martes, 24 de junio de 2025

Usar la metaficción para enfrentarte a tus demonios

Anoche (víspera de Sant Joan) encendí una hoguera y eché en ella las excusas, las dudas, los miedos, la pereza y lo que sea que me lleva a procrastinar para evitarme la ansiedad que me produce enfrentarme a la página en blanco. Los eché ahí para que se quemaran, con el deseo de volver a escribir ardiendo en mi corazón.

Claro, el deseo por sí mismo no basta. Para que los deseos se cumplan, tienes que poner de tu parte. O sea, actuar. En mi caso: escribir.

Qué fácil es decirlo. Qué fácil aconsejar, alentar, incluso exigir que te dejes de excusas y teclees, aunque no sepas qué contar, cuando ignoras lo que se siente al enfrentarse a la página en blanco después de tantos años de silencio y de intentos frustrados. Pues cuenta lo que sientes, me han dicho más de una vez. Y lo hago, con menor o mayor acierto, en mis post diarios (el reto del que te he hablado, ese que llevo a cabo en Facebook). Pero nunca es nada literario, y nunca es suficiente.

A veces, sin embargo, abro el procesador de textos y cuento lo que siento. Y cuento cómo me siento. Lo hago poniéndome en la piel del personaje principal de una historia. Siendo yo el personaje, en realidad. Usar la metaficción para enfrentarte a tus demonios, o a modo de terapia. Funcionó con Voy a ser leyenda, así que ¿por qué no hacerlo de nuevo?

Desde 2016 he estado intentando volver a escribir historias largas. He escrito muchos primeros capítulos (y varios segundos y terceros y cuartos...) para historias que puede que nunca llegue a completar. No es que me falte imaginación, o inspiración. Pero ahora mismo tengo tantas novelas a medias que me resulta imposible elegir una para continuar escribiendo. Llevo años así, de hecho, por eso tengo tantas empezadas: como no sabía cuál elegir, empezaba otra. Escribía durante unas semanas, o unos meses, y luego, por diversos motivos (básicamente, esa depresión de la que ya te he hablado) lo dejaba, y la siguiente vez que lo intentaba, en lugar de seguir con esa historia, empezaba una nueva.

Mal hábito. Y decir que al menos lo intentaba no me sirve de consuelo, ni de aliciente.

En 2020 encendí el ordenador, abrí el procesador de textos y le dije a mi yo del pasado que me contara cómo se sentía. Mi yo de 2014 me habló a través de mis dedos en el teclado. Y lo que me contó es lo que te muestro hoy. En esa ocasión sí fue un texto literario. Y hoy, que he decidido que el deseo no es suficiente y que ya es hora de pasar a la acción, lo he rescatado y lo he traído a mi rincón de la blogosfera para recordarme a mí misma que lo que hice una vez puedo volver a hacerlo.

Es un poco largo, pero es bastante bueno. Así que, si me lees en Facebook, donde no cuento nada realmente interesante, confío en que lo leerás hasta el final. Espero que lo disfrutes. Puedes comentar, si quieres.


