miércoles, 31 de diciembre de 2014

2014, un año de retos cumplidos


Se acaba otro año y toca hacer balance. Porque es una tradición, o algo así. No sé, yo lo hago porque hoy es mi cumpleaños, más que nunca hoy se acaba un ciclo para mí y empieza uno nuevo. Si cumpliera años cualquier otro día, elegiría ese día para hacer balance, por eso de no hacer lo mismo que el resto del mundo, ya sabes que lo mío no es seguir las tradiciones ni las modas. Pero en este caso no tengo excusa para evitar recordar lo que me ha dado el año que se nos va; o quizás debería decir: lo que he hecho con el año que estamos a punto de despedir.

La Bea de hace un par de años te diría que no he hecho gran cosa durante estos trescientos sesenta y cinco días. Esa Bea era demasiado negativa y autoexigente, y vivía frustrada la mayor parte del tiempo, por eso del quiero y no puedo. Querer escribir y no poder escribir, y echarle las culpas a un bloqueo que dejó de ser tal en 2011, aunque estuvo dando coletazos otros dos años por motivos que hoy me parecen idiotas, si bien en su momento eran tan válidos como los que hoy me doy para mostrarme optimista. Hay cosas malas que nos gustaría que jamás nos hubieran pasado, pero que tenían que ocurrir para que aprendiéramos ciertas lecciones importantes, para fortalecernos y centrarnos y tomar las decisiones que nos llevarán hasta el lugar en el que debemos estar. Claro que eso no lo comprendemos hasta que ha pasado cierto tiempo y miramos hacia atrás desde nuestra nueva posición —o debería decir postura— y nos damos cuenta de cuánto hemos perdido y cuánto hemos ganado. Y vemos que lo perdido no era realmente importante, mientras que lo ganado es cuando menos valioso. Valioso porque lo hemos conseguido con esfuerzo, con dolor, con valentía y con decisión. Por poco que sea eso que hemos conseguido, siempre que sea un avance ya será un gran logro.

Yo no he hecho grandes cosas este año. No he escrito ni publicado una nueva novela, por ejemplo. No he conseguido un contrato con una editorial ni tengo agente literario, por ejemplo. No he obtenido beneficio económico con la literatura, ni como autora ni como correctora, por ejemplo. Y sin embargo he hecho mucho, comparado con lo que hice el año pasado. Porque los logros personales no se miden comparándolos con los éxitos de los demás, sino con los propios. Y si el año pasado salí dos veces de casa para asistir a sendos eventos y conocí a muchos compañeros de letras y corregí una veintena de textos y publiqué una novela que ya estaba escrita, y con eso me sentía contenta, porque ya era un avance, entonces puedo decir que este año me he superado con creces.

He corregido una veintena de novelas y antologías. Le he dedicado más tiempo a los textos de otros que a los míos. Pero corregir me ha ayudado a no procrastinar y a mantener un ritmo de trabajo, ya que trabajar en textos ajenos siempre es mejor que no trabajar en nada. Corregir ha tenido muchas otras cosas buenas, claro. Como correctora oficial de La Pastilla Roja Ediciones fui invitada al FFF —de esto te hablé en la No-Crónica, así que no voy a entrar en detalles—, y ese viaje me aportó muchísimo, además de que me hizo muy feliz volver a reunirme con amigos muy queridos y conocer a otros a los que llevaba tiempo queriendo dar un abrazo.

He asistido a tres eventos. Dos en Barcelona y uno en Madrid. En los tres he hablado en público. Lo habré hecho mejor o peor, eso no es relevante. Lo que importa es que lo he hecho. Que me he atrevido a salir de casa, a viajar, a presentarme ante un montón de desconocidos y a acercarme a saludar enfrentándome a mi timidez, a coger un micrófono y hablar sin morirme de la vergüenza.

