miércoles, 28 de mayo de 2025

Un libro es un producto

Roto el silencio, pero todavía buscando la forma de arrancar y empezar de nuevo a contar historias, he seguido tecleando un post en mi Facebook cada tarde antes de acostarme. A veces me sale una reflexión, a veces tecleo una anécdota, no siempre sé qué decir, pero no estoy dispuesta a abandonar el hábito. Y es que basta con que un día te dejes tentar por la procrastinación (porque por un día no pasa nada, sabes) para que las excusas tomen el mando y todo el esfuerzo no haya servido para nada.

Mi intención es volver a escribir mis reflexiones aquí, pero todavía no he conseguido vencer en mi batalla contra la página en blanco, así que voy a seguir trasladando algunas de las que tecleé en mi Facebook y que me gustaron tanto como para rescatarlas y dejarlas aquí.

Ya no te hablo desde el silencio. El reto está funcionando, ya no hay pereza, ya no me pongo excusas, ahora estoy buscando la inspiración, o debería decir el entusiasmo, que es el único motor que necesito, la única motivación capaz de activarme. No se trata de escribir muchas novelas y publicarlas y que se vendan bien, no se trata de que me lean mucho, aunque es cierto que publico para que me lean, no es una cuestión de ego, sino de satisfacción personal. De volver a hacer lo que más me gusta, de volver a disfrutar escribiendo, de volver a escribir con la soltura de los viejos buenos tiempos. Cuando consiga esa meta, ya me preocuparé por la publicación, las ventas y las reseñas.

El post que te traigo hoy está relacionado precisamente con la publicación. Con el hecho de que un libro es un producto y, como tal, debe tener la calidad necesaria para ser puesto a la venta. Sé que soy muy insistente con el tema de la corrección, pero, como digo muy a menudo, si te jode pagar por un café aguado, por una prenda de ropa defectuosa o por un servicio insatisfactorio, también deberías quejarte si pagas por un libro que resulta estar mal escrito.

A menos que te sobre el dinero y no te importe despilfarrarlo comprando basura, claro.




9 enero 2025

No me atraen las personas por su físico. No me acerco a alguien porque me parezca guapo. No entiendo a esa gente que se pasa horas frente al espejo maquillándose o delante del armario abierto probándose prendas como si fuera Julia Roberts en Pretty woman porque «ay, con estas pintas nadie me va a mirar dos veces» o «uf, necesito cubrir estas odiosas arrugas porque si parezco vieja no voy a mojar esta noche/conseguir ese empleo en ese sitio tan elegante». Me gusta la naturalidad porque me gusta la honestidad. Y esto te lo digo yo, que me tiro un buen rato con la plancha del pelo porque odio mis rizos, pero es que me gusta la comodidad y unos rizos indomables son cualquier cosa menos cómodos. Vale, puede que el hecho de ser ace tenga bastante que ver, porque no siento atracción sexual primaria, así que no puedo decir si alguien me gusta antes de conocerlo. Y con conocerlo no me refiero a una charla insustancial, un par de mensajes mal escritos o un ratito tomando un café. Aunque por alguna parte hay que empezar, claro, y esos tres ejemplos vendrían a ser como leer la sinopsis de un libro: si el resumen te resulta interesante, te intriga, te atrae, entonces quieres leer el libro, ¿no? Pero no sabrás si el libro te gusta realmente hasta que lo hayas leído entero. Bueno, sí, a veces lo desechas a las pocas páginas porque te decepciona y ¿para qué perder tiempo con un libro malo cuando hay tantísimos libros buenos esperando a que los descubras? Pues con la gente me pasa lo mismo.