El primer reto. Febrero de 2014

Estaba volviendo a ocurrir.
    Al principio no hizo caso, decidida como estaba a salir de ese ciclo que ya duraba demasiado tiempo, y posó los dedos sobre las teclas con la esperanza de que ese simple gesto sirviera para obrar el milagro. Pero sus dedos no se movieron más allá de un ligero temblor, y al cabo de un minuto los retiró y se los frotó en las palmas todavía secas. «Puedo hacerlo», se dijo, «sólo tengo que creer en mí». Miró la pantalla, el cursor parpadeaba en la esquina superior de la página en blanco, esperando un destello de valor por su parte. Volvió a acercar las manos al teclado, el temblor era muy leve, podía ignorarlo. Visualizó la primera frase, se dispuso a escribirla. Pasaron varios segundos, un minuto, cinco, y el cursor siguió parpadeando, invitándola a que lo desplazara.
    —Vamos, Bea —se dijo en voz baja—. Que no eres nueva en esto, coño.
    Inspiró hondo y soltó el aire despacio, al hacerlo notó esa cosa en el estómago. No era un nudo, no era una bola, no era nada. Sin embargo, iba creciendo por momentos, y la experiencia le decía que si se empeñaba en seguir intentándolo acabaría ahogándola. Cerró las manos y apoyó los puños sobre su regazo. Sintió el temblor recorrer sus muslos, apenas una vibración que iba subiendo por su vientre y que no tardaría en reunirse con el nudo, la bola, la nada que crecía en la boca del estómago. Intuyó la primera náusea.
    El pánico se negaba a ser ignorado.
    Apretó los dientes con más rabia que desesperación.
    —Joder —masculló.
    Apoyó los pies en el suelo y la silla ergonómica rodó hacia atrás. Se levantó y se alejó de la mesa, del ordenador, del cursor que la animaba y de la página vacía que se burlaba de ella. Dio tres zancadas, el comedor se convirtió en cocina, abrió la nevera y buscó la botella de Cocacola, se sirvió un vaso. Con él en la mano, se dirigió a su habitación.
    Sentada en el borde de la cama, se fumó un cigarrillo mientras bebía el refresco a sorbitos. La cosa del estómago siguió ahí, pensó que tal vez debería intentar ahogarla con ginebra, ya que el refresco solo no la apaciguaba. Hizo una mueca de desdén hacia sí misma. Llevaba tantos años sin beber una gota de alcohol que estaba segura de que incluso una cerveza sin la dejaría inconsciente. Encendió otro cigarro y volvió al comedor. El humo tampoco anestesiaba al miedo, como no podía llenar el vacío de su pecho, pero en los viejos tiempos el acto de fumar mientras escribía se había convertido en una costumbre que el paso de los años no había conseguido desarraigar.
    Qué ironía, que lo hubiera perdido todo menos ese estúpido hábito.
    Dejó el cigarrillo en el cenicero y de nuevo posó los dedos sobre las teclas. Ahora el temblor de sus manos era evidente. La cosa del estómago comenzó su ascenso por el esófago, rumbo a la garganta. Volvió a tomar aire, sintió que no recibía el suficiente. Se miró las manos temblorosas, las palmas ligeramente húmedas, se llevó los dedos a la garganta y comprobó que su corazón latía con demasiada fuerza. Respiró despacio en un intento por ralentizar las pulsaciones. No iba a funcionar, se estaba ahogando.
    Al notar el primer pinchazo en la sien, se apartó de la mesa con brusquedad. Las ruedas de la silla recorrieron un metro escaso antes de que el sillón de lectura las obligara a detenerse. Se puso en pie y abrió la puerta que daba al balcón. Necesitaba aire.
    Hubo un tiempo en el que escribía con la misma naturalidad con la que respiraba. Ahora no era capaz de hacer lo primero y lo segundo le costaba, aunque al menos esto lo hacía por inercia pues seguía viva a pesar de que no se sentía viva.
    Apenas eran la seis y ya era de noche. El frío de febrero la cogió desprevenida y regresó al interior para buscar la bata. La había dejado encima de la cama. Sonrió un poco al ver que Covent la había encontrado primero y ahora dormía acurrucado sobre ella. Le dio pena moverlo y se sentó a su lado. Aun a riesgo de despertarlo, le acarició la cabeza con ternura.
    Covent abrió los ojos y la miró con aquellas pupilas redondas ribeteadas de oro que tanto amaba.
   —¿Qué me pasa, bebé? —preguntó en voz alta. No esperaba una respuesta, desde luego. Covent no era del tipo hablador—. ¿Por qué no puedo hacerlo? ¿A qué le tengo tanto miedo?
    Se sentía tan frustrada que deseaba llorar, pero las lágrimas se negaban a salir al igual que las palabras. Era como si hubiera perdido la capacidad para expresarse.
    Covent se irguió, se desperezó y se subió a su regazo. Apoyó la cabezota peluda en el pecho de su madre humana y comenzó a ronronear. Poco a poco, el ataque de ansiedad remitió.
    Veinte minutos después Bea regresó al comedor, pero ya no dispuesta a seguir intentándolo sino decidida a apagar el ordenador. «Lo lamento, melli, no puedo», pensó, y se sintió triste, y se sintió vacía. Era pronto para acostarse, podía leer un rato, o corregir algo. En lugar de apagar el equipo, cerró el procesador de textos y entró en Facebook. Tenía dos mensajes sin leer; uno era de aquella mañana, Athman le enviaba media docena de archivos para corregir, el otro era de Ana, lo había recibido hacía diez minutos.
    «Hola.
    Ya he llegado.
