REENCUENTRO
Aquí estás, tal como
suponía, como esperaba. Aquí estás, después de tanto tiempo de
silencio. Aquí estás, como te he imaginado infinidad de veces:
sorprendido, intrigado, expectante. La emoción que veo en tus ojos
me dice que no me has olvidado. Tu silencio me invita a tomar la
iniciativa y romper el hielo.
No digo nada. Hay tantas
cosas que desearía decirte, que no sé por dónde empezar.
Igual que cuando escribo
historias: la primera frase siempre es la que más me cuesta
encontrar.
Mentiría si dijera que
no me gana la emoción. Mi corazón late con tanta fuerza que sus
latidos apagan las voces de la multitud que nos rodea. Te observo
desde la seguridad que me brinda la escasa distancia que nos separa,
y me aparto unos pasos del stand junto al que me encontraba esperando
a que me firmaran el libro que acabo de comprar. Los recuerdos se
agolpan en mi cabeza. Tardes de verano, libros dedicados, historias
compartidas. Lo que significaba la palabra nosotros.
Me doy cuenta de que no
he superado tu ausencia.
Aquí estás, con tu
carita de hombre encantador, cierta expresión desvalida, la emoción
brillando en tus ojos y esa sonrisa que amo curvando los labios que
sigo besando en mis fantasías.
El bullicio se me
antoja música de fondo. Como en las películas, sonido de violines
en la escena del reencuentro. Doy un paso hacia ti, con una sonrisa
que no logras interpretar pero que te anima a acercarte un poco.
Pero sólo un poco,
porque sigues cargando con esa indecisión que te caracteriza y que
tanto daño me ha causado. Una vez te dije que a ti te lo perdonaba
todo. Supongo que te estás preguntando si he olvidado mis propias
palabras.
Algunas personas
empiezan a percibir el hilo invisible que mantiene nuestras miradas
conectadas. Las más sagaces aventuran, el resto presiente, pero no
acierta a imaginar. Conocidos de ambos observan el tímido
acercamiento con curiosidad e interés. Numerosos testigos para un
reencuentro que promete ser épico.
Por fin abres la boca y
me saludas. Sonrío. Meses desaparecido, fingiendo que no existo, que
nunca me has conocido, y ahora que vuelves a verme te acercas como si
nunca te hubieras marchado sin despedirte, como si no me hubieras
roto el corazón.
Las conversaciones se diluyen, convertidas en murmullos de anticipación. La música de violines se vuelve suave, sugerente. Sin embargo, me taladra los tímpanos. Debería haber imaginado las notas de un piano, me resultan más relajantes e inspiradoras.
No respondo a tu
saludo, pero camino un par de pasos en tu dirección; animado por mi
sonrisa, avanzas a mi encuentro. Los espectadores se apartan, dejando
un pasillo libre de obstáculos. Nos acercamos un poco más. Abro un
poco los brazos, dándote a entender que estoy receptiva. Indeciso,
respondes a mi gesto.
Igual que en los viejos
tiempos.
Extiendo el brazo, las
puntas de mis dedos quieren rozar tu mejilla. Mis ojos brillan
excitados; ves lágrimas de emoción en ellos y te creces. Sabes que
caeré en tus brazos sin remedio.
Y bajas la guardia.
El primer impacto te
hace trastabillar. Con los ojos abiertos por la sorpresa miras el
puño que vuelve a buscar ese rostro que he deseado acariciar durante
todo este tiempo. Te apartas, pero no lo suficientemente deprisa. Mi
rodilla alcanza su objetivo y te doblas en dos. Jadeando, no puedes
evitar el empujón final, el que te lanza al suelo de espaldas.
Tampoco puedes impedir que pronuncie las palabras que destrozan tu
reputación y explican a tus conocidos la clase de hombre que eres.
Todo el mundo observa la
escena impresionado. Y es curioso, porque tú eres el que que yace
humillado y yo la que se yergue desafiante, pero las miradas de apoyo
y de admiración van dirigidas a mí. Me río a carcajadas.
—¿Pero qué te pasa?
Parpadeo y miro hacia mi
derecha. Ana me ha pillado riéndome en voz alta.
—Nada, estaba
escribiendo una historia.
Ana frunce el ceño.
Sobre la mesa hay un cenicero, dos tazas de café y mi paquete de
tabaco. Ningún cuaderno a la vista. Me mira extrañada y sonríe.
