domingo, 12 de mayo de 2013

Recomendados: El Encanto del Cuervo, de María Martínez

Hoy inauguro una sección llamada Recomendados, en la que voy a hablarte de los libros que he leído y me han marcado, inspirado, enseñado o motivado. La lista es larga, porque más de treinta años dan para muchas lecturas, si bien en los últimos años ha habido muy pocas novelas que se hayan llevado un Aprobado Con Nota de mi parte. La máxima puntuación que le puedo dar a un libro es la de Magnífico o Excelente. Casi todos los títulos que llevan esta nota son clásicos, pero en mi estantería de Favoritos hay varios Excelentes de reciente publicación, y algunos he tenido la fortuna y el honor de corregirlos yo misma.


El título Recomendado que hoy te traigo es una novela Magnífica que sale a la venta el día 15 de este mes. ¡Tres días!, y me muero por tenerla en mis manos. Se titula El Encanto del Cuervo, y su autora es María Martínez, que se dio a conocer con su novela Pacto de Sangre, autopublicada en amazon, y que ha conseguido con su prosa que Ediciones B publique varias de sus novelas. Talento, eso es lo que tiene esta maravillosa escritora a la que tengo el honor de llamar amiga. Y bien puedo decirlo yo, que he corregido otras tres novelas suyas. 

Considero que El Encanto del Cuervo merece la calificación de Magnífica por varios motivos. Posee una prosa ágil que engancha y emociona, una historia imaginativa que conmueve y sorprende, personajes llenos de vida, muy buenos diálogos y descripciones, y un giro inesperado al final que te deja con la boca abierta. El hecho de que la autora sea amiga mía no influyó en mi valoración. Te recuerdo que yo corregí esta novela. Más que leerla, casi la diseccioné.

Te dejo la portada y la sinopsis para que vayas abriendo boca. En esta ocasión María Martínez nos trae una historia juvenil-adulta de corte paranormal que nos habla de la magia, los sueños, el destino, la traición y el poder del amor. Confieso que mis preferencias literarias son el terror y la fantasía más que el romance, pero María tiene una forma de escribir que leería una novela erótica si la escribiera ella, trata el amor con mucho acierto, y es capaz de hacer que me enamore de sus personajes tanto como de su prosa.





Abby siempre ha vivido con su madre, viajando de una ciudad a otra; nunca han permanecido más de cuatro meses en un mismo lugar; jamás ha tenido amigos cercanos, ni ha asistido a un baile de graduación, ni ha tenido un sitio al que llamar hogar. Pero cuando su madre muere repentinamente en un terrible accidente, la vida de Abby cambia por completo. Acogida por un hombre extraño que dice ser su padre, Abby se instala en el pueblo de Lostwick, en el sur de Maine. En apariencia es una existencia ideal, con amigos y familia y un lugar al cual pertenece. Pero hay algo en quienes la rodean, en especial en el guapo e irritante Nathan, que le produce una cierta desconfianza. Y lo peor, las pesadillas que atormentan a Abby constantemente no solo no cesan, sino que se intensifican. En medio de una nueva realidad, confrontar el pasado y enfrentarse con un destino implacable que viene a cobrarse promesas hechas siglos atrás y que reclama su sangre.







Y aquí tienes el book-trailer:







Y ahora que ya he llamado tu atención y (espero) haber picado tu curiosidad, te diré que tienes dos formas de conseguir esta novela. La tradicional, a partir del 15 de mayo, que es cuando sale a la venta. Y la que nos ofrece María en su blog, participando en un concurso. Pincha en el enlace para más información, y ¡¡suerte!!