    ¿Te apetece ir a tomar algo?».
  No le apetecía, esa era la verdad. Acababa de beberse un vaso de refresco y la cosa del estómago le iba a impedir ingerir nada; además, ya era de noche y hacía frío, y la idea de vestirse y salir a la calle le daba una pereza enorme. Si Ana hubiera propuesto ir a verla, le habría dicho que sí sin dudar; pero hacía dos años que no subía a casa, desde que descubrió que era alérgica al pelo de gato. Por eso siempre quedaban fuera, en algún bar. Y era irónico que tuviera que ser así, porque Bea se pasaba la mayor parte del día en el restaurante y lo que menos deseaba al terminar de trabajar era meterse en otro sitio lleno de gente y de ruido. Pensó en los relatos que le había enviado Athman y estuvo a punto de utilizarlos como excusa para no tener que moverse del sillón. Luego maldijo su propia pereza. No tenía muchas ocasiones de ver a su amiga, porque trabajaba en Barcelona y no bajaba a Lérida todos los fines de semana, y cuando bajaba no siempre llegaba tan temprano como esa tarde, o tenía otros planes con otros amigos. Haciendo cuentas, recordó que habían pasado cinco semanas desde la última vez que fueron a merendar. Si le decía que no por pereza, quién sabía cuándo podrían volver a reunirse.
  Tecleó una respuesta afirmativa, apagó el ordenador y fue a su dormitorio a vestirse.
   Media hora después se sentaban a su mesa favorita del Guillermo. Hacía demasiado frío para pasear.
    Briggite se acercó a ellas con una sonrisa, las saludó —«Hola, chicas», y esto les encantaba, porque ya no eran precisamente jovencitas— y les preguntó si tomarían lo de siempre. Y para qué cambiar cuando lo conocido funciona y te aporta seguridad y bienestar. Mientras esperaban sus bebidas, Ana le contó cómo iban las cosas en su trabajo. Después le preguntó cómo le iba a ella.
    Ana no era especialmente habladora, en eso se parecía a Covent, y también en el hecho de que su presencia siempre la reconfortaba. Era la primera amiga que había hecho en esa ciudad y la única que se había quedado cerca cuando todos los demás fueron desapareciendo. Siempre estaba ahí, incluso cuando no estaba físicamente, y por ese motivo Bea le había dado una copia de la llave de su casa a pesar de que en el trabajo le dijeron que lo sensato era que la tuviera una de sus compañeras, por si le pasaba cualquier cosa. No les dijo que, si le ocurría algo, no deseaba que nadie que no fuera Ana tuviera acceso a sus cosas; no les dijo que no confiaba en ninguna de ellas. No confiaba en casi nadie, en realidad. En el trabajo guardaba las distancias tanto con sus compañeras como con los clientes, y no permitía que nadie traspasara la barrera invisible que había levantado hacía años para protegerse del mundo. Ana era la única persona con la que se sentía a salvo, y por eso nadie la conocía como ella, y con nadie se atrevía a mostrarse tal cual era, sin corazas ni camisetas de chica dura que ocultaran su vulnerabilidad y sus inseguridades.
    Ana era la única a la que podía confesarle que había vuelto a tener un ataque de pánico y una crisis de ansiedad.
    —Me han propuesto un reto —le dijo mientras Ana untaba mayonesa en el pan de su bratwurst.
    Su amiga la miró un segundo.
    —¿Quién?
    —Mellizo.
    Ana asintió levemente, en un gesto que parecía decir «Ya veo». Apoyó la cuchara con la que había estado esparciendo la mayonesa en el borde del plato de las patatas fritas y tapó su bocadillo.
    —¿Qué tipo de reto?
    —Quiere un relato mío. —De nuevo ese gesto. «Ya veo». Bea esbozó una mueca que no llegó a ser sonrisa y que parecía pedir disculpas—. Para una antología.
    Ana cogió su bratwurst y lo mordió. La miró mientras masticaba.
    —¿De qué va?
    Con la boca llena, la pregunta sonó a reproche. Bea se encogió de hombros.
    —Bueno, ya sabes que hemos hablado muchísimo durante los últimos meses, y supongo que en alguno de los mensajes le dije, o él creyó entender, que no sé decir que no a un reto, y pensó que si me proponía uno me animaría a volver a escri...
    —Que de qué va la antología —la interrumpió Ana. Lo habría hecho antes, pero tenía que tragar primero.
    —Ah. —Bea emitió una breve risita nerviosa—. De terror en familia.
    —Pues escribe sobre una cena navideña —sugirió Ana muy seria.
    Esta vez Bea rió con ganas. No era eso lo que tenía en mente, y se lo dijo.
    Ana volvió a asentir para sí. Si tenía otra cosa en mente, era que había aceptado escribir ese relato, y el simple hecho de que se lo planteara ya era una buena noticia. Ella había leído varias de sus novelas inéditas y era una entusiasta seguidora de las Historias de Thèramon que Bea había estado compartiendo en su blog durante todo 2011, y quería más, pero desde lo de Jordi su amiga parecía haberse olvidado de sus lectores y no había vuelto a escribir nada nuevo. La novela que había publicado en septiembre del año anterior era una de las inéditas que tenía guardadas en el cajón, y las valoraciones positivas que había cosechado hasta el momento deberían haber sido motivación suficiente para que la muy boba se dejara de excusas y siguiera escribiendo sobre su mundo de dragones, sin embargo no la habían hecho reaccionar. Tal vez necesitaba una colleja, pero una propuesta como la que le había hecho Antonio podía ser incluso más efectiva, y sin duda menos dolorosa.