Pero no vengo a hablarte de personas, sino de libros. Y es que no suelo escoger mis lecturas por la portada. Primero busco el género que me interesa y luego leo la sinopsis, y si me atrae me animo a leerlo. A veces, la sinopsis es lo más interesante de un libro, luego el desarrollo es penoso. Otras veces, la historia es mala per se. Y otras, muchas, el argumento es genial y te das cuenta de que la sinopsis no mentía, pero está tan mal escrito que no puedes decir que te ha gustado realmente, aunque lo lees hasta el final porque, joder, el argumento es una pasada. Me pasa mucho esto, que me jode leer un texto lleno de erratas, errores y horrores ortográficos, gramaticales, sintácticos, léxicos... ya me entiendes, pero no puedo dejarlo porque la historia, ah, la historia es cojonuda. Y qué pena que el autor se haya currado tanto la portada e incluso la maquetación, con esos dibujos tan chulos, y los detallitos como los chats que asemejan chats de móvil reales, y algunas ilustraciones interiores, pero no se haya preocupado de la corrección. Me hacen pensar en esas personas que se tiran horas delante del espejo maquillándose o buscando en su armario el conjunto más chic, más moderno, más elegante... porque así van a resultar más atractivas e interesantes, y luego abren la boca y no hay rastro de elegancia, o las ves actuar y no hay belleza en sus actos.

Y la moraleja de mi post es la de siempre: si descuidas la corrección de tu libro, tu libro resulta un producto insatisfactorio. Las erratas por despiste son normales, a todos se nos escapa una letra por ahí de vez en cuando al teclear, y en un post o en un mensaje no hacen daño a nadie. Pero en un producto que pones a la venta tienes que cuidar todos los detalles, currarse una portada preciosa y una maquetación chula no es suficiente, si amas la escritura y respetas a los lectores debes procurar que tu libro tenga la calidad literaria suficiente. Sí, lo sé, es una guerra perdida, pero seguiré insistiendo, porque amo escribir y amo leer, y odio que se publiquen tantos libros que, por su escasa calidad literaria, no merecen ese nombre.

Nanit. Por cierto, si me escribes un mensaje del tipo «Ola guapa k aces», las probabilidades de que quiera conocerte son tantas como las de que compre un libro mal o directamente nada corregido.

domingo, 25 de mayo de 2025

Desde el silencio (IV)

De nuevo apurando hasta el último momento, ¿eh? Pero me dije que al menos una entrada al mes, así que aquí estoy, dispuesta a cumplir mi reto personal.

Hoy te traigo el último post rescatado de mi muro de Facebook, esta vez ya no desde el silencio, porque ya había empezado con mi otro reto, el de teclear todos los días aunque fuera un párrafo. Reto que estoy cumpliendo a rajatabla, y permíteme que me dé una palmadita en la espalda, porque una de las cosas que he aprendido en los últimos años es que debemos felicitarnos por cada pequeño éxito, por cada pequeña victoria, por cada pequeño avance. Sí, estoy cumpliendo mi reto de teclear cada día aunque sea un párrafo, ergo he desterrado el silencio en el que me había sumido (o escondido) durante los últimos años.

¿Significa eso que ya estoy curada, que ya estoy preparada para abrir el procesador de textos y lanzarme a contar una historia como si nunca hubiera dejado de hacerlo? Lamento decir que no. Cada día me cuesta empezar, y casi nunca sé qué contar, pero tecleo la primera palabra y, sorprendentemente, las siguientes suelen salir solas, sin esfuerzo, sin que tenga que pensarme cómo seguir. No siempre escribo cosas interesantes, a veces me conformo con un párrafo, pero la mayoría de las noches consigo teclear posts más extensos, así que algo sí he avanzado. Diría que bastante, pues hace un año ni me planteaba volver a actualizar el blog, y ahora, aunque no con la regularidad que me gustaría, aquí estoy. Intentándolo, al menos, y no es poca cosa, eh.

Con estas reflexiones, no sólo estoy buscando el modo de volver, de arrancar, de recuperar eso que todavía no regresa (pero cada vez siento más cerca), también pretendo transmitirte esperanza. Porque puede que tú también estés pasando por una época de bloqueo, sea literario o emocional, y estés dando vueltas a la misma rotonda una y otra vez y no veas la salida, o sí la veas pero no encuentres el modo de tomarla. Yo tardé años, y lo logré. Y si yo lo logré, créeme, tú también puedes conseguirlo. Con paciencia, con voluntad, con constancia. Simplemente, ama y cree. Porque el amor es la fuente de toda creación y la fe es la fuente de todo poder.

