Me llamo Bea, y mi
obsesión son los dragones. Mi pasión, las letras. Mi necesidad,
escribir.
Así comenzaba la primera
entrada que escribí en mi blog Historias de Thèramon, hace
ya tres años. Por aquel entonces, no tenía ni idea de cómo
funcionaba un blog. Tampoco sabía gran cosa de redes sociales, ni
había descubierto Wattpad, ni conocía la existencia de Amazon. Lo
único que tenía claro era que necesitaba escribir tanto como
respirar, y que llevaba ocho años sin poder hacerlo. Yo, que
escribí mi primera novela larga a los doce años, que tenía en mi
haber ocho novelas terminadas, que era capaz de escribir a mano
veinte hojas por las dos caras en una sola tarde, que no tenía más
lectores que tres amigas de confianza y no me preocupaba no tenerlos
porque escribía para mí, para mi propio disfrute, porque escribir
era lo único que me hacía feliz, lo único que me hacía sentir
viva, me encontraba sumida en el peor bloqueo que nadie se pueda
imaginar. Un bloqueo tal que no era capaz de escribir ni una mísera
postal de cumpleaños. Ni una breve entrada en mi diario. Yo, que
durante toda mi vida había escrito con la naturalidad con la que tú
respiras, llevaba ocho años sin poder respirar. Existía, pero no
vivía, sólo vegetaba. Y se me ocurrió que abrir un blog y colgar
en él mis historias podía ser una buena forma de romper ese
bloqueo.
Funcionó. Durante un
tiempo, al menos. Asomarme al mundo virtual fue mi primera batalla
contra la timidez, eso para empezar. Pero sobre todo fue una ardua
lucha contra las dudas y el miedo que me paralizaban cada vez que me
enfrentaba a la hoja en blanco. No me resultó fácil escribir las
primeras entradas, era como intentar volver a hablar tras muchos años
de silencio, al principio tartamudeaba, pero poco a poco fui
haciéndolo con más soltura. Como no tenía gran cosa que decir,
pero mi necesidad de comunicarme era inmensa, me decidí a
hacerlo de la mejor forma que sabía: contando historias. Compartir
Thèramon con el ciberespacio fue liberador. Qué importaba que no me
leyera nadie, me estaba comunicando tras muchos años de no poder
hacerlo. Y lo que compartía era hermoso, y renació en mi interior
el deseo de ver crecer mi mundo. Descubrir que de pronto tenía
muchos seguidores que pedían más capítulos de la historia que iba
compartiendo fue un subidón de entusiasmo que me ayudó a seguir
creando. Semana a semana aparecían de la nada nuevos compañeros de
viaje que decidían quedarse en el mundo que yo había creado, y
recibía tanto afecto, tanto apoyo, que por primera vez escribí para
otros en lugar de para mí misma, porque ellos sí creían en mí.
Escribía porque su fe era mi fuente de energía, porque no tenía
otro modo de agradecer su confianza en mi talento y en mi capacidad
que creando, porque mi prosa les hacía soñar, porque Thèramon les
hacía tan felices como a mí. No deseaba decepcionarles, así que
escribía.
Durante varios meses creí
que había encontrado el modo de vencer al bloqueo; nacieron tres
nuevas Historias de Thèramon, renació mi ilusión, también mi
deseo, y mi fe. Ama y cree, ése es uno de los lemas de
Thèramon. Ama y crea, la consecuencia del primero. Y es que
el amor es la fuente de toda creación.
Pero la felicidad no
duró, el amor que me había devuelto la vida resultó ser falso, la
confianza traicionada desembocó en una depresión que me llevó a
aislarme de nuevo, y mi vacío era tan inmenso que no me sentía
capaz de escribir nada, como en el pasado, porque ¿qué se puede
sacar del vacío? Había salido de los Prados de las Fuentes
Cristalinas y me había internado en el Desierto de la
Desesperación. La frustración de ver que estaba decepcionando a
cuantos habían creído en mí desembocó en un nuevo bloqueo. Y a
pesar de que fueron muchísimos los que siguieron a mi lado, creyendo
en mí y esperando a que me curase y volviera a compartir mis
historias con ellos, yo no escribía. No tenía nada hermoso que
compartir.
Me planteé abandonar.