PARTICIPA EN EL CONCURSO



Talento, imaginación, constancia, trabajo y paciencia. Las claves del éxito. María Martínez es la prueba de ello. Y me siento muy orgullosa de mi amiga y compañera de letras, y muy feliz de comprobar que mis sobrinitos literarios tienen tanta calidad como buena acogida. 
Te mereces todo el éxito del mundo, hermanita <3




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viernes, 10 de mayo de 2013

Rae, Plutón, Euro y 1984



Hace mucho, mucho tiempo, antes de que el mundo se moviera, como diría Rolando de Gilead, los niños mirábamos los mapas del cielo y contábamos nueve planetas. En España hablábamos un idioma que se llamaba castellano. Contábamos nuestros ahorros en pesetas, y sabíamos que con una peseta no ibas a ningún lado, pero con un millón podías comprarte un coche. Decíamos: hola, amigos, y nadie se sentía sexualmente discriminado. Y en el colegio nos enseñaban que algunas palabras átonas se acentuaban dependiendo del significado que tuvieran, para distinguirlas de la misma palabra inacentuada, que significaba otra cosa.

Esto ocurrió en una época muy antigua, más o menos cuando los dinosaurios caminaban por la Tierra y a las personas que no seguían las normas establecidas por aquéllos que mandaban las quemaban en hogueras acusadas de brujería. O ésa es la sensación que me da, que ha pasado muchísimo tiempo, porque la evolución no es cosa de un día, y por aquí todo parece haber evolucionado muchísimo. Tanto, que no sé si me he pasado los últimos cien años durmiendo o si estoy viviendo en el mundo distópico que Orwell recreó en su novela 1984.

Resulta que en la época actual los planetas de nuestro sistema solar son ocho, el idioma que se habla en España se llama español, nuestra moneda se llama euro y ya nadie puede presumir de escribir con total corrección porque lo que hasta hace nada era correcto hoy es todo lo contrario. Y da igual si lo que quieres decir es que no tienes compañía o que tal cosa es lo único que puedes hacer, has de utilizar la misma palabra para decir dos cosas diferentes.

Entiendo que la evolución es necesaria. Y creo que toda evolución requiere su tiempo. Soy una persona que se siente cómoda con lo que conoce y que no asume los cambios con facilidad. Soy de las que piensan que si algo funciona no hay motivos para cambiarlo. Pero los que mandan siempre tienen que estar cambiando las cosas, y al ciudadano de a pie no le toca otra que acatar y renovarse o convertirse en un paria.

Bien, pues acepto ciertos cambios, porque no me queda más remedio, y ahora pago con euros, aunque si pienso en cifras muy elevadas (como, por ejemplo, el precio de un piso) sigo contando en pesetas. Sé que no soy la única. Y digo que sí, que vale, que sólo hay ocho planetas, aunque nadie me va a hacer olvidarme de Plutón, me da igual a qué categoría lo hayan relegado. Y ya no utilizo los prefijos (auto, súper, semi, anti, ex...) unidos al nombre con un guión, sino que escribo palabras muy largas que empiezan con lo que antes era un prefijo y no uso los guiones a menos que esté escribiendo diálogos (y hablo de los guiones largos o rayas (—), que los de toda la vida (-) no valen, algo que no he sabido hasta que no he empezado a escribir al ordenador, porque a mano no tienes en cuenta el tamaño y porque en la máquina de escribir no había guiones de varios tipos); y uso las comillas españolas (« ») o la cursiva en lugar de las comillas de toda la vida (“ ”). Porque hay cambios que no matan, y a los que no me cuesta habituarme, dado que ahora utilizo un teclado en lugar de un bolígrafo.

Aunque sigo diciendo i griega en lugar de ye; y sigo pensando que castellano es lo que se habla en España y español lo que se habla en Sudamérica; y escribo whisky, tal como lo he visto escrito desde que era pequeña (cuando mi abuelo trabajaba en la fábrica del DYC) y como lo sigo leyendo en las etiquetas de las botellas, sí, las del whisky español por excelencia. Y sigo acentuando la palabra guión, porque así es como la pronuncio, y como tengo por costumbre. Porque hay costumbres que no pueden desaparecer de la noche a la mañana, por mucho que los que mandan se empeñen en modificar nuestros hábitos y nuestro instinto.