Y entre corrección y corrección he ido escribiendo. Relatos, no gran cosa, historias cortas que, no obstante, han sido otro logro, puesto que hasta hacía un año yo era la niña que no sabía resumir. Enfrentarme a la narración breve y conseguir crear historias completas en pocas páginas es algo de lo que me siento muy orgullosa como autora, porque era algo que nunca había sabido hacer —y esto no es del todo cierto, aunque yo estaba convencida de que sí lo era: este año, buceando entre carpetas antiguas, descubrí que durante mi adolescencia ya me había atrevido con la narración breve y que no lo había hecho mal del todo, aunque hoy no te enseñaría ninguno de esos relatos; no porque fueran malos, sino porque eran taaaaan inocentes que me da vergüenza leerlos, jajaja—. También ha sido interesante jugar con el tono, con los tiempos verbales, con la voz narrativa y con la forma; ninguno de mis relatos se parece a los demás, y eso puedes verlo en los que ya han sido publicados: desde la prosa más clásica y elegante hasta la más irreverente y gamberra, homenajeando a Lovecraft y a King en dos relatos y retomando mi estilo de hace veinte años para volver más tarde a mi estilo actual, el que me lleva hacia Thèramon. Hay más relatos que podrás leer el año que viene, si todo va bien, y verás que cada uno es único y distinto a los demás. Esa diversidad también me hace sentir muy orgullosa de mi trabajo.

He participado en muchas antologías. Cinco de ellas ya han sido publicadas, y sería hipócrita si no alardeara de ello. Porque, como a todo escritor, me gusta ver mis obras en tus manos, ya sea en papel o en formato digital. Así que me vas a permitir que las ponga aquí, porque no dejan de ser mis logros literarios de este año, aunque yo no sea una persona dada a presumir.



Sin embargo, quiero insistir en lo que te digo siempre: yo no escribo para alimentar mi ego. Mola mucho participar en antologías, claro que sí, que te llamen para pedirte un relato o que te presentes a un certamen y resultes escogido por la calidad de tu trabajo es genial, te hace sentir muy bien; pero si escribes porque lo necesitas tanto como respirar, la mayor satisfacción la encuentras al escribir un buen relato. Como correctora, he leído y visto de todo: textos tan pulidos que apenas me han dado trabajo, y otros tan llenos de faltas ortográficas e incluso de fallos argumentales que me han hecho cuestionarme las prioridades de muchos que se llaman escritores. Porque, a ver, se supone que tu propósito es que te publiquen, ¿no? Vale que no sepas poner la raya de diálogo, o que no conozcas la norma de los verbos no dicientes, o que se te cuele un acento donde no debe estar, o que al teclear escribas mal una palabra, o que el corrector del Word te juegue una mala pasada; pero confundir una proposición (hacia) con un verbo (hacía), abusar del gerundio por costumbre, utilizar cinco adverbios terminados en -mente en un párrafo de cuatro líneas, formular mal las frases e incluso dejarlas a medias, repetir hasta la saciedad una palabra que tiene una docena de sinónimos, ¡cambiarle el nombre a tu protagonista a la mitad del relato! Uf. A veces pienso que muchos no quieren escribir, sólo aparecer en el mayor número de publicaciones, y les da igual si sus textos no tienen la calidad suficiente.

Bien, pues yo no funciono así. Se me cae la cara de vergüenza si envío un relato que creo pulido al máximo y me señalan una errata que se me ha colado cuando traslado un párrafo porque me gusta pero no acabo de encontrarle el lugar —el método de cortar y pegar es traicionero, recuérdalo—, y jamás entrego un texto que no me convenza. Le doy vueltas a la historia hasta que veo que no queda ningún cabo suelto. No se me ocurriría presumir de un mal relato. Porque yo escribo para ser mejor cada vez, lo de publicar es algo que no me obsesiona. Mola, ya te lo he dicho, pero no es mi prioridad.

