miércoles, 31 de diciembre de 2014

2014, un año de retos cumplidos


Se acaba otro año y toca hacer balance. Porque es una tradición, o algo así. No sé, yo lo hago porque hoy es mi cumpleaños, más que nunca hoy se acaba un ciclo para mí y empieza uno nuevo. Si cumpliera años cualquier otro día, elegiría ese día para hacer balance, por eso de no hacer lo mismo que el resto del mundo, ya sabes que lo mío no es seguir las tradiciones ni las modas. Pero en este caso no tengo excusa para evitar recordar lo que me ha dado el año que se nos va; o quizás debería decir: lo que he hecho con el año que estamos a punto de despedir.

La Bea de hace un par de años te diría que no he hecho gran cosa durante estos trescientos sesenta y cinco días. Esa Bea era demasiado negativa y autoexigente, y vivía frustrada la mayor parte del tiempo, por eso del quiero y no puedo. Querer escribir y no poder escribir, y echarle las culpas a un bloqueo que dejó de ser tal en 2011, aunque estuvo dando coletazos otros dos años por motivos que hoy me parecen idiotas, si bien en su momento eran tan válidos como los que hoy me doy para mostrarme optimista. Hay cosas malas que nos gustaría que jamás nos hubieran pasado, pero que tenían que ocurrir para que aprendiéramos ciertas lecciones importantes, para fortalecernos y centrarnos y tomar las decisiones que nos llevarán hasta el lugar en el que debemos estar. Claro que eso no lo comprendemos hasta que ha pasado cierto tiempo y miramos hacia atrás desde nuestra nueva posición —o debería decir postura— y nos damos cuenta de cuánto hemos perdido y cuánto hemos ganado. Y vemos que lo perdido no era realmente importante, mientras que lo ganado es cuando menos valioso. Valioso porque lo hemos conseguido con esfuerzo, con dolor, con valentía y con decisión. Por poco que sea eso que hemos conseguido, siempre que sea un avance ya será un gran logro.

Yo no he hecho grandes cosas este año. No he escrito ni publicado una nueva novela, por ejemplo. No he conseguido un contrato con una editorial ni tengo agente literario, por ejemplo. No he obtenido beneficio económico con la literatura, ni como autora ni como correctora, por ejemplo. Y sin embargo he hecho mucho, comparado con lo que hice el año pasado. Porque los logros personales no se miden comparándolos con los éxitos de los demás, sino con los propios. Y si el año pasado salí dos veces de casa para asistir a sendos eventos y conocí a muchos compañeros de letras y corregí una veintena de textos y publiqué una novela que ya estaba escrita, y con eso me sentía contenta, porque ya era un avance, entonces puedo decir que este año me he superado con creces.

He corregido una veintena de novelas y antologías. Le he dedicado más tiempo a los textos de otros que a los míos. Pero corregir me ha ayudado a no procrastinar y a mantener un ritmo de trabajo, ya que trabajar en textos ajenos siempre es mejor que no trabajar en nada. Corregir ha tenido muchas otras cosas buenas, claro. Como correctora oficial de La Pastilla Roja Ediciones fui invitada al FFF —de esto te hablé en la No-Crónica, así que no voy a entrar en detalles—, y ese viaje me aportó muchísimo, además de que me hizo muy feliz volver a reunirme con amigos muy queridos y conocer a otros a los que llevaba tiempo queriendo dar un abrazo.

He asistido a tres eventos. Dos en Barcelona y uno en Madrid. En los tres he hablado en público. Lo habré hecho mejor o peor, eso no es relevante. Lo que importa es que lo he hecho. Que me he atrevido a salir de casa, a viajar, a presentarme ante un montón de desconocidos y a acercarme a saludar enfrentándome a mi timidez, a coger un micrófono y hablar sin morirme de la vergüenza.