    —¿Y qué le has respondido?
    —Que no. —Bea agachó la cabeza y clavó su mirada en el bratwurst que se había quedado en el plato a medio comer—. Que no puedo.
    Ana resopló de forma imperceptible.
    —¿Y él qué ha dicho?
    Bea alzó la cabeza, la miró a los ojos, desvió la mirada e inspiró hondo.
    —«Claro que puedes, Melliza. Yo creo en ti».
    Ana gritó un «Olé» dentro de su cabeza. Había conocido a Antonio en la Expocon de Zaragoza el pasado septiembre y se había llevado una buena impresión. Ahora le caía incluso mejor.
    —Y ya has empezado ese relato, supongo.
    —Eh... no.
    —¿Cómo que no? Acabas de decir que tenías una idea de lo que querías contar.
    No lo había dicho con esas palabras, pero no importaba. Ambas sabían que lo había dicho.
    Bea le habló entonces de su idea. La describió con tanta precisión que a Ana le resultaba imposible creer que no la tuviera ya escrita. También le maravilló el hecho de que, pese a que afirmaba que no podía escribir, la terca de su amiga se hubiera decantado por hacer un fanfic de la obra de Lovecraft. Así, con dos cojones.
    —Vale, a ver: tienes la idea clara, has aceptado el reto y tu mellizo tiene fe en ti, y ¿cómo es eso que dicen en Thèramon, que la fe es la fuente de la creación?
    —El amor es la fuente de toda creación —la corrigió Bea de forma automática—, y la fe es la fuente de todo poder.
    —Así que si amas y crees...
    —Pero ya no creo, Ana, no creo en nada. Ni en el amor, ni en la magia, ni en las personas, ni en mí misma.
    —Así que ni siquiera lo has intentado —la acusó su amiga.
    —Lo he intentado —aseguró Bea—. Te lo juro, llevo días intentándolo. Pero cuando me pongo al teclado me entra el pánico y me dan ataques de ansiedad...
    Le explicó cómo se sentía cuando se enfrentaba a la hoja en blanco e intentaba ser más fuerte que el miedo. No sin vergüenza, acabó confesando que era un fraude y que lo mejor que podía hacer, por su salud mental, era olvidarse de la escritura. Ana suspiró y apuró su refresco. Estaba luchando contra el impulso de darle esa colleja.
    —Tu mellizo cree en ti. Los lectores de tu blog creen en ti. Los que han leído tu novela y te han dejado ese montón de estrellitas en Amazon creen en ti. Puñetas, esa novela se coló en el top cien de los más vendidos el primer día, y acaba de recibir un premio de una web de literatura romántica —le recordó con orgullo de mejor amiga—. Pero tú prefieres creer que no sirves para esto y tirar la toalla. Pues, para que lo sepas, no eres un fraude, eres imbécil. Y te diría cosas peores, pero me las callo porque te aprecio aunque no te lo diga porque yo no soy de las que dicen ese tipo de cosas.
    Bea esbozó una sonrisilla.
    —Jodida capricornio fría e insensible —la atacó.
 —Jodida capricornio terca e insegura —le devolvió Ana el cumplido.
    Rieron juntas.
  —Lo que más me flipa es que, para ser que normalmente hay que sacarte las palabras con sacacorchos, acabas de dar un discurso —dijo luego Bea, y su sorpresa era auténtica.
    —Bueno, tenía que dejar de pensar en la colleja que estaba a punto de darte.
   Bea sintió ganas de abrazarla. No lo hizo, no obstante, pues estaba en su naturaleza reprimir cualquier muestra física de afecto.
     —Lo paso muy mal cuando me da el pánico y me vence la ansiedad —dijo después, y por un momento pareció una niña muy pequeña y no la mujer de cuarenta años que era.
    —¿Y recuerdas cómo te sientes cuando las palabras fluyen y creas mundos?
    La expresión desvalida de Bea se transformó en una de auténtico júbilo, todo sonrisa soñadora y ojos brillantes. Esa expresión decía a gritos que amaba escribir por encima de todas las cosas, y que jamás podría renunciar a ello, aunque le costara toda una vida volver a hacerlo con la naturalidad y la pasión de los viejos tiempos.
    —Exacto —dijo Ana, y se remangó para mirar su reloj; no eran las nueve y media todavía, pero Bea trabajaba al día siguiente y se acercaban a su hora de irse a la cama. Además, el local empezaba a llenarse, algo que incomodaba a ambas. Le hizo un gesto con la cabeza, Bea asintió y ambas se pusieron en pie—. Dile a tu mellizo que aceptas el reto. Dile que lo harás, y no tendrás más opción que hacerlo, con o sin pánico. Podrás ser una boba llena de inseguridad y de excusas, pero jamás has faltado a tu palabra ni has dejado una promesa sin cumplir.
    Se acercaron a la barra para pagar. Le tocaba a Ana. Guillermo levantó la vista de la plancha y las despidió con una sonrisa. Salieron al frío de la noche. Caminaron en silencio hasta la esquina en la que se habían encontrado, se despidieron con un abrazo y Bea susurró «Gracias» antes de enfilar su calle. Ana sonrió mientras la seguía con la mirada, esperó hasta que alcanzó su portal y por fin echó a andar calle arriba.
    Cuando llegó a casa, le mandó un mensaje al WhatsApp:
    «Ya en casa.
    Descansa.
    Yo creo en ti».
    Tras leerlo, Bea abrió la aplicación de Facebook y le mandó un mensaje a Antonio:
    «Mellizo, voy a darte el mejor relato de la antología. Abrazo. TQ».
    Cuatro días después, el relato estaba en marcha.

