las teclas. Llevo varios meses escribiendo un poco cada día en un intento de volver a adoptar el buen hábito y afianzarlo párrafo a párrafo, post a post, y muchos días no se me ocurre qué decir, pero en cuanto empiezo las palabras salen solas, de forma automática, como en los viejos buenos tiempos. Algunos días, mis posts son tan largos como una entrada para el blog, y eso me ha llevado a decidir retomarlo. Y la decisión no me ha provocado ansiedad, sino un principio de entusiasmo.
Sin embargo, antes de volver quiero llevarte de la mano por el proceso de ¿sanación? He rescatado de mi muro de Facebook un puñado (pequeñito) de reflexiones que escribí a pesar de que casi todo el tiempo me mantenía en silencio, encerrada en mi cueva, sin atreverme siquiera a probar mis alas, sólo sanando y esperando a recuperar las fuerzas para levantarme y empezar a andar antes de probar a volar otra vez.
Desde el silencio, te muestro mis intentos, torpes, escasos, pero que me han ayudado a estar aquí de nuevo.
![]() |
Holiii |
Esto lo escribí un 11 septiembre de 2019:
Vacaciones, día 10: «Cayeron las torres y el mundo tembló: de angustia y de rabia, de miedo y de impotencia. Y mientras el temblor sacudía a todo el planeta, ella me llamó y me dijo: «Si esta noche se acaba el mundo, no quiero estar con ninguna otra persona que no seas tú». Así que cogí un tren.
Hoy hace dieciocho años, y todavía a veces tiemblo: de angustia y de rabia, de miedo y de impotencia.
Y todavía a veces pienso que ojalá ese día se hubiera acabado el mundo. Que ojalá se hubiera acabado antes de que me diera tiempo de coger el tren».
Podría ser el comienzo de una historia de terror. Podría. Lo es. Lo fue.
He escrito muchas historias de terror, y en ninguna de ellas he utilizado fantasmas. ¿Para qué? Convivo con ellos.
Bueno, mañana volveré a intentarlo.
No era gran cosa, una especie de microrrelato, si quieres, la prosa no estaba mal, al menos conseguí transmitir el mensaje que pretendía. Lo estaba intentando, aunque no acabara de arrancar.
Esto lo escribí un 11 septiembre de 2024, después de ver mis recuerdos en Facebook:
A veces ocurren cosas que hacen que tomes decisiones que te cambian la vida. A veces, el cambio es para mejor. A veces, sin embargo, la felicidad es efímera y te arrepientes de haber tomado esa decisión, porque después ocurrió algo terrible que te cambió la vida a peor. Y te preguntas muchas veces, a lo largo de los años, qué hubiera pasado si no hubiera ocurrido aquello en primer lugar. ¿Dónde estarías hoy? ¿Seguirías soñando, creyendo, creando, deseando, escribiendo? ¿O habría ocurrido igualmente algo que te habría hecho perder todo lo que tenías y todo lo que eras? Lamentarse no sirve de nada. Por desgracia, soy de esas personas que tardan mucho, demasiado, en comprender, asimilar y aceptar que algunas cosas pasan sin más, que no todas las decisiones que tomamos son acertadas, que no tiene sentido buscar culpables, y que cada día que pasas sumergido en la negación, en el remordimiento, en la autocompasión y en el miedo a moverte por si la siguiente decisión que tomes volverá a tener consecuencias desastrosas es un día perdido, y que con el paso de los años miras atrás y te das cuenta de que no todo fue tan malo como has llegado a creerte. Porque, si no hubiera ocurrido aquello en primer lugar, ¿habrías conocido a gente maravillosa que te quiere muchísimo a pesar de tus defectos, de tus neuras, de tus silencios, de tus mil excusas para no seguir avanzando, gente que cree en ti, que te apoya, que te sigue esperando porque están convencidos de que por fin llegará el día en el que lograrás cerrar ese ciclo y volverás a avanzar en pos de un sueño, que volverás a creer y a desear, y a escribir? Gente que te ha enseñado tantas cosas importantes, que te ha animado a mostrarle al mundo lo que eres capaz de hacer cuando no dudas de ti misma, que te ha ayudado a salir de tu cueva y te ha acompañado a eventos en los que has aprendido y has brillado y has sido feliz. Gente que te ha ayudado a descubrirte a ti misma y a encontrarte, y a quererte, y a volver a creer en ti. Posiblemente, pero no serían las mismas personas que están a mi lado hoy, y por haberlas conocido mereció la pena tomar aquella decisión. Así que ya no necesitas seguir dándole vueltas a los mil "y si", ya no necesitas seguir lamentándote, ni recordando aquel día. Es hora de cerrar ese ciclo y seguir avanzando. Me arrepiento de haber tardado tantos años en comprender y aceptar, en superarlo y en dejarlo atrás, pero no quiero que dentro de diez años, al mirar atrás, me quede ese regusto amargo por no haber vuelto a tomar una decisión que fuera a cambiarme la vida. Porque la vida es cambio. Panta rei. Cuando por fin lo entendí y lo acepté, me lo tatué en la piel para no olvidarlo. Hoy no sólo estoy preparada para el cambio, sino que estoy haciendo que suceda. Sin más miedos, sin más excusas. Los acontecimientos ajenos a mí ya no serán los culpables de mis decisiones.
Hace 23 años cayeron dos torres, yo no provoqué su caída, ni fui culpable de lo que ocurrió después. Ni de mi propia caída. Pero sí fui culpable de no haberme levantado en su momento. Hoy dejo caer algo más que una torre, dejo caer un enorme muro, y los barrotes que no me dejaban seguir adelante. Una nueva torre se alza, soy yo, todavía en proceso de reconstrucción, pero decidida a poner un ladrillo al día. Hasta ser tan alta y tan fuerte que nada pueda volver a derrumbarme.
Cinco años de diferencia entre ambos estados. En el primero todavía me hallaba en ese lugar en el cual me estaba consumiendo. Luego vino un año de baja, y los dos años y pico en el nuevo trabajo, durante los que hubo más silencio que intentos a pesar de la publicación de Zeta porque (creía) había recuperado la ilusión y pronto encontraría el equilibrio que me faltaba. En el segundo, acababa de firmar el contrato en el trabajo en el que estoy ahora. Se nota el cambio de ánimo, ¿eh?
Quiero que veas esa evolución, porque necesito calentar motores antes de ponerme a teclear “en serio”, y porque puede que tú hayas pasado o estés pasando por una época de dudas, de bajón anímico, de bloqueo literario o emocional, de dudas, de miedo, de escasa fe en ti mismo y en tus capacidades para comunicarte y para crear belleza a pesar o a partir de la Oscuridad, y tal vez mi propio proceso de sanación te inspire, o al menos te ayude a ver que se puede salir de todo lo malo y volver a brillar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿No tienes nada que decir? ¡El mundo no es de los tímidos!