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viernes, 26 de septiembre de 2025

En compañía de monstruos

Hace unos diez años, cuando las antologías estaban de moda y yo luchaba contra un bloqueo que creía literario (aunque no me faltaba inspiración, pero el pánico a enfrentarme a la página en blanco era muy real), me aferré a cualquier «excusa» que me ayudara a volver a escribir. Por casualidad, por suerte o por destino, en mi viaje a la Expocon de Zaragoza en 2013 conocí a un buen puñado de compañeros de letras, varios de los cuales me propusieron, meses más tarde y a lo largo de los cuatro años siguientes, participar en diversas antologías de relatos. Por aquel entonces, yo era «la niña que no sabía resumir», y enfrentarme a la narración breve suponía un reto tanto como enfrentarme a la página en blanco. Pero quién dijo miedo. Siempre me ha motivado un buen reto. Y lo hice, escribí una docena de relatos que se fueron publicando entre 2014 y 2017. Relatos que después reuní, junto con algunos inéditos, en una antología propia que titulé Laudaner (porque en Thèramon, ese mundo fantástico que existe en mi cabeza y que todavía sigue en fase de creación, un laudaner es un narrador de historias) y que está a la venta en Amazon (el enlace está en la columna derecha de esta página).

Tiempo después de haber entregado el último relato que se publicaría, empecé a escribir otro, uno que no llegué a terminar. Uno que me encantaba, por cierto. Pero por distintos motivos se quedó ahí, apenas esbozado. Había vuelto a la narración larga, había empezado un par de novelas, habían regresado mis dudas y la desmotivación y todo eso de lo que te he ido hablando y que por fin he dejado atrás.

Pero a lo que iba. Hace algo más de un año, no me preguntes cómo porque ya no me acuerdo, me encontré formando parte de un grupo privado de Facebook (¡y cómo había echado de menos eso, dioses!) que llevaba un tiempo trabajando en una antología sobre monstruos. Entré como correctora, con la posibilidad de participar con un relato. Y el caso es que tenía un relato (inconcluso, de acuerdo, pero si me sentaba y lo terminaba) que encajaba con la temática. Aunque, si me conoces ya imaginarás cuál era mi monstruo, resultaba improbable que lo aceptaran, porque ya había dos de la misma especie, o al menos parecidos. Vale, uno era una tarasca, y el otro se centraba más en el héroe que en el monstruo, pero hablaba de un dragón, sin duda. De todos modos, terminé mi relato, porque me encantaba y porque por fin había encontrado la motivación para hacerlo, aunque al final no fuese a ir a ninguna parte.

Así se lo dije a la coordinadora de la antología, Beatriz T. Sánchez, quien me dijo que se lo enviara de todas formas. Lo leyó, le gustó y decidió incluirlo. Y de este modo «Garras y colmillos» se convirtió en parte de En compañía de monstruos.

Buscarle un hogar a esta antología ha llevado su tiempo, pero la perseverancia y la paciencia siempre dan fruto, y por fin la hemos visto publicada bajo el sello de Suseya Ediciones.

No te voy a contar de qué va mi relato, tendrás que leerlo. Junto con los que lo acompañan. Y te recomiendo que lo hagas, porque son relatos muy buenos. Ya sabes que no participaría en un proyecto que no me convenciera y cuya calidad literaria no estuviera a mi altura (Modesto, baja, que sube Bea, jajaja). No, en serio, lo de la alta calidad literaria es cierto. Y en cuanto a originalidad, te puedo asegurar que todos ellos son fantásticos.

Te dejo aquí la portada y la sinopsis, para la cual también aporté mi granito de arena:


En el pasado, en el presente o en el futuro, acechando desde el exterior o brotando desde dentro, criaturas, seres y entes varios protagonizan los relatos de esta antología, en la cual la evasión del lector llegará en compañía de monstruos.