Mi prioridad era vencer definitivamente al bloqueo, dejarme de excusas, de miedos y de dudas, y ponerme a teclear aunque pensara que no tenía nada que contar, volver a conectar con mi musa y convertir las imágenes que me da en palabras, escribir con la soltura de los viejos tiempos, disfrutar creando. Y eso lo he conseguido. Me sigue costando arrancar, pero una vez encontrada la frase de inicio el resto tiende a salir solo, como antes de que el Nopuedo me dominara. Este año me he repetido todo el tiempo a mí misma que sí podía, hasta creérmelo. Y el camino que he elegido para esta batalla ha sido el de las antologías, porque eran un reto personal: buscar una historia que se ciñera a un tema concreto y a una extensión limitada por arriba tanto como por debajo, con un plazo de tiempo. Ya sabes, adoro trabajar bajo presión. Como te digo, casi siempre he apurado el plazo al máximo, pero he llegado a tiempo a todas. Diez retos conseguidos de doce aceptados, y los dos que me faltan vencen dentro de un par de meses.

Y aunque he ido apurando los plazos tanto por esa batalla interna que estaba librando como por las correcciones que se han llevado la mayor parte de mi tiempo, con lo que muchas veces he pensado que no estaba haciendo gran cosa este año, lo cierto es que si sumo todos los relatos casi puedo decir que he escrito una novela corta. Así que el año no ha estado mal ;)



Ya en la recta final de este año, me he visto obligada a dejar de aceptar retos, e incluso he tenido que abandonar proyectos en los que estaba metida, porque exigían de mí un tiempo que no podía dedicarles. Desaparecido el bloqueo, mi necesidad de escribir ha encontrado como aliada a las ganas de hacerlo, pero aún tengo correcciones pendientes, así que no puedo centrarme en lo mío mientras no cumpla mis promesas. Me ofrecí a corregir varios textos sin plazo, a mi ritmo, cuando pudiera, sabiendo los autores de dichos textos que si la Musa decía que tocaba escribir todo lo demás se iba a esperar. Puesto que esos autores fueron comprensivos y pacientes, yo, que soy una persona de palabra, cumpliré mi parte. Y luego diré basta y me dedicaré a lo mío.

Porque ha llegado el momento. Antes no estaba preparada, ahora ya sí. Quiero volver a Thèramon, y no podré hacerlo si no me pongo a escribir de nuevo, dejando a un lado los relatos y enfrentándome otra vez a la narración larga.

Así que, como ves, 2014 ha sido un buen año. Ha sido el año del renacer, de mi victoria sobre el bloqueo y la negatividad, sobre las dudas y el miedo que me impedían hacer aquello que me mantiene con vida y que me proporciona satisfacción personal y felicidad. Un año de retos cumplidos, de timidez superada, de reencuentros, de nuevos amigos, de progresos, aunque sean pasitos, pero tampoco tengo prisa, las cosas no se hacen bien cuando se hacen deprisa y de cualquier manera.

No sé qué me depara 2015. No sé si llegaré a escribir algo grande, ni si podré hablar de éxitos en lugar de logros. Sólo sé que estoy a punto de poner un pie en él y que lo voy a hacer sin miedo, con energía renovada y con mucha fe en mí misma y en mi capacidad. Mi máxima para el año que está a punto de empezar va a ser: hacer las cosas creyendo siempre que Sípuedo, y decir que no cuando vea que no puedo llegar a todas partes. ¿Contradicción? En absoluto. El Sípuedo es para mí, una forma de recordarme que el tiempo de las dudas y del miedo ha quedado atrás, diez retos cumplidos me avalan, el bloqueo ya no existe, ya no tengo excusa para no volver a escribir; pero uno no puede llegar a todas partes, y por mucho que te guste echar una mano o formar parte de un proyecto interesante debes pensar primero en lo que tú necesitas. Comprometerte a algo te obliga (moralmente) a cumplirlo, y eso supone dejar de lado lo que te hace más feliz, con lo que te creas una frustración innecesaria que con el tiempo te impide sentirte realizado, porque ni haces lo que te llena (escribir), ni disfrutas haciendo lo que te gusta (corregir).

Así que tienes que tomar una decisión. Y la mía ha sido empezar a decir No. No a aceptar más retos, No a formar parte de grupos de trabajo con los que no puedo comprometerme al cien por cien, No aceptar nuevas correcciones sin cobrar. Eso se llama priorizar, y es un camino muy saludable.

Veremos si me lleva al lugar que llevo tanto tiempo buscando.