Me sentía un fraude, no era más que una vendedora de humo:
escritora sin escritos, narradora sin historias. ¿A quién pretendía
engañar? No merecía llamarme escritora.
Pero uno no puede
dejar de ser lo que es, ni puede dejar de hacer aquello para lo que
ha nacido. Cuando uno necesita escribir tanto como respirar, no puede
decidir dejar de escribir. Tardé en darme cuenta de lo primero,
pero era muy consciente de lo segundo. No deseaba volver a morirme.
Tres Historias de Thèramon esperando a ser desarrolladas me decían
a gritos que el bloqueo no era sino un espejismo, un monstruo que yo
misma había creado y alimentado con miedos, dudas y excusas,
un monstruo al que había vencido una vez, si bien sólo de manera
superficial, y al que podía derrotar con empeño, coraje y
testarudez. No poseía los dos primeros, vale, pero del tercero
siempre he ido bien surtida, y me acordé de lo que solía decir en
los viejos tiempos: Si no es por destino, será por cojones, pero
será. Y de ahí nació mi otra máxima: Rendirse no es una
opción.
Decidí enfrentarme a la
depresión y vencerla. Me estaba consumiendo de pena, y eso no era
sano. Creo que me asusté al ver que había perdido quince kilos en
menos de siete meses. Qué niña tan estúpida, que venció al cáncer
para dejarse morir voluntariamente veinte años más tarde. Ese
pensamiento fue una especie de bofetada cósmica, y me hizo
reaccionar. Así que un día dije ¡basta! y me obligué a ponerme en
pie. Había vagado por el Pantano de la Tristeza durante
demasiado tiempo, era hora de abandonarlo y continuar mi viaje. Quise
volver a los bellos paisajes de Thèramon, invoqué a mis dragones,
ellos quisieron mostrarme el camino. Pero no estaba preparada para
regresar a la luz de Oreal. Primero debía luchar contra mi
propio Skadûr. Y lo hice: sin pastillas, sin médicos, yo
solita, armada con mi terquedad y con un teclado. Abandoné el blog
de Thèramon de forma temporal y me sumergí en la escritura de Z.
Miré a la Oscuridad a los ojos y le dije: Mira, tía, aquí mando
yo; puedes dar por culo todo lo que quieras, pero tarde o temprano te
aplastaré el cráneo, ya me has hecho perder demasiado tiempo.
Fue como si cambiara de personalidad, sí. De la prosa clásica y
musical de Thèramon pasé a... bueno, esa frase es un buen ejemplo.
Pero es que cada historia requiere su propia voz, su propio tono, y
la parte de tu corazón o de tus tripas que tengas para darle en ese
momento.
Porque escribimos con el
corazón, o escribimos desde las tripas. El que no lo hace así, el
que no pone una parte de sí mismo en cada historia que escribe, no
está creando mundos vivos, se limita a juntar letras que brillan
durante un tiempo y acaban cayendo en el olvido. A veces, que ni
siquiera llegan a brillar. Y esto te lo digo como lectora, no como
escritora. De los casi cien autores que he leído este año, no más
de una docena me han hecho vibrar con su prosa y sus historias. Y de
esa docena, al menos la mitad no son populares ni venden miles de
ejemplares; algunos son tan desconocidos como yo misma. Por si tenías
la absurda certeza de que escritor es el que publica y vende. No,
escritor es el que escribe porque lo necesita tanto como respirar.
Mi necesidad me llevó a
ponerme a prueba. Z me había ayudado a arrancar, pero a mitad de la
novela me quedé estancada, porque las tripas y el corazón no
acababan de ponerse de acuerdo. Así que volví a no poder escribir.
Otra vez alimentando al monstruo que no es real, ¿te das cuenta?
Para no sumirme en la apatía y caer en la procrastinación, me
dediqué a corregir textos de otros. Sin cobrar, ya sabes, me gusta
ayudar y además me servía de terapia. Pero no me sentía completa.
Así que abrí el despacho, que lleva cerrado desde aquel suceso que
originó el bloqueo, y rescaté una de mis viejas historias, le lavé
la cara, la dejé bonita y la fui subiendo por capítulos a Wattpad.