Es como ser zurdo y que te aten la mano izquierda a la espalda para que escribas con la diestra, como todo el mundo. Lo harás en clase, lo harás delante de la gente, pero cuando estés en casa, a solas, escribirás con la izquierda, porque tu cerebro dará esa orden sin contar contigo ni con los que mandan.

El protagonista de 1984 era una especie de funcionario que tenía un trabajo rutinario y tedioso. E inquietante, o así me lo pareció cuando leí el libro. Se dedicaba a reescribir la Historia, según le ordenaban, según les interesaba a los que mandaban. Así, la guerra que había mantenido su país con un país vecino durante años desaparecía de los libros de Historia y de los periódicos, porque en un momento dado no convenía que se recordara esa guerra, y se inventaba una guerra con otro país, y se incluía en los archivos, hubiera o no tenido lugar esa nueva guerra.

Cuando pienso en Plutón, me imagino que hay un tipo reescribiendo esa parte de la Historia de nuestro sistema solar. Pero ¿cuántos hay como yo, que siguen recordando al pequeño y lejano planeta? Si te piden que enumeres los planetas, así, en frío, sin pensar, ¿dirás los nombres de ocho planetas, o se te colará el de Plutón antes de darte cuenta de que, sin que aciertes a comprender el motivo, los que mandan lo han sacado de la lista?

Olvidar lo que tenemos bien grabado en el cerebro no es sencillo. La evolución no se consigue en un par de años.

Como te he dicho varias veces, yo escribo de forma casi automática. Las palabras se escriben solas, y se escriben como me enseñaron de pequeña, con sus acentos, aunque ahora los que mandan digan que ya no se han de poner. Creo que acabarán quemándome en la hoguera, por rebelde y por no acatar las nuevas normas. Pero es que esas normas todavía no han llegado a la mayoría, y muchos no saben si son reglas de verdad o sólo recomendaciones, creo que estamos todos un poco perdidos, claro, no tenemos un chip en el cerebro que actualice la información automáticamente, ni un aparatito que nos avise de cuándo la Rae hace un cambio, algunos nos enteramos por la prensa, por las redes sociales o porque de pronto leemos una novela recién publicada y notamos que está «llena de errores».

Y luego viene alguien y te dice que no, que la que lo está haciendo mal eres tú, y que no puedes criticar a otros escritores por no ser más cuidadosos con sus textos si tú eres la primera que va poniendo faltas de acentuación en tu blog. ¡Caramba!

Como te he dicho en más de una ocasión, le doy mucha importancia a escribir correctamente. Y como puedes ver en este texto, soy la primera que «comete faltas», ¿o no te has dado cuenta de que acentúo ciertas palabras que tú ya no acentúas? Ahora te digo que corrijo novelas de otros y seguro que te me lanzas a la yugular, ¡pues valiente correctora estás hecha, si eres incapaz de adaptarte a las nuevas normas impuestas por la Rae! Y te diré que sí, que tienes tus razones para criticarme. Y yo las mías para seguir haciendo las cosas como siempre las he hecho. La costumbre, amigo, la costumbre...

Te diré que, cuando corrijo las obras de otros, me adapto a lo que ellos han decidido; que no acentúan sólo y los pronombres, pues elimino todos los acentos que se les hayan escapado. Que sí los acentúan, pues pongo acentos donde faltan. Que a la hora de publicar su novela cada uno verá lo que hace la editorial con sus acentos. Por mi parte, en mis textos seguirás viéndolos. No lo hago por rebeldía, sino por costumbre. Critícame si quieres; mientras se permita esa práctica, si bien se recomiende escribir la frase de modo que no haya lugar a confusiones, yo seguiré escribiendo como he hecho toda la vida. Soy demasiado vieja para cambiar mis hábitos.

Si mañana una editorial decide apostar por una de mis obras, y el corrector de la editorial elimina los acentos que yo no he sido capaz de no poner, lo aceptaré sin protestar. Y dentro de unos años, quién sabe, puede que al fin la evolución me haya alcanzado y escriba como ordenan los que mandan. Pero la evolución no es cosa de un día. Supongo que eso lo entiendes. Quizás a ti también te sucede.