Este fue el relato, por cierto. Quizá no el mejor de la antología, pero sin duda un relato maravilloso (a mi juicio y al de los que lo leyeron en su día)



    

miércoles, 28 de mayo de 2025

Un libro es un producto

Roto el silencio, pero todavía buscando la forma de arrancar y empezar de nuevo a contar historias, he seguido tecleando un post en mi Facebook cada tarde antes de acostarme. A veces me sale una reflexión, a veces tecleo una anécdota, no siempre sé qué decir, pero no estoy dispuesta a abandonar el hábito. Y es que basta con que un día te dejes tentar por la procrastinación (porque por un día no pasa nada, sabes) para que las excusas tomen el mando y todo el esfuerzo no haya servido para nada.

Mi intención es volver a escribir mis reflexiones aquí, pero todavía no he conseguido vencer en mi batalla contra la página en blanco, así que voy a seguir trasladando algunas de las que tecleé en mi Facebook y que me gustaron tanto como para rescatarlas y dejarlas aquí.

Ya no te hablo desde el silencio. El reto está funcionando, ya no hay pereza, ya no me pongo excusas, ahora estoy buscando la inspiración, o debería decir el entusiasmo, que es el único motor que necesito, la única motivación capaz de activarme. No se trata de escribir muchas novelas y publicarlas y que se vendan bien, no se trata de que me lean mucho, aunque es cierto que publico para que me lean, no es una cuestión de ego, sino de satisfacción personal. De volver a hacer lo que más me gusta, de volver a disfrutar escribiendo, de volver a escribir con la soltura de los viejos buenos tiempos. Cuando consiga esa meta, ya me preocuparé por la publicación, las ventas y las reseñas.

El post que te traigo hoy está relacionado precisamente con la publicación. Con el hecho de que un libro es un producto y, como tal, debe tener la calidad necesaria para ser puesto a la venta. Sé que soy muy insistente con el tema de la corrección, pero, como digo muy a menudo, si te jode pagar por un café aguado, por una prenda de ropa defectuosa o por un servicio insatisfactorio, también deberías quejarte si pagas por un libro que resulta estar mal escrito.

A menos que te sobre el dinero y no te importe despilfarrarlo comprando basura, claro.




9 enero 2025

No me atraen las personas por su físico. No me acerco a alguien porque me parezca guapo. No entiendo a esa gente que se pasa horas frente al espejo maquillándose o delante del armario abierto probándose prendas como si fuera Julia Roberts en Pretty woman porque «ay, con estas pintas nadie me va a mirar dos veces» o «uf, necesito cubrir estas odiosas arrugas porque si parezco vieja no voy a mojar esta noche/conseguir ese empleo en ese sitio tan elegante». Me gusta la naturalidad porque me gusta la honestidad. Y esto te lo digo yo, que me tiro un buen rato con la plancha del pelo porque odio mis rizos, pero es que me gusta la comodidad y unos rizos indomables son cualquier cosa menos cómodos. Vale, puede que el hecho de ser ace tenga bastante que ver, porque no siento atracción sexual primaria, así que no puedo decir si alguien me gusta antes de conocerlo. Y con conocerlo no me refiero a una charla insustancial, un par de mensajes mal escritos o un ratito tomando un café. Aunque por alguna parte hay que empezar, claro, y esos tres ejemplos vendrían a ser como leer la sinopsis de un libro: si el resumen te resulta interesante, te intriga, te atrae, entonces quieres leer el libro, ¿no? Pero no sabrás si el libro te gusta realmente hasta que lo hayas leído entero. Bueno, sí, a veces lo desechas a las pocas páginas porque te decepciona y ¿para qué perder tiempo con un libro malo cuando hay tantísimos libros buenos esperando a que los descubras? Pues con la gente me pasa lo mismo.

Pero no vengo a hablarte de personas, sino de libros. Y es que no suelo escoger mis lecturas por la portada. Primero busco el género que me interesa y luego leo la sinopsis, y si me atrae me animo a leerlo. A veces, la sinopsis es lo más interesante de un libro, luego el desarrollo es penoso. Otras veces, la historia es mala per se. Y otras, muchas, el argumento es genial y te das cuenta de que la sinopsis no mentía, pero está tan mal escrito que no puedes decir que te ha gustado realmente, aunque lo lees hasta el final porque, joder, el argumento es una pasada. Me pasa mucho esto, que me jode leer un texto lleno de erratas, errores y horrores ortográficos, gramaticales, sintácticos, léxicos... ya me entiendes, pero no puedo dejarlo porque la historia, ah, la historia es cojonuda. Y qué pena que el autor se haya currado tanto la portada e incluso la maquetación, con esos dibujos tan chulos, y los detallitos como los chats que asemejan chats de móvil reales, y algunas ilustraciones interiores, pero no se haya preocupado de la corrección. Me hacen pensar en esas personas que se tiran horas delante del espejo maquillándose o buscando en su armario el conjunto más chic, más moderno, más elegante... porque así van a resultar más atractivas e interesantes, y luego abren la boca y no hay rastro de elegancia, o las ves actuar y no hay belleza en sus actos.

Y la moraleja de mi post es la de siempre: si descuidas la corrección de tu libro, tu libro resulta un producto insatisfactorio. Las erratas por despiste son normales, a todos se nos escapa una letra por ahí de vez en cuando al teclear, y en un post o en un mensaje no hacen daño a nadie. Pero en un producto que pones a la venta tienes que cuidar todos los detalles, currarse una portada preciosa y una maquetación chula no es suficiente, si amas la escritura y respetas a los lectores debes procurar que tu libro tenga la calidad literaria suficiente. Sí, lo sé, es una guerra perdida, pero seguiré insistiendo, porque amo escribir y amo leer, y odio que se publiquen tantos libros que, por su escasa calidad literaria, no merecen ese nombre.