Por lo pronto, amo y creo. Sí, de nuevo. Y a crear que voy ;)

Feliz 2015!!!

lunes, 29 de diciembre de 2014

¿Por qué escribes?


Me llamo Bea, y mi obsesión son los dragones. Mi pasión, las letras. Mi necesidad, escribir.

Así comenzaba la primera entrada que escribí en mi blog Historias de Thèramon, hace ya tres años. Por aquel entonces, no tenía ni idea de cómo funcionaba un blog. Tampoco sabía gran cosa de redes sociales, ni había descubierto Wattpad, ni conocía la existencia de Amazon. Lo único que tenía claro era que necesitaba escribir tanto como respirar, y que llevaba ocho años sin poder hacerlo. Yo, que escribí mi primera novela larga a los doce años, que tenía en mi haber ocho novelas terminadas, que era capaz de escribir a mano veinte hojas por las dos caras en una sola tarde, que no tenía más lectores que tres amigas de confianza y no me preocupaba no tenerlos porque escribía para mí, para mi propio disfrute, porque escribir era lo único que me hacía feliz, lo único que me hacía sentir viva, me encontraba sumida en el peor bloqueo que nadie se pueda imaginar. Un bloqueo tal que no era capaz de escribir ni una mísera postal de cumpleaños. Ni una breve entrada en mi diario. Yo, que durante toda mi vida había escrito con la naturalidad con la que tú respiras, llevaba ocho años sin poder respirar. Existía, pero no vivía, sólo vegetaba. Y se me ocurrió que abrir un blog y colgar en él mis historias podía ser una buena forma de romper ese bloqueo.

Funcionó. Durante un tiempo, al menos. Asomarme al mundo virtual fue mi primera batalla contra la timidez, eso para empezar. Pero sobre todo fue una ardua lucha contra las dudas y el miedo que me paralizaban cada vez que me enfrentaba a la hoja en blanco. No me resultó fácil escribir las primeras entradas, era como intentar volver a hablar tras muchos años de silencio, al principio tartamudeaba, pero poco a poco fui haciéndolo con más soltura. Como no tenía gran cosa que decir, pero mi necesidad de comunicarme era inmensa, me decidí a hacerlo de la mejor forma que sabía: contando historias. Compartir Thèramon con el ciberespacio fue liberador. Qué importaba que no me leyera nadie, me estaba comunicando tras muchos años de no poder hacerlo. Y lo que compartía era hermoso, y renació en mi interior el deseo de ver crecer mi mundo. Descubrir que de pronto tenía muchos seguidores que pedían más capítulos de la historia que iba compartiendo fue un subidón de entusiasmo que me ayudó a seguir creando. Semana a semana aparecían de la nada nuevos compañeros de viaje que decidían quedarse en el mundo que yo había creado, y recibía tanto afecto, tanto apoyo, que por primera vez escribí para otros en lugar de para mí misma, porque ellos sí creían en mí. Escribía porque su fe era mi fuente de energía, porque no tenía otro modo de agradecer su confianza en mi talento y en mi capacidad que creando, porque mi prosa les hacía soñar, porque Thèramon les hacía tan felices como a mí. No deseaba decepcionarles, así que escribía.

Durante varios meses creí que había encontrado el modo de vencer al bloqueo; nacieron tres nuevas Historias de Thèramon, renació mi ilusión, también mi deseo, y mi fe. Ama y cree, ése es uno de los lemas de Thèramon. Ama y crea, la consecuencia del primero. Y es que el amor es la fuente de toda creación.

Pero la felicidad no duró, el amor que me había devuelto la vida resultó ser falso, la confianza traicionada desembocó en una depresión que me llevó a aislarme de nuevo, y mi vacío era tan inmenso que no me sentía capaz de escribir nada, como en el pasado, porque ¿qué se puede sacar del vacío? Había salido de los Prados de las Fuentes Cristalinas y me había internado en el Desierto de la Desesperación. La frustración de ver que estaba decepcionando a cuantos habían creído en mí desembocó en un nuevo bloqueo. Y a pesar de que fueron muchísimos los que siguieron a mi lado, creyendo en mí y esperando a que me curase y volviera a compartir mis historias con ellos, yo no escribía. No tenía nada hermoso que compartir.