Monstruos que nacen del odio, del anhelo, de la necesidad, de la locura, de la desesperación, de la codicia; monstruos que surgen de las profundidades de mares inexplorados, de los abismos del tiempo, de las tinieblas que ahogan y corrompen el alma humana; monstruos creados en un laboratorio, invocados mediante ritos ancestrales, replicados virtualmente. Monstruos que atacan, ¿o se defienden? ¿Quién puede juzgar la naturaleza monstruosa de una criatura que lucha por su propia supervivencia?

¿Acaso tú, que acechas desde el otro lado de estas páginas, no llevas un monstruo en tu interior?

Puedes juzgarlos, puedes enfrentarte a ellos, puedes sucumbir frente a su maldad o maravillarte ante su poder. Quizá te identifiques con alguno de ellos. No importa el resultado, se trata de que disfrutes de este viaje en compañía de monstruos.

Publicado por Suseya Ediciones (enlace de compra aquí)

190 páginas, 15×21, tapa blanda. Precio 15 €

Relatos y autores:

La rosa de plata, por Ginés J. Vera

La semilla, por Nieves Guijarro Briones

Adminículo Transversal Redundante De Supercopia Añadida (T.A.R.A.S.C.A), por J. Javier Arnau Moreno

Las Hilanderas, por Xuan Folguera

La escama negra, por Francisco Torpeyvago

Y la luna me sonríe..., por Athman M. Charles

El abrazo de las llamas, por Laura Blanco Villalba

El mar de la intranquilidad, por Beatriz T. Sánchez

Garras y colmillos, por Bea Magaña

Los retoños de Pétrelar, por Esteban Dilo

Diario de la noche, por Milos de Azaola

Te dejo el enlace de compra en esta entrada, aunque también lo encontrarás en la columna derecha de la página, porque me gusta ver a todos mis «niños» publicados ahí juntitos.

Me ha gustado volver a compartir noticias literarias aquí. Ojalá pronto pueda traer más, aunque espero que la siguiente sea la publicación de otra novela. Por lo pronto, ya estoy trabajando en ello.



domingo, 14 de septiembre de 2025

Normalicemos el uso de las palabras políticamente incorrectas

Mira, me vas a perdonar, pero usar las palabras «pene», «miembro», «sexo», «pubis» o incluso (horror de los horrores) «genitales» en una escena de sexo explícito es ridículo.

Lo haces porque la palabra «polla» es grosera y tal, pero debo insistir: En. Una. Escena. De. Sexo. Explícito. Siento vergüenza ajena, en serio.




Vaya por delante que desde hace cuatro años leo casi exclusivamente ficción gay (que, aunque no te lo creas, no se limitan a historias románticas chico-chico o novelas homoeróticas, porque dentro de la ficción gay hay de todo: romance, sí, mucho, juvenil, young adult, maduro, enemies to lovers, hugh comfort, a fuego lento, con diferencia de edad, con relaciones poliamorosas, o tóxicas, con sexo vainilla o gusto por el BDSM, o totalmente blancas, en fin, todo lo que puedes encontrar dentro del género romántico típico, esto es, con parejas heterosexuales; pero también hay fantasía, ciencia ficción, terror, thriller, histórica...) y por eso hago alusión a la palabra «polla», pero el comentario sirve para cualquier novela que contenga escenas de sexo explícito.

Pero a lo que iba.

Todo tiene su momento, incluso las palabras.

A propósito de mi comentario (en realidad, un post de Facebook que escribí en febrero, pero que por circunstancias que no vienen al caso no llegué a traer al blog, y que ahora que tengo tiempo recupero porque alguien tenía que decirlo) sobre el uso de ciertas palabras menos groseras para designar el órgano sexual masculino a la hora de describir el acto sexual en una novela erótica o romántica hot (o un thriller con escenas subiditas de tono, que no porque no exista una relación con final feliz vamos a dejar a los personajes a pan y agua), quiero hablar un poco sobre el uso de los sinónimos.

