Ya sabes por qué escribo. Te lo expliqué en mi última entrada. Lo hice de una forma poco convencional, con un relato que improvisé para la ocasión. Se me da mejor escribir historias que hablar.
Escribo porque lo necesito tanto como respirar. Escribo porque no puedo evitarlo. Escribo porque nací con esa capacidad.
Escribo desde los diez años. Ocho novelas terminadas y otras tantas a medias, esperando en un cajón a que mi Musa recuerde qué era lo que quería transmitir a través de ellas, son el balance de treinta años haciendo lo que más me gusta, lo que no puedo dejar de hacer.
Sin embargo, a veces he sufrido bloqueos, y he estado largas temporadas sin ser capaz de escribir una sola línea. Durante esas temporadas, no he respirado bien, ni me he sentido viva.
Muchos escritores hablan de sus bloqueos. Todos los tenemos, no soy una excepción. Problemas personales, preocupaciones, inseguridades, falta de trabajo o de tiempo... muchas son las causas que provocan un bloqueo.
Yo he tardado en descubrir qué es lo que provoca mi incapacidad para narrar historias. Volviendo la vista atrás, he comprendido que la causa de mis bloqueos es siempre la misma. Mi problema es que escribo con el corazón. Por eso, cuando se me rompe el corazón, cuando el vacío que siento es tan inmenso que todo a mi alrededor se vuelve oscuridad, no soy capaz de comunicarme por escrito. Porque ¿qué se puede sacar del vacío más absoluto?
Hoy te dejo un relato especial. Y es especial por dos motivos. Yo no escribo relato corto, me resulta tremendamente difícil contar una historia en pocas palabras, todas mis novelas tienden a cobrar vida propia y ninguna tiene menos de cien páginas. De hecho, Z nació de esa imposibilidad mía para resumir. Lo que pretendía ser un relato de seis páginas para un concurso se ha convertido en una novela que está a punto de llegar a la página noventa, y aún no he terminado de escribir la primera parte. Que fuera capaz de improvisar un relato lo convierte en especial para mí. Pero además sirvió para explicar de dónde nacen todos mis bloqueos, y cómo comprendí que es precisamente del Vacío de donde nacen todas las cosas.
Por eso te lo dejo aquí, sólo tienes que pinchar en el enlace, te llevará hasta el blog de Thèramon, al cual pertenece. Te invito a que lo leas. Se llama Laudaner. También podría haberlo titulado Cómo crear a partir del Vacío.
Incluso mientras duró mi gran Bloqueo, escribía. Párrafos sueltos, casi siempre, porque ni siquiera en mis momentos más oscuros he sido capaz de dejar de hacer lo que hago por inercia. Pero esos párrafos se han ido convirtiendo en historias. Y aunque ninguna de ellas está terminada, porque el trabajo me deja muy poco tiempo para dedicarme a escribir, poco a poco van tomando forma, algunas en mi cabeza y otras, sí, en el procesador de textos.
Hoy quiero decirte que ningún bloqueo es para siempre. Que no te desanimes si de pronto no te ves capaz de enfrentarte a la página en blanco. Que la Musa nunca se marcha, aunque problemas y dudas varias te impidan escucharla. Si, como yo, naciste para contar historias, nada te impedirá hacerlo el resto de tu vida, salvo tú mismo. No te rindas. No es un consejo, es una petición. No te rindas.
Como me dice una personita muy especial, "todo lo que escribes nace de ti, y de ahí no puede salir nada malo".
Una entrada fantástica, me has emocionado y me he visto representada en tus palabras.
ResponderEliminarBesazos!!
Que puedo decir... Como siempre Genial, Bea.
ResponderEliminarno tengo palabras prima para esta entrada, si digo que me ha encantado me quedo corta
ResponderEliminarLos bloqueos a veces llegan, son inevitables. Pero lo importante es que pasen y no se detengan mucho tiempo, que hay mucho que contar.
ResponderEliminar¡Saludos hermana de mundos!
Como siempre fantástica.
ResponderEliminarQue no se te olvide nunca.<3