Nanit. Por cierto, si me escribes un mensaje del tipo «Ola guapa k aces», las probabilidades de que quiera conocerte son tantas como las de que compre un libro mal o directamente nada corregido.

domingo, 25 de mayo de 2025

Desde el silencio (IV)

De nuevo apurando hasta el último momento, ¿eh? Pero me dije que al menos una entrada al mes, así que aquí estoy, dispuesta a cumplir mi reto personal.

Hoy te traigo el último post rescatado de mi muro de Facebook, esta vez ya no desde el silencio, porque ya había empezado con mi otro reto, el de teclear todos los días aunque fuera un párrafo. Reto que estoy cumpliendo a rajatabla, y permíteme que me dé una palmadita en la espalda, porque una de las cosas que he aprendido en los últimos años es que debemos felicitarnos por cada pequeño éxito, por cada pequeña victoria, por cada pequeño avance. Sí, estoy cumpliendo mi reto de teclear cada día aunque sea un párrafo, ergo he desterrado el silencio en el que me había sumido (o escondido) durante los últimos años.

¿Significa eso que ya estoy curada, que ya estoy preparada para abrir el procesador de textos y lanzarme a contar una historia como si nunca hubiera dejado de hacerlo? Lamento decir que no. Cada día me cuesta empezar, y casi nunca sé qué contar, pero tecleo la primera palabra y, sorprendentemente, las siguientes suelen salir solas, sin esfuerzo, sin que tenga que pensarme cómo seguir. No siempre escribo cosas interesantes, a veces me conformo con un párrafo, pero la mayoría de las noches consigo teclear posts más extensos, así que algo sí he avanzado. Diría que bastante, pues hace un año ni me planteaba volver a actualizar el blog, y ahora, aunque no con la regularidad que me gustaría, aquí estoy. Intentándolo, al menos, y no es poca cosa, eh.

Con estas reflexiones, no sólo estoy buscando el modo de volver, de arrancar, de recuperar eso que todavía no regresa (pero cada vez siento más cerca), también pretendo transmitirte esperanza. Porque puede que tú también estés pasando por una época de bloqueo, sea literario o emocional, y estés dando vueltas a la misma rotonda una y otra vez y no veas la salida, o sí la veas pero no encuentres el modo de tomarla. Yo tardé años, y lo logré. Y si yo lo logré, créeme, tú también puedes conseguirlo. Con paciencia, con voluntad, con constancia. Simplemente, ama y cree. Porque el amor es la fuente de toda creación y la fe es la fuente de todo poder.

Da un paso adelante, aunque tengas miedo, aunque no sepas hacia dónde quieres ir. Cuando empiezas a moverte, ya estás haciendo que suceda. No importa cuánto tiempo te lleve, no se trata de velocidad, sino de crear un hábito y mantenerlo. Recuerda que antes de echar a volar debemos reaprender a andar.



19 enero 2025

«No sé qué contar, por eso no escribo». «Tengo muchas historias empezadas y no sé cuál elegir, por eso no escribo». Frases como estas eran frecuentes en mí hasta hace relativamente poco. Todas negativas: no sé, no puedo, no quiero, no me gusta... Y todas ellas excusas.

Comprender que eran excusas fue el primer paso. Aceptarlo, el segundo. Y, créeme, aceptar es más difícil que abrir los ojos y darse cuenta de las cosas. Pero poco a poco vamos haciendo el camino, y vamos aprendiendo, y evolucionando.

Una vez que superas el obstáculo de la aceptación, queda el otro paso más difícil: ponerle remedio y empezar a avanzar en la dirección correcta. Pero ¿cómo? No hay un manual de usuario, no hay mapa, no hay senséi que te guíe. Así que empiezas por escuchar a tu corazón. Ese que hasta hace poco estaba lleno de miedo y de dudas que alimentaban al cerebro y lo animaban a aconsejarte que siguieras con las excusas. Cuando el corazón está lleno de miedo, apenas siente, por eso el cerebro toma el mando y te dice que no puedes hacer lo que quieres, que en realidad no quieres nada, que no merece la pena el esfuerzo. Te dices que quieres escribir, y te dices que no puedes, que no sabes cómo empezar después de tanto tiempo, pero no te das cuenta de que no quieres hacerlo de verdad, no es un deseo, es otra cosa: la añoranza por lo que en el pasado te resultaba tan natural como respirar, quizás; un poco de terquedad, porque te niegas a admitir que algo tan importante para ti en el pasado podría no serlo en el presente; te dices que quieres hacerlo porque no hay nada que sepas hacer mejor, no hay otras aficiones que te llenen tanto, no hay nada en el mundo que te haga más feliz. Pero nada de lo que te dices es motor suficiente, y sigues escudándote en excusas para no hacerlo.

Lo primero que hice fue cambiar mi forma de expresarme. Fuera todas esas negativas. «Odio la ansiedad que me produce no poder escribir» fue sustituido por «Me gustaría volver a sentir ese subidón que me produce escribir». Así cambias el sentimiento de frustración por el de esperanza, y a fuerza de repetirlo vas reprogramando tu cerebro.