Primero de todo: todas las palabras cuentan, ¿vale? Todas son legítimas, todas están ahí para que las utilicemos. Y dependiendo de tu carácter, en una conversación fuera de una novela puedes preferir decir «pene» para no resultar grosero, o puedes decir «polla» porque es tu forma de hablar, igual que puedes ir a un bar y pedir una cerveza o una birra, o ir a una farmacia y pedir una caja de profilácticos o una de condones. Que viene a ser lo mismo, pero parece que lo primero es más políticamente correcto que lo segundo. Y a mí lo políticamente correcto me suda la polla, la verdad. Cada uno habla como quiere o como puede o como ha aprendido, lo que sea. Quien se escandalice al oír según qué palabras es que nunca se ha leído el diccionario de pe a pa.

Pero estamos hablando de literatura. Estamos hablando de narrar según qué tipo de escenas. Y hay escenas que requieren cierto lenguaje, el más crudo, porque el políticamente correcto está fuera de lugar y te corta el rollo, te saca de la escena.

En una escena de sexo explícito, las palabras «miembro», «sexo» y «pene» suenan ridículas. Que las usemos para no resultar repetitivos está bien, que sea vea que tenemos vocabulario y sabemos emplear sinónimos. Pero que las usemos para evitar llamar a las cosas por su nombre es hasta ofensivo. Las cosas se llaman como se llaman, y si suenan bonito o feo depende de la percepción de cada persona, o de su educación, o de su tolerancia, o de su puritanismo, o de su mente más o menos abierta, yo qué sé. La mierda no va a oler mejor por que la llames caca o heces, y un beso no va a ser más romántico por llamarlo ósculo, no sé si me explico.

Hay que normalizar el uso de las palabras que algunas personas dicen que son feas, por favor.

Luego está el tema del narrador. No es lo mismo un narrador omnisciente que cuenta la historia con un lenguaje más pulido que un narrador en primera persona que habla con su propia voz. Si el tipo en cuestión es un tanto repipi, puede que diga que va al excusado, si es recatado, o tímido, puede que diga que va al baño (cosa absurda, si lo piensas, porque el baño sugiere higiene personal, no alivio de la vejiga o de los intestinos, pero digamos que es una acortación del término «cuarto de baño», así que aceptamos barco), pero la gente de a pie dice que va al váter. Y no pasa nada, todo el mundo entiende la palabra, ¿no? Del mismo modo, un narrador del tipo estirado y finolis usará el término «felación», mientras que el otro, el que te habla de tú a tú y te cuenta su historia con pelos y señales, sin pudor y de forma explícita, usará la palabra «mamada».

Pongamos una escena en la que el protagonista está hablando con sus padres. Estos le recomiendan que no tenga sexo sin protección. O relaciones sexuales. Está bien. Son los padres, y bastante vergüenza estarán pasando con la conversación de marras como para ser más explícitos. Ahora pongamos que el protagonista está hablando con sus colegas, o con su hermano mayor. Lo que le dirán es que folle siempre con condón. En ningún caso los padres, el hermano mayor o los amigos van a utilizar el término «copular». Por favor. En. Ningún. Caso. Está tan fuera de lugar que te sacaría completamente del clímax. Sí, es un juego de palabras, pero me entiendes, ¿no?

No todo lo que leo contiene escenas de sexo explícitas, algunas pasan por alto el momento, o pasan por él de puntillas, o lo describen de forma metafórica, o se centran más en las sensaciones que en el acto en sí. Y está bien. Dependiendo del tono de la novela, el momento íntimo de los protagonistas requerirá una descripción u otra. No es obligatorio que haya una escena de cama descrita de forma explícita como en las pelis de los ochenta o los noventa (como ejemplo, Terminator, que era obvio que se iban a acostar, porque si no de qué forma iban a engendrar al futuro líder de la resistencia, pero tampoco era necesaria la escena, al menos para mi gusto). Pero si decides incluirla, descríbela usando las palabras correctas. Por favor.