Me planteé abandonar. Me sentía un fraude, no era más que una vendedora de humo: escritora sin escritos, narradora sin historias. ¿A quién pretendía engañar? No merecía llamarme escritora.

Pero uno no puede dejar de ser lo que es, ni puede dejar de hacer aquello para lo que ha nacido. Cuando uno necesita escribir tanto como respirar, no puede decidir dejar de escribir. Tardé en darme cuenta de lo primero, pero era muy consciente de lo segundo. No deseaba volver a morirme. Tres Historias de Thèramon esperando a ser desarrolladas me decían a gritos que el bloqueo no era sino un espejismo, un monstruo que yo misma había creado y alimentado con miedos, dudas y excusas, un monstruo al que había vencido una vez, si bien sólo de manera superficial, y al que podía derrotar con empeño, coraje y testarudez. No poseía los dos primeros, vale, pero del tercero siempre he ido bien surtida, y me acordé de lo que solía decir en los viejos tiempos: Si no es por destino, será por cojones, pero será. Y de ahí nació mi otra máxima: Rendirse no es una opción.

Decidí enfrentarme a la depresión y vencerla. Me estaba consumiendo de pena, y eso no era sano. Creo que me asusté al ver que había perdido quince kilos en menos de siete meses. Qué niña tan estúpida, que venció al cáncer para dejarse morir voluntariamente veinte años más tarde. Ese pensamiento fue una especie de bofetada cósmica, y me hizo reaccionar. Así que un día dije ¡basta! y me obligué a ponerme en pie. Había vagado por el Pantano de la Tristeza durante demasiado tiempo, era hora de abandonarlo y continuar mi viaje. Quise volver a los bellos paisajes de Thèramon, invoqué a mis dragones, ellos quisieron mostrarme el camino. Pero no estaba preparada para regresar a la luz de Oreal. Primero debía luchar contra mi propio Skadûr. Y lo hice: sin pastillas, sin médicos, yo solita, armada con mi terquedad y con un teclado. Abandoné el blog de Thèramon de forma temporal y me sumergí en la escritura de Z. Miré a la Oscuridad a los ojos y le dije: Mira, tía, aquí mando yo; puedes dar por culo todo lo que quieras, pero tarde o temprano te aplastaré el cráneo, ya me has hecho perder demasiado tiempo. Fue como si cambiara de personalidad, sí. De la prosa clásica y musical de Thèramon pasé a... bueno, esa frase es un buen ejemplo. Pero es que cada historia requiere su propia voz, su propio tono, y la parte de tu corazón o de tus tripas que tengas para darle en ese momento.

Porque escribimos con el corazón, o escribimos desde las tripas. El que no lo hace así, el que no pone una parte de sí mismo en cada historia que escribe, no está creando mundos vivos, se limita a juntar letras que brillan durante un tiempo y acaban cayendo en el olvido. A veces, que ni siquiera llegan a brillar. Y esto te lo digo como lectora, no como escritora. De los casi cien autores que he leído este año, no más de una docena me han hecho vibrar con su prosa y sus historias. Y de esa docena, al menos la mitad no son populares ni venden miles de ejemplares; algunos son tan desconocidos como yo misma. Por si tenías la absurda certeza de que escritor es el que publica y vende. No, escritor es el que escribe porque lo necesita tanto como respirar.

Mi necesidad me llevó a ponerme a prueba. Z me había ayudado a arrancar, pero a mitad de la novela me quedé estancada, porque las tripas y el corazón no acababan de ponerse de acuerdo. Así que volví a no poder escribir. Otra vez alimentando al monstruo que no es real, ¿te das cuenta? Para no sumirme en la apatía y caer en la procrastinación, me dediqué a corregir textos de otros. Sin cobrar, ya sabes, me gusta ayudar y además me servía de terapia. Pero no me sentía completa. Así que abrí el despacho, que lleva cerrado desde aquel suceso que originó el bloqueo, y rescaté una de mis viejas historias, le lavé la cara, la dejé bonita y la fui subiendo por capítulos a Wattpad. Ya que no estaba preparada para volver a Thèramon, usé ese camino para volver a comunicarme. Y sucedió lo mismo que con el blog de Thèramon, sólo que a menor escala. Muchos seguidores, vale, muchos votos y mucho apoyo, pero faltaba ese subidón de entusiasmo que había sentido antes y que había despertado a mi energía creadora. Tenía las ganas, pero me faltaban la ilusión y la fe. O la motivación. O lo que fuera que me sirviera de empujón y me ayudara a arrancar.