Ya que no estaba preparada para volver a Thèramon, usé ese camino
para volver a comunicarme. Y sucedió lo mismo que con el blog de
Thèramon, sólo que a menor escala. Muchos seguidores, vale, muchos
votos y mucho apoyo, pero faltaba ese subidón de entusiasmo que
había sentido antes y que había despertado a mi energía creadora.
Tenía las ganas, pero me faltaban la ilusión y la fe. O la
motivación. O lo que fuera que me sirviera de empujón y me ayudara
a arrancar.
Así que decidí dar un
paso más. Y me llevé esa novela a Amazon. Porque necesitaba
probarme a mí misma. Necesitaba descubrir que si me salía mal yo
seguiría entera, que si Amazon era una mala opción no pasaba nada,
que con o sin lectores yo podía seguir escribiendo. Y
necesitaba saber si a los lectores de Thèramon les gustaba mi otro
estilo, porque no estaba segura de saber encontrar el camino de
vuelta al mundo que ellos amaban.
Dudas, dudas todo el
tiempo. Pero la aventura me sirvió para confirmar lo que mi corazón
ya sabía, por más que mi cabeza dudara: que un escritor gusta
por su prosa, independientemente del género que toque. Descubrí
que no estaba sola, es más, descubrí que estaba más arropada de lo
que había podido imaginar. Y eso me dio fuerzas, y me dio valor.
Pero no era vender lo que
me interesaba. Había ganado varios asaltos, pero me quedaba todavía
mucho camino antes de poder decir que había superado definitivamente
el bloqueo. Todavía me costaba arrancar, y era incapaz de terminar
una novela. Así que me puse un nuevo reto: escribir historias
cortas, aprender a resumir. Y escribí mi primer relato. Resultó un
texto hermoso, muy de Thèramon, pero no era un relato propiamente
dicho, porque no ocurría nada, era más bien una reflexión, un
anhelo en forma de prosa bella y musical. Así que escribí un
segundo, y luego un tercero. Decidida a conseguir un relato de
verdad. Cosa que logré.
Y luego vinieron las
antologías. Invitaciones a participar, plazos, límite de extensión,
un tema concreto... Eso sí que era un reto. Así que fui
aceptando. Y aunque llegué casi la última a todas ellas, llegué,
que era de lo que se trataba. Me sigue costando arrancar, pero
una vez sale la frase de inicio todo es más fácil, la historia se
cuenta sola, como en los viejos tiempos, y vuelvo a disfrutar
escribiendo como entonces. Sí, puedo decir que relato a relato he
vencido al bloqueo. Ya estoy preparada para dar otro paso. Que
será dejar de corregir a destajo para centrarme en mi trabajo,
quizás una novela corta para coger ritmo antes de retomar una de las
que dejé a medias cuando pensaba que era un fraude y que más me
valía rendirme y aceptar que no era una escritora de verdad.
Me estoy alargando
demasiado, como de costumbre. Pero no me preocupa, no mucha gente
viene de visita a mi blog de autora, cada una de mis reflexiones es
para mí misma, me sirven como terapia y como práctica de escritura,
y las subo al blog para que no se pierdan, porque me ayudan a
recordar las cosas importantes. Soy escritora, no puedo dejarlo.
Escribo porque lo necesito tanto como respirar. Otra cuestión es con
qué finalidad escribo.
Que mi confesión no te
lleve a engaño: sueño con publicar y vivir de mis historias. Claro,
todos los que escribimos tenemos ese sueño. Pero a mí no me vale
con publicar cualquier cosa y de cualquier forma. Tampoco tengo
prisa. Mi prioridad es volver a escribir como en los viejos
tiempos, con aquella soltura, disfrutando cada minuto. Crear, eso
es lo que me hace sentir viva. He estado muerta demasiados años.
Ya no más.
Si esto que me hace
sentir tan feliz me lleva a cumplir otros sueños, pues mejor que
mejor, ¿no? De momento me está ayudando a curarme, y eso es
lo que importa. Me da igual si nadie viene a leer mis reflexiones,
las escribo para mí. Me da igual si en un certamen no seleccionan mi
relato, haberlo escrito y haber cumplido el reto es suficiente
recompensa. Me da igual si mi novela no se vende mucho porque no la
promociono: se va vendiendo sola, y gusta a quien la lee, así que
cumple su objetivo, yo me siento orgullosa de ella y me despreocupo
de las listas y de los informes de ventas porque prefiero ocupar mi
tiempo en seguir superando retos y avanzando pasitos. No
cuelgo mis escritos en las redes sociales porque no necesito
alimentar mi ego, porque he encontrado otros modos de comunicarme tan
satisfactorios como compartir una de mis historias en un blog que no
lee casi nadie, y porque soy muy celosa de lo mío, sí, eso también.