Quiero ser ejemplo de mis palabras. Insisto en que escribamos correctamente, en que aprendamos a puntuar, en que utilicemos bien este idioma tan rico que tenemos. Pero tampoco se trata de ponerse excesivamente tiquismiquis. Si escribes ballet, parquet, ticket, whisky, footing o parking, porque eres incapaz de leer balé, parqué, tique, güisqui, fútin o parquin sin que te entre la risa tonta o se te pongan los pelos de punta de puro espanto, ¿por qué poner el grito en el cielo si ves sólo, ése, ésta o aquéllos en un texto? Es mucho peor ver una coma detrás de un sujeto, cuatro puntos suspensivos en lugar de tres, expresiones como enjuagarse las lágrimas, errores como sobretodo (por sobre todo), sin fin (por sinfín), a penas (por apenas), enmedio (por en medio), sinó (por si no), tí (¡uf!), o la misma palabra repetida varias veces en un párrafo, evidenciando un importante desconocimiento de nuestro vocabulario y de la gran gama de sinónimos que nos ofrece nuestro idioma.

Hay cosas que son de manual; otras, que vamos aprendiendo con la práctica y la lectura; y otras, las menos importantes pero de las que más se habla últimamente, quizás porque son normas nuevas y hay que darles difusión y crear polémica, que todos adaptaremos a nuestra base de datos cerebral y que corregiremos con el tiempo (o cuando los que mandan decidan que no es sólo una recomendación, sino una verdadera norma).

Estoy muy agradecida a Raúl por su mensaje privado, por su crítica y por la conversación que mantuvimos ayer y lo que ésta me ha hecho reflexionar. No suelo recibir críticas, pero cuando alguien me señala un error le doy las gracias. Un apunte como el suyo me ayuda a corregir un error cometido por despiste, si bien no tiene el poder de formatearme el cerebro y hacerme olvidar cuarenta años de aprendizaje como si el tipo de 1984 los hubiera borrado de los archivos. Plutón ya no forma parte de la élite planetaria, pero no ha dejado de existir en el espacio, ni en nuestra memoria. No me lapides por ser incapaz de abandonar ciertos hábitos de la noche a la mañana.

domingo, 5 de mayo de 2013

Las claves del éxito


Cuando tenía quince años y estaba escribiendo mi segunda novela, cierta persona vino a burlarse de mi afición y a tratar de desmotivarme.
—Para escribir hay que ser mayor — me dijo—. No puedes escribir sobre los sentimientos si nunca has tenido una relación, ni describir ciudades en las que nunca has estado, no puedes inventarte lo que nunca has vivido.
Esa persona no había leído más de tres libros en toda su vida, creo. Pero a los quince años yo ya había leído muchos: cuentos para niños y novelas para jóvenes, best-sellers, biografías, poesía, obras de teatro, y a los clásicos, todo lo que caía en mis manos, incluso libros que no debería haber cogido de la estantería de mis abuelos, porque no eran para una niña de mi edad. Pronto descubrí que a través de los libros puedes ver, sentir, vivir todo lo que seguramente no conocerás a lo largo de tu vida, o lo que tardarás en conocer. 

Un libro bien escrito es tu mejor maestro. Una historia bien descrita es mejor que un millar de fotografías. Unos personajes bien desarrollados se convierten en tus mejores amigos o en tus más odiados enemigos. La palabra tiene un gran poder. 

A los quince años no vas a escribir un best-seller, ni una gran obra reflexiva y profunda, como mucho puedes conseguir una historia entretenida, incluso una historia con moraleja. Pero si logras que tu novela tenga las partes bien definidas y desarrolladas, que la trama sea interesante y la prosa enganche, que no queden hilos sueltos al final y que las dos o tres personas que vayan a leerla se emocionen, entonces puedes sentirte orgulloso, porque habrás conseguido lo que muchos escritores superventas no son capaces de hacer, aunque sus nombres sean más que conocidos y el tuyo no lo haya oído nadie jamás.
Si, además, a esa edad ya eres capaz de escribir sin faltas de ortografía, de puntuar correctamente y no repetir palabras ni conceptos, entonces no hay dudas: naciste para ser escritor. Y cuentas con una de las más importantes claves del éxito, créeme.