Así que decidí dar un paso más. Y me llevé esa novela a Amazon. Porque necesitaba probarme a mí misma. Necesitaba descubrir que si me salía mal yo seguiría entera, que si Amazon era una mala opción no pasaba nada, que con o sin lectores yo podía seguir escribiendo. Y necesitaba saber si a los lectores de Thèramon les gustaba mi otro estilo, porque no estaba segura de saber encontrar el camino de vuelta al mundo que ellos amaban.

Dudas, dudas todo el tiempo. Pero la aventura me sirvió para confirmar lo que mi corazón ya sabía, por más que mi cabeza dudara: que un escritor gusta por su prosa, independientemente del género que toque. Descubrí que no estaba sola, es más, descubrí que estaba más arropada de lo que había podido imaginar. Y eso me dio fuerzas, y me dio valor.

Pero no era vender lo que me interesaba. Había ganado varios asaltos, pero me quedaba todavía mucho camino antes de poder decir que había superado definitivamente el bloqueo. Todavía me costaba arrancar, y era incapaz de terminar una novela. Así que me puse un nuevo reto: escribir historias cortas, aprender a resumir. Y escribí mi primer relato. Resultó un texto hermoso, muy de Thèramon, pero no era un relato propiamente dicho, porque no ocurría nada, era más bien una reflexión, un anhelo en forma de prosa bella y musical. Así que escribí un segundo, y luego un tercero. Decidida a conseguir un relato de verdad. Cosa que logré.

Y luego vinieron las antologías. Invitaciones a participar, plazos, límite de extensión, un tema concreto... Eso sí que era un reto. Así que fui aceptando. Y aunque llegué casi la última a todas ellas, llegué, que era de lo que se trataba. Me sigue costando arrancar, pero una vez sale la frase de inicio todo es más fácil, la historia se cuenta sola, como en los viejos tiempos, y vuelvo a disfrutar escribiendo como entonces. Sí, puedo decir que relato a relato he vencido al bloqueo. Ya estoy preparada para dar otro paso. Que será dejar de corregir a destajo para centrarme en mi trabajo, quizás una novela corta para coger ritmo antes de retomar una de las que dejé a medias cuando pensaba que era un fraude y que más me valía rendirme y aceptar que no era una escritora de verdad.

Me estoy alargando demasiado, como de costumbre. Pero no me preocupa, no mucha gente viene de visita a mi blog de autora, cada una de mis reflexiones es para mí misma, me sirven como terapia y como práctica de escritura, y las subo al blog para que no se pierdan, porque me ayudan a recordar las cosas importantes. Soy escritora, no puedo dejarlo. Escribo porque lo necesito tanto como respirar. Otra cuestión es con qué finalidad escribo.

Que mi confesión no te lleve a engaño: sueño con publicar y vivir de mis historias. Claro, todos los que escribimos tenemos ese sueño. Pero a mí no me vale con publicar cualquier cosa y de cualquier forma. Tampoco tengo prisa. Mi prioridad es volver a escribir como en los viejos tiempos, con aquella soltura, disfrutando cada minuto. Crear, eso es lo que me hace sentir viva. He estado muerta demasiados años. Ya no más.