Y entre corrección y corrección he ido escribiendo. Relatos, no gran cosa, historias cortas que, no obstante, han sido otro logro, puesto que hasta hacía un año yo era la niña que no sabía resumir. Enfrentarme a la narración breve y conseguir crear historias completas en pocas páginas es algo de lo que me siento muy orgullosa como autora, porque era algo que nunca había sabido hacer —y esto no es del todo cierto, aunque yo estaba convencida de que sí lo era: este año, buceando entre carpetas antiguas, descubrí que durante mi adolescencia ya me había atrevido con la narración breve y que no lo había hecho mal del todo, aunque hoy no te enseñaría ninguno de esos relatos; no porque fueran malos, sino porque eran taaaaan inocentes que me da vergüenza leerlos, jajaja—. También ha sido interesante jugar con el tono, con los tiempos verbales, con la voz narrativa y con la forma; ninguno de mis relatos se parece a los demás, y eso puedes verlo en los que ya han sido publicados: desde la prosa más clásica y elegante hasta la más irreverente y gamberra, homenajeando a Lovecraft y a King en dos relatos y retomando mi estilo de hace veinte años para volver más tarde a mi estilo actual, el que me lleva hacia Thèramon. Hay más relatos que podrás leer el año que viene, si todo va bien, y verás que cada uno es único y distinto a los demás. Esa diversidad también me hace sentir muy orgullosa de mi trabajo.

He participado en muchas antologías. Cinco de ellas ya han sido publicadas, y sería hipócrita si no alardeara de ello. Porque, como a todo escritor, me gusta ver mis obras en tus manos, ya sea en papel o en formato digital. Así que me vas a permitir que las ponga aquí, porque no dejan de ser mis logros literarios de este año, aunque yo no sea una persona dada a presumir.



Sin embargo, quiero insistir en lo que te digo siempre: yo no escribo para alimentar mi ego. Mola mucho participar en antologías, claro que sí, que te llamen para pedirte un relato o que te presentes a un certamen y resultes escogido por la calidad de tu trabajo es genial, te hace sentir muy bien; pero si escribes porque lo necesitas tanto como respirar, la mayor satisfacción la encuentras al escribir un buen relato. Como correctora, he leído y visto de todo: textos tan pulidos que apenas me han dado trabajo, y otros tan llenos de faltas ortográficas e incluso de fallos argumentales que me han hecho cuestionarme las prioridades de muchos que se llaman escritores. Porque, a ver, se supone que tu propósito es que te publiquen, ¿no? Vale que no sepas poner la raya de diálogo, o que no conozcas la norma de los verbos no dicientes, o que se te cuele un acento donde no debe estar, o que al teclear escribas mal una palabra, o que el corrector del Word te juegue una mala pasada; pero confundir una proposición (hacia) con un verbo (hacía), abusar del gerundio por costumbre, utilizar cinco adverbios terminados en -mente en un párrafo de cuatro líneas, formular mal las frases e incluso dejarlas a medias, repetir hasta la saciedad una palabra que tiene una docena de sinónimos, ¡cambiarle el nombre a tu protagonista a la mitad del relato! Uf. A veces pienso que muchos no quieren escribir, sólo aparecer en el mayor número de publicaciones, y les da igual si sus textos no tienen la calidad suficiente.

Bien, pues yo no funciono así. Se me cae la cara de vergüenza si envío un relato que creo pulido al máximo y me señalan una errata que se me ha colado cuando traslado un párrafo porque me gusta pero no acabo de encontrarle el lugar —el método de cortar y pegar es traicionero, recuérdalo—, y jamás entrego un texto que no me convenza. Le doy vueltas a la historia hasta que veo que no queda ningún cabo suelto. No se me ocurriría presumir de un mal relato. Porque yo escribo para ser mejor cada vez, lo de publicar es algo que no me obsesiona. Mola, ya te lo he dicho, pero no es mi prioridad.

Mi prioridad era vencer definitivamente al bloqueo, dejarme de excusas, de miedos y de dudas, y ponerme a teclear aunque pensara que no tenía nada que contar, volver a conectar con mi musa y convertir las imágenes que me da en palabras, escribir con la soltura de los viejos tiempos, disfrutar creando. Y eso lo he conseguido. Me sigue costando arrancar, pero una vez encontrada la frase de inicio el resto tiende a salir solo, como antes de que el Nopuedo me dominara. Este año me he repetido todo el tiempo a mí misma que sí podía, hasta creérmelo. Y el camino que he elegido para esta batalla ha sido el de las antologías, porque eran un reto personal: buscar una historia que se ciñera a un tema concreto y a una extensión limitada por arriba tanto como por debajo, con un plazo de tiempo. Ya sabes, adoro trabajar bajo presión. Como te digo, casi siempre he apurado el plazo al máximo, pero he llegado a tiempo a todas. Diez retos conseguidos de doce aceptados, y los dos que me faltan vencen dentro de un par de meses.

