Roto el silencio, pero todavía buscando la forma de arrancar y empezar de nuevo a contar historias, he seguido tecleando un post en mi Facebook cada tarde antes de acostarme. A veces me sale una reflexión, a veces tecleo una anécdota, no siempre sé qué decir, pero no estoy dispuesta a abandonar el hábito. Y es que basta con que un día te dejes tentar por la procrastinación (porque por un día no pasa nada, sabes) para que las excusas tomen el mando y todo el esfuerzo no haya servido para nada.
Mi intención es volver a escribir mis reflexiones aquí, pero todavía no he conseguido vencer en mi batalla contra la página en blanco, así que voy a seguir trasladando algunas de las que tecleé en mi Facebook y que me gustaron tanto como para rescatarlas y dejarlas aquí.
Ya no te hablo desde el silencio. El reto está funcionando, ya no hay pereza, ya no me pongo excusas, ahora estoy buscando la inspiración, o debería decir el entusiasmo, que es el único motor que necesito, la única motivación capaz de activarme. No se trata de escribir muchas novelas y publicarlas y que se vendan bien, no se trata de que me lean mucho, aunque es cierto que publico para que me lean, no es una cuestión de ego, sino de satisfacción personal. De volver a hacer lo que más me gusta, de volver a disfrutar escribiendo, de volver a escribir con la soltura de los viejos buenos tiempos. Cuando consiga esa meta, ya me preocuparé por la publicación, las ventas y las reseñas.
El post que te traigo hoy está relacionado precisamente con la publicación. Con el hecho de que un libro es un producto y, como tal, debe tener la calidad necesaria para ser puesto a la venta. Sé que soy muy insistente con el tema de la corrección, pero, como digo muy a menudo, si te jode pagar por un café aguado, por una prenda de ropa defectuosa o por un servicio insatisfactorio, también deberías quejarte si pagas por un libro que resulta estar mal escrito.
A menos que te sobre el dinero y no te importe despilfarrarlo comprando basura, claro.
9 enero 2025
No me atraen las personas por su físico. No me acerco a alguien porque me parezca guapo. No entiendo a esa gente que se pasa horas frente al espejo maquillándose o delante del armario abierto probándose prendas como si fuera Julia Roberts en Pretty woman porque «ay, con estas pintas nadie me va a mirar dos veces» o «uf, necesito cubrir estas odiosas arrugas porque si parezco vieja no voy a mojar esta noche/conseguir ese empleo en ese sitio tan elegante». Me gusta la naturalidad porque me gusta la honestidad. Y esto te lo digo yo, que me tiro un buen rato con la plancha del pelo porque odio mis rizos, pero es que me gusta la comodidad y unos rizos indomables son cualquier cosa menos cómodos. Vale, puede que el hecho de ser ace tenga bastante que ver, porque no siento atracción sexual primaria, así que no puedo decir si alguien me gusta antes de conocerlo. Y con conocerlo no me refiero a una charla insustancial, un par de mensajes mal escritos o un ratito tomando un café. Aunque por alguna parte hay que empezar, claro, y esos tres ejemplos vendrían a ser como leer la sinopsis de un libro: si el resumen te resulta interesante, te intriga, te atrae, entonces quieres leer el libro, ¿no? Pero no sabrás si el libro te gusta realmente hasta que lo hayas leído entero. Bueno, sí, a veces lo desechas a las pocas páginas porque te decepciona y ¿para qué perder tiempo con un libro malo cuando hay tantísimos libros buenos esperando a que los descubras? Pues con la gente me pasa lo mismo.
Pero no vengo a hablarte de personas, sino de libros. Y es que no suelo escoger mis lecturas por la portada. Primero busco el género que me interesa y luego leo la sinopsis, y si me atrae me animo a leerlo. A veces, la sinopsis es lo más interesante de un libro, luego el desarrollo es penoso. Otras veces, la historia es mala per se. Y otras, muchas, el argumento es genial y te das cuenta de que la sinopsis no mentía, pero está tan mal escrito que no puedes decir que te ha gustado realmente, aunque lo lees hasta el final porque, joder, el argumento es una pasada. Me pasa mucho esto, que me jode leer un texto lleno de erratas, errores y horrores ortográficos, gramaticales, sintácticos, léxicos... ya me entiendes, pero no puedo dejarlo porque la historia, ah, la historia es cojonuda. Y qué pena que el autor se haya currado tanto la portada e incluso la maquetación, con esos dibujos tan chulos, y los detallitos como los chats que asemejan chats de móvil reales, y algunas ilustraciones interiores, pero no se haya preocupado de la corrección. Me hacen pensar en esas personas que se tiran horas delante del espejo maquillándose o buscando en su armario el conjunto más chic, más moderno, más elegante... porque así van a resultar más atractivas e interesantes, y luego abren la boca y no hay rastro de elegancia, o las ves actuar y no hay belleza en sus actos.
Y la moraleja de mi post es la de siempre: si descuidas la corrección de tu libro, tu libro resulta un producto insatisfactorio. Las erratas por despiste son normales, a todos se nos escapa una letra por ahí de vez en cuando al teclear, y en un post o en un mensaje no hacen daño a nadie. Pero en un producto que pones a la venta tienes que cuidar todos los detalles, currarse una portada preciosa y una maquetación chula no es suficiente, si amas la escritura y respetas a los lectores debes procurar que tu libro tenga la calidad literaria suficiente. Sí, lo sé, es una guerra perdida, pero seguiré insistiendo, porque amo escribir y amo leer, y odio que se publiquen tantos libros que, por su escasa calidad literaria, no merecen ese nombre.
Nanit. Por cierto, si me escribes un mensaje del tipo «Ola guapa k aces», las probabilidades de que quiera conocerte son tantas como las de que compre un libro mal o directamente nada corregido.