Escribo novela desde los doce años. He probado con la poesía, y con el relato corto, pero no son lo mío: por un lado, me cuesta muchísimo resumir; por otro, a mi Musa no le gusta que le ponga límites. Cada una de mis ideas podría explicarse en una docena de páginas, pero todas ellas acaban convirtiéndose en novelas largas. Escribo por instinto, casi de manera automática. Reviso mis novelas para buscar incoherencias en la historia, pero no necesito corregirlas, dejé de cometer faltas ortográficas a los diez años (la última palabra que se me resistió fue exagerar, que me empeñaba en escribirla con hache porque me parecía que de ese modo era más contundente). Cuando leo una novela que no es mía, la corrijo por inercia, no puedo evitarlo, me duelen los ojos cuando me encuentro un texto impreso con errores gramaticales. Opino que todo escritor que se jacte de serlo debería cuidar tanto su prosa y su estilo como su presentación.

Si hubiera podido estudiar una carrera, habría escogido Filología. Ahora tendría un título universitario, y podría trabajar como correctora. Pero no pude estudiar en la universidad. Así que corrijo por hobby, sin cobrar por mi trabajo, no acepto encargos y cuando decido corregir una novela  no permito que me pongan plazos. Tengo un trabajo que consume la mayor parte de mi tiempo, y mis propias novelas que escribir, no puedo dedicarme a la corrección, lo hago en mis ratos libres, y lo disfruto mucho. Ahora mismo hay una docena de novelas publicadas que han pasado por mis manos. Me siento orgullosa cuando veo mi nombre en la página de agradecimientos. Me siento honrada cuando los autores que me han confiado sus trabajos dicen que soy la mejor, Bea la supercorrectora.

Soy una lectora muy exigente. Insisto mucho en el tema de la presentación, de las faltas, de los acentos y la puntuación. Puede que llegues a leer alguna de mis novelas y pienses "pues vaya mierda de historia", porque no a todo el mundo le gusta la Fantasía Épica, o el romance, o el terror. Yo misma tengo mis preferencias en cuanto a géneros. Pero mi prosa no te dejará indiferente, y tendrás que admitir que escribo con total corrección. Si eres lector, lo agradecerás. Si eres escritor, espero que te fijes en ello y comprendas la importancia de escribir bien. Una buena historia deja de serlo si está mal contada y mal escrita, del mismo modo que una prosa impecable no mejora una mala historia.

Te hablaré de las novelas que he corregido. De las novelas que no he podido terminar de leer, bien porque la historia era totalmente inverosímil o incoherente, bien porque la prosa era tan chapucera que me sangraban los ojos y se me retorcían las tripas. Podemos hablar acerca de las claves del éxito, si quieres. No me juzgues porque no tenga ninguna novela publicada; jamás me han rechazado un manuscrito, porque nunca he enviado ninguno. Siempre he escrito por placer y por necesidad, para mí y para mis amigos más cercanos; y aunque mi sueño desde niña ha sido publicar y vivir de lo que escribo, hasta hace un par de años no me sentía preparada para asomarme al mundo y decir en voz alta que soy escritora, y mostrar mi trabajo. Ahora ya lo estoy. Ahora puedo hablar de mi experiencia, y de lo mucho que todavía me queda por aprender, especialmente del mundo editorial.

Tengo muchas cosas que contarte, tantas, que no sé por dónde empezar. Así que dejaré que mi Musa me guíe, como siempre. Ella sabe cómo poner por escrito lo que pienso y lo que siento. 

También puedes aportar tu granito de arena. Si quieres dar tu punto de vista sobre un tema relacionado con la escritura o con la publicación, ponte en contacto conmigo a través de mi mail, que verás en el lateral de este blog, y colgaré tu artículo o tu reflexión. Trabajemos juntos. La colaboración entre autores es otra de las claves del éxito.