Y aunque he ido apurando los plazos tanto por esa batalla interna que estaba librando como por las correcciones que se han llevado la mayor parte de mi tiempo, con lo que muchas veces he pensado que no estaba haciendo gran cosa este año, lo cierto es que si sumo todos los relatos casi puedo decir que he escrito una novela corta. Así que el año no ha estado mal ;)



Ya en la recta final de este año, me he visto obligada a dejar de aceptar retos, e incluso he tenido que abandonar proyectos en los que estaba metida, porque exigían de mí un tiempo que no podía dedicarles. Desaparecido el bloqueo, mi necesidad de escribir ha encontrado como aliada a las ganas de hacerlo, pero aún tengo correcciones pendientes, así que no puedo centrarme en lo mío mientras no cumpla mis promesas. Me ofrecí a corregir varios textos sin plazo, a mi ritmo, cuando pudiera, sabiendo los autores de dichos textos que si la Musa decía que tocaba escribir todo lo demás se iba a esperar. Puesto que esos autores fueron comprensivos y pacientes, yo, que soy una persona de palabra, cumpliré mi parte. Y luego diré basta y me dedicaré a lo mío.

Porque ha llegado el momento. Antes no estaba preparada, ahora ya sí. Quiero volver a Thèramon, y no podré hacerlo si no me pongo a escribir de nuevo, dejando a un lado los relatos y enfrentándome otra vez a la narración larga.

Así que, como ves, 2014 ha sido un buen año. Ha sido el año del renacer, de mi victoria sobre el bloqueo y la negatividad, sobre las dudas y el miedo que me impedían hacer aquello que me mantiene con vida y que me proporciona satisfacción personal y felicidad. Un año de retos cumplidos, de timidez superada, de reencuentros, de nuevos amigos, de progresos, aunque sean pasitos, pero tampoco tengo prisa, las cosas no se hacen bien cuando se hacen deprisa y de cualquier manera.

No sé qué me depara 2015. No sé si llegaré a escribir algo grande, ni si podré hablar de éxitos en lugar de logros. Sólo sé que estoy a punto de poner un pie en él y que lo voy a hacer sin miedo, con energía renovada y con mucha fe en mí misma y en mi capacidad. Mi máxima para el año que está a punto de empezar va a ser: hacer las cosas creyendo siempre que Sípuedo, y decir que no cuando vea que no puedo llegar a todas partes. ¿Contradicción? En absoluto. El Sípuedo es para mí, una forma de recordarme que el tiempo de las dudas y del miedo ha quedado atrás, diez retos cumplidos me avalan, el bloqueo ya no existe, ya no tengo excusa para no volver a escribir; pero uno no puede llegar a todas partes, y por mucho que te guste echar una mano o formar parte de un proyecto interesante debes pensar primero en lo que tú necesitas. Comprometerte a algo te obliga (moralmente) a cumplirlo, y eso supone dejar de lado lo que te hace más feliz, con lo que te creas una frustración innecesaria que con el tiempo te impide sentirte realizado, porque ni haces lo que te llena (escribir), ni disfrutas haciendo lo que te gusta (corregir).

Así que tienes que tomar una decisión. Y la mía ha sido empezar a decir No. No a aceptar más retos, No a formar parte de grupos de trabajo con los que no puedo comprometerme al cien por cien, No aceptar nuevas correcciones sin cobrar. Eso se llama priorizar, y es un camino muy saludable.

Veremos si me lleva al lugar que llevo tanto tiempo buscando.

Por lo pronto, amo y creo. Sí, de nuevo. Y a crear que voy ;)

Feliz 2015!!!

1 comentario:

¿No tienes nada que decir? ¡El mundo no es de los tímidos!