Si esto que me hace sentir tan feliz me lleva a cumplir otros sueños, pues mejor que mejor, ¿no? De momento me está ayudando a curarme, y eso es lo que importa. Me da igual si nadie viene a leer mis reflexiones, las escribo para mí. Me da igual si en un certamen no seleccionan mi relato, haberlo escrito y haber cumplido el reto es suficiente recompensa. Me da igual si mi novela no se vende mucho porque no la promociono: se va vendiendo sola, y gusta a quien la lee, así que cumple su objetivo, yo me siento orgullosa de ella y me despreocupo de las listas y de los informes de ventas porque prefiero ocupar mi tiempo en seguir superando retos y avanzando pasitos. No cuelgo mis escritos en las redes sociales porque no necesito alimentar mi ego, porque he encontrado otros modos de comunicarme tan satisfactorios como compartir una de mis historias en un blog que no lee casi nadie, y porque soy muy celosa de lo mío, sí, eso también. Celebro cada avance, cada nueva reseña o comentario positivo (no he compartido ninguno negativo porque no los he recibido, pero todo se andará, je), cada relato seleccionado y publicado, por supuesto, sé que los que me quieren se alegran cuando les doy una buena noticia, del mismo modo que sus buenas noticias me hacen feliz. Pero no se acaba el mundo si un texto mío no gana un concurso, o no es seleccionado en un certamen, o no le ha gustado a determinado lector o reseñador. No por eso voy a decir en voz alta que me rindo, que lo dejo, que no merece la pena, que a partir de ahora ya no voy a enseñarle lo que escribo a nadie o que a partir de ahora ya no voy a volver a escribir nada. Porque no puedo dejarlo, y no quiero dejarlo. Porque escribir es lo que me hace más feliz en el mundo.

Y todo este rollo viene a ciertos comentarios que llevo leyendo durante todo este año, un año de antologías, de certámenes, de convocatorias. Que por qué mi relato se ha quedado fuera si era mejor que muchos de los que sí han entrado. Que paso de presentarme a la próxima porque aquí sólo entran los amigos del coordinador. Que el premio estaba concedido antes de que saliera la convocatoria. Que visto lo visto he decidido no seguir escribiendo. Blablabla...

¿Escribir es una cuestión de pasión o de ego? ¿Se trata de superarte a ti mismo cada vez o de competir y ganar a los que deberían ser compañeros de letras y conviertes en enemigos? ¿De tener cinco novelas llenas de erratas a la venta en Amazon o de trabajar, revisar y pulir una en la que pongas tu corazón o tus tripas para que no sea una más de esas miles de luces de brillo efímero? ¿Te lo has planteado alguna vez? ¿Conoces la respuesta?

¿Por qué escribes?

domingo, 28 de diciembre de 2014

Mi No-Crónica de una presentación doble.


Que siempre llego tarde es un hecho. Ya sabes que nací el último día del año. Lo llevo incluido en el lote, junto con esas dudas idiotas que me impiden ponerme a escribir y ese altruismo insano que me impulsa a ofrecer mi ayuda incluso antes de que me la pidan, motivo por el cual me cuesta tanto encontrar un momento para dedicarle a mi propio trabajo, incluyendo las actualizaciones del blog.

Pero estoy organizando mis prioridades, y he aquí el resultado: con tres meses de retraso, sí, pero cumplo mi promesa. Aquí va mi nueva No-Crónica. La de la doble presentación.

Ciudad: Barcelona. Fecha: sábado 4 de octubre de 2014. Lugar: Librería Black Mask-Consumición Obligatoria/ Librería Gigamesh. Evento: Presentación de la antología ¡Zombifícalo!






En esta ocasión, y por eso de que toda regla tiene una excepción, fui la primera en llegar al lugar de la cita. Era temprano, no había ni rastro de los compañeros de antología, así que dejamos a los comerciantes montando sus carpas y sus mesas (había una especie de feria o algo, porque cada uno iba preparando sus stands para después sacar sus productos a la calle) y nos fuimos a desayunar para hacer tiempo. Ana y yo nos sentamos en una plaza cercana a la librería y nos entretuvimos observando los preparativos de lo que fuera que tendría lugar más tarde, hasta que vi aparecer a los dos culpables de mi presencia en aquel lugar: Carlos Rodón y Laura López, el alma de Dissident Tales, a los que abordé cual fan enfebrecida, lanzándome al cuello de ambos con mi abrazo especial preparado, como si les conociera de toda la vida. Y es que después de tantos meses de trabajo en equipo, de risas y de buen rollo en ese mundo virtual y real al mismo tiempo que es Facebook, era como si de verdad nos conociéramos de siempre, y cuando me dominan la alegría y el entusiasmo se me olvidan las reglas de cortesía y me salen antes los abrazos que un seco hola y los dos besos de rigor que la gente da por costumbre, que ni son besos ni son nada ni trasmiten afecto alguno, motivo por el cual yo nunca los doy. Un abrazo marca la diferencia entre conocidos y amigos. Y a ellos dos se lo estaba guardando desde hacía tiempo.