—¿Sin papel?
Asiento, y me señalo la
cabeza.
—Aquí —digo.
Ana comprende. Es mi
amiga, me conoce, sabe cómo funciona el proceso creativo; cuando
escribir es un acto tan necesario y mecánico como respirar, no tener
un bolígrafo a mano no es un inconveniente.
—Léemela —me pide.
Sabe que tengo una memoria casi fotográfica y que soy capaz de
recordar sin problemas la escena que acabo de imaginar.
Se la cuento tal como la
he leído en mi cabeza. Palabra por palabra, como si realmente la
tuviera delante, escrita en un papel. Ana escucha con atención. Al
principio se ríe. Luego vuelve a arrugar la frente.
—¿Venganza?
—pregunta.
Me encojo de hombros.
—¿Por qué no? A
veces las historias con final feliz no son posibles.
—Eres escritora;
puedes hacer que sí lo sean.
—Cierto. Pero yo
escribo lo que me sale del corazón. Y en estos momentos eso es lo
que mi corazón siente. ¿Sabes? A veces, escribir es la mejor
terapia contra la tristeza. Y a veces, el único modo de liberar la
rabia.
La rabia es mejor que el
vacío. Hace tiempo que comprendí que el vacío es el culpable de
mis bloqueos, y cuando no puedo escribir es como si muriera.
¿Que por qué escribo?
Deja que te pregunte
algo: ¿por qué respiras?
Final alternativo.
(…) Me río a
carcajadas.
—¿Pero qué haces?
Parpadeo y miro hacia mi
derecha. Miér... coles. Mi jefe me ha pillado riéndome sola en voz
alta.
—Eeee... nada, limpiar
los cristales —disimulo.
—Y hablar sola, como
de costumbre —me recrimina.
Suspiro. Cómo
explicarle que estaba escribiendo...
—¿Sin papel?
—No necesito papel.
Tengo un cerebro, ¿sabes? Hiperactivo, además. Imagino historias todo el tiempo. No puedo evitarlo.
Mi jefe sacude la cabeza
y pone los ojos en blanco.
—Tú no estás bien de
la cabeza, te lo digo yo.
Paso de explicarle cómo
funciona el proceso creativo. Mi jefe, como la mayoría de la gente
que no me conoce, no entiende que crear historias y respirar son
prácticamente lo mismo para mí: una necesidad, y algo que hago sin
pensar. No elegí ser escritora: nací con esa capacidad.
De nuevo a solas, reviso
la escena en mi cabeza. ¿Venganza? O la muerte de la inocencia y el
comienzo de un nuevo capítulo. Bien, a veces los finales felices sí
son posibles. Cuando llegue a casa la pasaré al papel. Ésta no va
a quedarse sólo en mi cabeza.
¿Que por qué escribo?
Porque cuando escribo
puedo ser lo que yo quiera. Cuando escribo, puedo hacer que el mundo
sea como yo lo deseo.
Si estoy muy cabreada,
puedo destruirlo.
Y a veces, si estoy
inspirada, soy capaz de mejorarlo.
Me encanta la razón por la que escribes, pero te falta un personaje en la historia, el que me dijiste que debería parar tu rabia en ese momento... jeje...
ResponderEliminarAna, tú mejor que nadie sabes en qué punto se encuentra Z. No es el momento de detener a la rabia, sino de hacer algo provechoso con ella ;)
EliminarMe encanta ... 8)
ResponderEliminarAsí me gusta, críticas demoledoras sin tapujos (jajaja)
EliminarGracias, grandote ;)
¡Una manera increíble de explicar el proceso creativo! ¡Genial Bea! Tu prosa es inmejorable. ¡Un beso!
ResponderEliminarSiempre mejor con un relato que de palabra, ya sabes ;)
EliminarGracias por venir, Pat. Besos!!!
(creo que todo es mejorable, espero demostrarlo con Z)
...y porque nos imaginamos vivir en ese mundo que nos gustaría, pero ese solo, lo escribimos en nuestra cabeza y para nosotros.... quizás por que hay personas que necesitan perderse en tus mundos y tus letras.... o porque una vez atrapado, no se puede salir... pero sobre todo, porque siempre es un placer, leerte!! :)
ResponderEliminary por eso escribo también, mi querida Cleo.
EliminarGracias siempre, mi valiente leona :)