Da un paso adelante, aunque tengas miedo, aunque no sepas hacia dónde quieres ir. Cuando empiezas a moverte, ya estás haciendo que suceda. No importa cuánto tiempo te lleve, no se trata de velocidad, sino de crear un hábito y mantenerlo. Recuerda que antes de echar a volar debemos reaprender a andar.



19 enero 2025

«No sé qué contar, por eso no escribo». «Tengo muchas historias empezadas y no sé cuál elegir, por eso no escribo». Frases como estas eran frecuentes en mí hasta hace relativamente poco. Todas negativas: no sé, no puedo, no quiero, no me gusta... Y todas ellas excusas.

Comprender que eran excusas fue el primer paso. Aceptarlo, el segundo. Y, créeme, aceptar es más difícil que abrir los ojos y darse cuenta de las cosas. Pero poco a poco vamos haciendo el camino, y vamos aprendiendo, y evolucionando.

Una vez que superas el obstáculo de la aceptación, queda el otro paso más difícil: ponerle remedio y empezar a avanzar en la dirección correcta. Pero ¿cómo? No hay un manual de usuario, no hay mapa, no hay senséi que te guíe. Así que empiezas por escuchar a tu corazón. Ese que hasta hace poco estaba lleno de miedo y de dudas que alimentaban al cerebro y lo animaban a aconsejarte que siguieras con las excusas. Cuando el corazón está lleno de miedo, apenas siente, por eso el cerebro toma el mando y te dice que no puedes hacer lo que quieres, que en realidad no quieres nada, que no merece la pena el esfuerzo. Te dices que quieres escribir, y te dices que no puedes, que no sabes cómo empezar después de tanto tiempo, pero no te das cuenta de que no quieres hacerlo de verdad, no es un deseo, es otra cosa: la añoranza por lo que en el pasado te resultaba tan natural como respirar, quizás; un poco de terquedad, porque te niegas a admitir que algo tan importante para ti en el pasado podría no serlo en el presente; te dices que quieres hacerlo porque no hay nada que sepas hacer mejor, no hay otras aficiones que te llenen tanto, no hay nada en el mundo que te haga más feliz. Pero nada de lo que te dices es motor suficiente, y sigues escudándote en excusas para no hacerlo.

Lo primero que hice fue cambiar mi forma de expresarme. Fuera todas esas negativas. «Odio la ansiedad que me produce no poder escribir» fue sustituido por «Me gustaría volver a sentir ese subidón que me produce escribir». Así cambias el sentimiento de frustración por el de esperanza, y a fuerza de repetirlo vas reprogramando tu cerebro.

Lo segundo que hice fue priorizar. «Me gustaría volver a escribir, pero ahora mismo me apetece más seguir leyendo, porque leer también me hace feliz». Podrías pensar que es otra excusa, y al principio yo también lo pensaba, hasta que me di cuenta de que lo que estaba haciendo era priorizar. Elegir una forma de felicidad por encima de otra. Si no escribía no era porque no pudiera, ¿lo ves? Puede que prefiriese leer porque me costaba menos esfuerzo que teclear, puede que todavía me quede demasiada pereza dentro y por eso esté tardando en dar el paso. Pero me he tomado en serio esto de sentarme a teclear cada día aunque sea un párrafo, y estoy viendo que nunca es sólo un párrafo, que empiezo y casi me cuesta parar, así que voy a seguir creyendo que estoy avanzando en la dirección correcta.

Lo tercero ha sido escuchar a mi corazón. ¿Quiero?, le pregunto. Y mi corazón, que ya no está lleno de miedo ni de dudas, asiente, pero no con el entusiasmo que necesito para que el motor se ponga en marcha. Así que le doy su tiempo. De momento ha vuelto a latir, que ya es más de lo que ha estado haciendo los últimos años. Cuando esté listo para volver a sentir, para volver a tener un sueño que desee cumplir, buscará la forma de verlo cumplido, y me dará una historia en la que hacerlo. Puede que sea una de las que tengo empezadas, puede que sea una nueva, no lo sé, no me importa. No tengo prisa. De momento, tengo esperanza, y como decimos en Thèramon: la fe es la fuente de todo poder.

Nanit. Poco a poco, paso a paso, latido a latido, hasta que el camino surja palabra a palabra.