De nuevo apurando hasta el último momento, ¿eh? Pero me dije que al menos una entrada al mes, así que aquí estoy, dispuesta a cumplir mi reto personal.
Hoy te traigo el último post rescatado de mi muro de Facebook, esta vez ya no desde el silencio, porque ya había empezado con mi otro reto, el de teclear todos los días aunque fuera un párrafo. Reto que estoy cumpliendo a rajatabla, y permíteme que me dé una palmadita en la espalda, porque una de las cosas que he aprendido en los últimos años es que debemos felicitarnos por cada pequeño éxito, por cada pequeña victoria, por cada pequeño avance. Sí, estoy cumpliendo mi reto de teclear cada día aunque sea un párrafo, ergo he desterrado el silencio en el que me había sumido (o escondido) durante los últimos años.
¿Significa eso que ya estoy curada, que ya estoy preparada para abrir el procesador de textos y lanzarme a contar una historia como si nunca hubiera dejado de hacerlo? Lamento decir que no. Cada día me cuesta empezar, y casi nunca sé qué contar, pero tecleo la primera palabra y, sorprendentemente, las siguientes suelen salir solas, sin esfuerzo, sin que tenga que pensarme cómo seguir. No siempre escribo cosas interesantes, a veces me conformo con un párrafo, pero la mayoría de las noches consigo teclear posts más extensos, así que algo sí he avanzado. Diría que bastante, pues hace un año ni me planteaba volver a actualizar el blog, y ahora, aunque no con la regularidad que me gustaría, aquí estoy. Intentándolo, al menos, y no es poca cosa, eh.
Con estas reflexiones, no sólo estoy buscando el modo de volver, de arrancar, de recuperar eso que todavía no regresa (pero cada vez siento más cerca), también pretendo transmitirte esperanza. Porque puede que tú también estés pasando por una época de bloqueo, sea literario o emocional, y estés dando vueltas a la misma rotonda una y otra vez y no veas la salida, o sí la veas pero no encuentres el modo de tomarla. Yo tardé años, y lo logré. Y si yo lo logré, créeme, tú también puedes conseguirlo. Con paciencia, con voluntad, con constancia. Simplemente, ama y cree. Porque el amor es la fuente de toda creación y la fe es la fuente de todo poder.
Da un paso adelante, aunque tengas miedo, aunque no sepas hacia dónde quieres ir. Cuando empiezas a moverte, ya estás haciendo que suceda. No importa cuánto tiempo te lleve, no se trata de velocidad, sino de crear un hábito y mantenerlo. Recuerda que antes de echar a volar debemos reaprender a andar.
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19 enero 2025
«No sé qué contar, por eso no escribo». «Tengo muchas historias empezadas y no sé cuál elegir, por eso no escribo». Frases como estas eran frecuentes en mí hasta hace relativamente poco. Todas negativas: no sé, no puedo, no quiero, no me gusta... Y todas ellas excusas.
Comprender que eran excusas fue el primer paso. Aceptarlo, el segundo. Y, créeme, aceptar es más difícil que abrir los ojos y darse cuenta de las cosas. Pero poco a poco vamos haciendo el camino, y vamos aprendiendo, y evolucionando.
Una vez que superas el obstáculo de la aceptación, queda el otro paso más difícil: ponerle remedio y empezar a avanzar en la dirección correcta. Pero ¿cómo? No hay un manual de usuario, no hay mapa, no hay senséi que te guíe. Así que empiezas por escuchar a tu corazón. Ese que hasta hace poco estaba lleno de miedo y de dudas que alimentaban al cerebro y lo animaban a aconsejarte que siguieras con las excusas. Cuando el corazón está lleno de miedo, apenas siente, por eso el cerebro toma el mando y te dice que no puedes hacer lo que quieres, que en realidad no quieres nada, que no merece la pena el esfuerzo. Te dices que quieres escribir, y te dices que no puedes, que no sabes cómo empezar después de tanto tiempo, pero no te das cuenta de que no quieres hacerlo de verdad, no es un deseo, es otra cosa: la añoranza por lo que en el pasado te resultaba tan natural como respirar, quizás; un poco de terquedad, porque te niegas a admitir que algo tan importante para ti en el pasado podría no serlo en el presente; te dices que quieres hacerlo porque no hay nada que sepas hacer mejor, no hay otras aficiones que te llenen tanto, no hay nada en el mundo que te haga más feliz. Pero nada de lo que te dices es motor suficiente, y sigues escudándote en excusas para no hacerlo.
Lo primero que hice fue cambiar mi forma de expresarme. Fuera todas esas negativas. «Odio la ansiedad que me produce no poder escribir» fue sustituido por «Me gustaría volver a sentir ese subidón que me produce escribir». Así cambias el sentimiento de frustración por el de esperanza, y a fuerza de repetirlo vas reprogramando tu cerebro.
Lo segundo que hice fue priorizar. «Me gustaría volver a escribir, pero ahora mismo me apetece más seguir leyendo, porque leer también me hace feliz». Podrías pensar que es otra excusa, y al principio yo también lo pensaba, hasta que me di cuenta de que lo que estaba haciendo era priorizar. Elegir una forma de felicidad por encima de otra. Si no escribía no era porque no pudiera, ¿lo ves? Puede que prefiriese leer porque me costaba menos esfuerzo que teclear, puede que todavía me quede demasiada pereza dentro y por eso esté tardando en dar el paso. Pero me he tomado en serio esto de sentarme a teclear cada día aunque sea un párrafo, y estoy viendo que nunca es sólo un párrafo, que empiezo y casi me cuesta parar, así que voy a seguir creyendo que estoy avanzando en la dirección correcta.
Lo tercero ha sido escuchar a mi corazón. ¿Quiero?, le pregunto. Y mi corazón, que ya no está lleno de miedo ni de dudas, asiente, pero no con el entusiasmo que necesito para que el motor se ponga en marcha. Así que le doy su tiempo. De momento ha vuelto a latir, que ya es más de lo que ha estado haciendo los últimos años. Cuando esté listo para volver a sentir, para volver a tener un sueño que desee cumplir, buscará la forma de verlo cumplido, y me dará una historia en la que hacerlo. Puede que sea una de las que tengo empezadas, puede que sea una nueva, no lo sé, no me importa. No tengo prisa. De momento, tengo esperanza, y como decimos en Thèramon: la fe es la fuente de todo poder.
Nanit. Poco a poco, paso a paso, latido a latido, hasta que el camino surja palabra a palabra.
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