Terminamos el café y nos dirigimos hacia la librería. Por el camino fuimos encontrándonos con los compañeros más madrugadores: David Arrabal y Miguel Chamizo. Saludos, abrazos, selfies para el recuerdo, y por más que buscaba dentro de mí la timidez y los nervios que siempre me han caracterizado, no los encontré. Definitivamente, ya no era la misma Bea que había viajado a Zaragoza un año atrás. Me estaba curando. El miedo estaba desapareciendo al mismo tiempo que el bloqueo. ¡Y eso era una buena señal!




Ya en la librería, mientras curioseaba en la planta baja, aparecieron los demás: Pepa Mayo, Emilio J. Bernal y Montiel de Arnáiz. La calle se iba llenando de curiosos y de amigos que habían venido a acompañarnos y apoyarnos. Hablé con unos y con otros (conversación muy interesante con Montiel, que en esos momentos se encargaba de la coordinación de Vampiralia) y en un momento de descuido desaparecí escaleras arriba, donde estaban los libros de Black Mask (librería que se vio obligada a cerrar sus puertas por culpa de la jodida crisis y a quien Consumició Obligatoria-Llibres de segona mà cedió un hueco en su local, porque a pesar de la jodida crisis hay gente buena que ayuda y que comparte, ¡ole por ellos!), y aproveché para hacer una foto desde el balcón.


Se acercaba el momento.

Pero antes de ocupar nuestro lugar en la mesa que nos habían preparado, había otro abrazo que llevaba semanas queriendo dar. Reunirme con mi mellizo fue, sin duda, lo mejor de ese día.


Y empezó la presentación. Antonio Sánchez Vázquez ofició de maestro de ceremonias, algo que ya se ha convertido en una costumbre, para delicia de autores y de público, y nos presentó a todos entre risas, porque tiene tanto talento para ganarse al público y hacernos reír a todos como para contar historias que sorprenden y llegan al corazón del lector (y esto no te lo digo porque sea mi mellizo y porque le quiera muchísimo, que le adoro, sino porque he leído sus novelas y muchos de sus relatos con los rotus en la mano y no ha habido ocasión en la que no me haya maravillado y dejado con la boca abierta). Tras su intervención, fuimos hablando los demás, explicando un poco cómo nos habían engañado para participar en esa antología y por qué habíamos elegido a nuestros personajes para zombificarlos.




Después, firmamos libros. Muchos.


Y nos hicimos la foto familiar.


Pero el día no había terminado. Quedaba la presentación en Gigamesh.



Debería ponerte aquí el vídeo de la presentación, pero soy incapaz de encontrar el enlace (es lo que tiene no hacer las cosas en su momento, cuestión que me he propuesto remediar el próximo año, pero de mis propósitos y mis decisiones te hablaré en la próxima entrada, que tampoco me gusta mezclar temas si puedo evitarlo). Así que me voy a conformar con una breve sesión de fotos.







Como ves, la sala estuvo llena, y las sonrisas que tenemos todos te darán una idea de lo bien que lo pasamos. Hablamos por segunda vez sobre nuestros relatos, en esta ocasión para un público nuevo, firmamos más ejemplares y nos reencontramos con viejos amigos. Mi abrazo para Jorge Herrero y para Julia Ortega, que siempre están ahí, con su cariño y su apoyo. Y mi agradecimiento para la gente de Gigamesh, que se portaron tan bien con nosotros como cuando estuvimos presentando Family Nightmares en junio. Estoy deseando volver de visita. A ver si el año que viene tengo la oportunidad de regresar. ;)