Celebro cada avance, cada nueva reseña o comentario positivo (no he
compartido ninguno negativo porque no los he recibido, pero todo se
andará, je), cada relato seleccionado y publicado, por supuesto, sé
que los que me quieren se alegran cuando les doy una buena noticia,
del mismo modo que sus buenas noticias me hacen feliz. Pero no se
acaba el mundo si un texto mío no gana un concurso, o no es
seleccionado en un certamen, o no le ha gustado a determinado lector
o reseñador. No por eso voy a decir en voz alta que me rindo, que lo
dejo, que no merece la pena, que a partir de ahora ya no voy a
enseñarle lo que escribo a nadie o que a partir de ahora ya no voy a
volver a escribir nada. Porque no puedo dejarlo, y no quiero dejarlo.
Porque escribir es lo que me hace más feliz en el mundo.
Y todo este rollo viene a
ciertos comentarios que llevo leyendo durante todo este año, un año
de antologías, de certámenes, de convocatorias. Que por qué mi
relato se ha quedado fuera si era mejor que muchos de los que sí han
entrado. Que paso de presentarme a la próxima porque aquí sólo
entran los amigos del coordinador. Que el premio estaba concedido
antes de que saliera la convocatoria. Que visto lo visto he decidido
no seguir escribiendo. Blablabla...
¿Escribir es una
cuestión de pasión o de ego? ¿Se trata de superarte a ti mismo
cada vez o de competir y ganar a los que deberían ser compañeros de
letras y conviertes en enemigos? ¿De tener cinco novelas llenas de
erratas a la venta en Amazon o de trabajar, revisar y pulir una en la
que pongas tu corazón o tus tripas para que no sea una más de esas
miles de luces de brillo efímero? ¿Te lo has planteado alguna vez?
¿Conoces la respuesta?
¿Por qué escribes?
¿Esto lo has escrito tú o te has metido dentro de mi cabeza y has convertido en palabras mis pensamientos? Esos vaivenes de ánimo, ese sufrir cuando no escribes, porque no escribir es como no respirar y eso acaba matando, esa lucha interna constante las he vivido (y las vivo); yo perdí 20, en lugar de 16... Creo que nunca vas a dejar de vivir en esa montaña rusa, Bea, pero he aprendido que es eso, una maldita cima que cuesta un huevo remontar y que, en un segundo, te tira abajo sin previo aviso. ¿Y sabes qué te digo? Que no pasa nada, que como dices, si escribir es parte de ti, volverá tarde o temprano. Tenemos -las dos- que aprender a poner nuestra mirada un poco más allá de las palabras, las nuestras o las de otros, porque siempre habrá días grises y no hay que dejarse vencer por ellos. Buscar otros horizontes, algo que nos ayude a respirar cuando fallen las palabras.
ResponderEliminarTú sabes con qué novela empecé el año, ¿verdad? No salían dragones, pero me convenciste.
Besos
Esto más que un post parece un relato, y de los buenos. De los mejores que has escrito este año. Sabes que me encanta leerte, cuanto más mejor. Gracias por este regalo. Y sigue, siempre adelante. Muchos estamos contigo para levantarte si desfalleces, para darte la mano durante el viaje. Ya sabes que no es un camino fácil, pero no te vas a aburrir. Ahora menos que nunca porque no viajas sola. Besos y hasta muy pronto.
ResponderEliminarQue porque escribo? Pues por qué escribir me hace soňar, expresar todo aquello que me gustaría vivir,sentir.Es cómo entrar en un sueño el cual puedes dirigir hacia el lugar que tu deseas.Suelo escribir desde niňa (solo para mí) porque gracias a ello podía sobrellevar algunos problemas. Aňos después el escribir, me saco de un periodo de tristeza. Bea me encantó tu post.Un abrazo mi dragoncita adorada.
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