Lo segundo que hice fue priorizar. «Me gustaría volver a escribir, pero ahora mismo me apetece más seguir leyendo, porque leer también me hace feliz». Podrías pensar que es otra excusa, y al principio yo también lo pensaba, hasta que me di cuenta de que lo que estaba haciendo era priorizar. Elegir una forma de felicidad por encima de otra. Si no escribía no era porque no pudiera, ¿lo ves? Puede que prefiriese leer porque me costaba menos esfuerzo que teclear, puede que todavía me quede demasiada pereza dentro y por eso esté tardando en dar el paso. Pero me he tomado en serio esto de sentarme a teclear cada día aunque sea un párrafo, y estoy viendo que nunca es sólo un párrafo, que empiezo y casi me cuesta parar, así que voy a seguir creyendo que estoy avanzando en la dirección correcta.

Lo tercero ha sido escuchar a mi corazón. ¿Quiero?, le pregunto. Y mi corazón, que ya no está lleno de miedo ni de dudas, asiente, pero no con el entusiasmo que necesito para que el motor se ponga en marcha. Así que le doy su tiempo. De momento ha vuelto a latir, que ya es más de lo que ha estado haciendo los últimos años. Cuando esté listo para volver a sentir, para volver a tener un sueño que desee cumplir, buscará la forma de verlo cumplido, y me dará una historia en la que hacerlo. Puede que sea una de las que tengo empezadas, puede que sea una nueva, no lo sé, no me importa. No tengo prisa. De momento, tengo esperanza, y como decimos en Thèramon: la fe es la fuente de todo poder.

Nanit. Poco a poco, paso a paso, latido a latido, hasta que el camino surja palabra a palabra.


miércoles, 30 de abril de 2025

Desde el silencio (III)

Cuando regresé en febrero, después de tres años sin actualizar este blog, te dije que ya estaba preparada para volver a escribir, y que hacerlo aquí era (pretendía ser) el primer paso, algo así como un calentar motores antes de ponerme en serio con alguna de mis novelas. Todavía no sabía cuál de ellas iba a retomar, porque durante el bloqueo empecé varias (intentos frustrados de volver a escribir) y empecé a reescribir algunas de las antiguas (las de antes del bloqueo), pero eso no me preocupaba, porque la primera meta era recuperar el hábito. Y pensé que la mejor forma de arrancar era mostrándote un poco del proceso de sanación. Había recuperado varios posts que escribí en Facebook, reflexiones breves y sin aspiraciones literarias que iba escribiendo a veces a pesar de que la mayor parte del tiempo me mantenía en silencio, como te dije en la primera entrada de este nuevo ¿comienzo? ¿ciclo?, sanando y esperando a recuperar las fuerzas para levantarme y empezar a andar antes de probar a volar otra vez. Y la idea era trasladarlas aquí a un ritmo de, digamos, una por semana, hasta dejar de hablarte desde el silencio y decir «He vuelto, y hoy quiero hablarte de...».

Pero en marzo no escribí más que una entrada, y es que se me juntaron varias novelas para corregir y un buen puñado de horas extra en el trabajo que limitaron bastante mi tiempo libre, así que me tuve que conformar con mi reto de subir un post diario en Facebook, que no es lo mismo que escribir una entrada larga para el blog, pero me está sirviendo para recuperar y mantener el hábito de escribir aunque sea un poco cada día. Reto que, eso sí, he ido cumpliendo a rajatabla a excepción de antes de ayer, porque el Apagón me impidió encender el ordenador y conectarme.

Abril ha sido un poco más de lo mismo: corregir una novela, revisar otra que ya había corregido, horas extra en el trabajo y un cursillo on line también para el trabajo, y de nuevo mi tiempo libre se ha visto seriamente limitado. Pero abril no ha terminado todavía (ya, ya, si me descuido regreso en verano, pero ya sabes que lo mío siempre ha sido apurar los plazos hasta el límite), así que me conformo con una entrada al mes, que siempre será mejor que ninguna entrada.

La reflexión que te traigo hoy vuelve a ser una de esas en las que me sale lo que yo llamo escritura automática. La escribí en enero, ya había empezado el reto de teclear un poco cada día para recuperar y asentar el hábito, y espero que te sirva de inspiración, como las anteriores.




6 enero 2025
Por lo general, nunca sé lo que voy a decir cuando me siento delante del teclado o del cuaderno. Simplemente dejo que las palabras fluyan de modo automático. A veces pienso que no tengo nada que contar y me cuesta empezar a teclear, pero de todos modos lo hago porque el tiempo de las excusas quedó atrás y no hay otra forma de asentar un hábito que haciendo lo que sea que pretendas convertir en hábito todos los días. Y no importa si tecleo una frase, dos párrafos o un post tan extenso como una entrada para el blog (esos los tengo abandonados, sí, pero tiempo al tiempo), no importa si a nadie le interesa mi anécdota o mi reflexión o mi lo que sea que vaya a dejar por aquí para leerlo dentro de un año, cuando Facebook me muestre mis recuerdos. ¿Me gusta que me lean, que me digan que mis historias son inspiradoras, o divertidas, o aterradoras, o lo que sea mientras toquen la fibra de alguien? Sí, claro. ¿Escribo para que me lean? No, definitivamente no. Publico para que me lean, pero escribo para mí, porque siempre lo he necesitado tanto como el aire para respirar. Y escribo estos estados para recordarme a mí misma que, cuando me dejo de excusas y de dudas idiotas, SíPuedo hacerlo. Y en eso estoy, en erradicar por completo las excusas.

Nanit. El mayor obstáculo que vas a encontrar a lo largo de tu camino eres tú mismo cuando te autoboicoteas, te pones mil excusas a las que llamas miedo, dudas, bloqueo o desmotivación, y te olvidas de que la única llave, escalera, arma o lo que sea que precises para salvar ese obstáculo también está dentro de ti, y se llama voluntad.


sábado, 1 de marzo de 2025

DESDE EL SILENCIO (II)

Todo proceso lleva su tiempo, sanar no es cosa de un día, y a algunas personas nos cuesta más que a otras. Quiero decir, ojalá fuéramos Lobezno (o Bea-Zeta —guiño, guiño—, para el caso) y pudiéramos regenerarnos en cuestión de minutos, pero en la vida real las heridas tardan en sanar y en cicatrizar, y algunas cicatrices no llegan a desaparecer nunca. En la vida real, si tienes una herida grave, pongamos que te has roto una pierna, vas al médico, te pone antibiótico, te cose, te escayola, te firma la baja y te da cita para la rehabilitación. Y luego tienes que aprender a moverte con una muleta y reaprender a caminar. Y cuando por fin te quitan la escayola es posible que todavía te cueste andar con ligereza. Puede incluso que llegues a cojear toda la vida. Pero ni esa cojera te impedirá seguir avanzando.

Con las heridas emocionales pasa algo parecido.

Hoy quiero mostrarte un poco más de ese proceso que, aunque empezó hace ya diez años, no empezó a notarse de verdad hasta el invierno pasado. Quiero decir que hubo conatos de mejoría, pero siempre había algo que impedía que sanara del todo. Como te dije en mi entrada anterior, en septiembre del año pasado cambié de trabajo, por fin dejé la hostelería y encontré lo que llevaba mucho tiempo buscando: un lugar en el que me sentía valorada, compañeras maravillosas, un horario cojonudo, un buen sueldo y motivos de sobra para sonreír y sentirme animada y positiva.

La reflexión que he copiado de mi muro de Facebook pretendía ser un breve resumen del año, de ese que medio mundo hace el 31 de diciembre, pero, como verás, sigo siendo “la niña que no sabía resumir”, y es que no importa que no sepa lo que voy a decir cuando me pongo a teclear, cuando regresan las ganas de comunicarme y de escribir vuelvo a practicar lo que llamo “escritura automática”, y ahí es cuando compruebo que la Bea escritora ha despertado de su letargo.

Verás que esta reflexión, además de extensa, es más positiva. Era mi cumpleaños y, aunque de nuevo lo pasé sola (con mis gatos, que ahora eran tres, tras haber rescatado a Levi de los terrenos de la fábrica en la que trabajo) ya no me sentía triste, ni sola, ni deprimida o desmotivada. Ya entonces pensaba que podía escribir una entrada para el blog, pero todavía no estaba preparada, así que me comuniqué por Facebook, la única red social que utilizo cuando quiero asomarme al mundo y en la que a veces, y a pesar del silencio que mantengo durante meses, me voy dejando mensajes para leer al año siguiente.

Ojalá mi experiencia te sirva de inspiración.

31 diciembre 2024

«La Oscuridad nos convierte en monstruos. Me refiero a la Oscuridad que constriñe el alma. Esa que nos devora poco a poco hasta convertirnos en carcasas vacías que deambulan por el mundo como zombis, sin cerebro, sin corazón». Este es el primer párrafo de la sinopsis de Voy a ser leyenda. Fase Uno: La noche del cometa, a.k.a Zeta, una novela "de terror" en la que los zombis son más metáfora que protagonistas y en la que lo que más miedo da es esa oscuridad que todos llevamos dentro y que nos convierte en la peor versión de nosotros mismos. La historia, aunque bebe de fuentes muy conocidas (ese guiño a Seven, por ejemplo, también a La noche del cometa y, por supuesto, a la maravillosa Soy leyenda de Matheson, a la cual homenajea), nace de mi propia experiencia. Pues yo misma llevo veinte años luchando contra esa maldita Oscuridad, y te diré que mi batalla ha sido larga y difícil, dado que mi mejor aliado (yo misma) era al mismo tiempo mi peor enemigo.

2004 fue el año en el que comenzó mi bloqueo. Literario, desde luego, pero emocional sobre todo, algo que tardé una década en comprender. Algunas personas evolucionamos más despacio que el resto, y nuestras armas son insuficientes o poco efectivas, tampoco todos tenemos un Samsagaz o un Ron Weasley o un ka-tet que nos arrope, nos consuele, nos acompañe y luche a nuestro lado o incluso en nuestro lugar cuando no nos sentimos lo bastante fuertes o valientes para hacerlo nosotros mismos. Lamentablemente, encontramos más personas obstáculo en nuestro camino que personas medicina, lo que ralentiza más nuestro avance.

2014 fue el año del ¿despertar? Sí, creo que podría decirlo así. Iba a poner del renacer, pero creo que despertar es la palabra correcta. Porque no salí de la Oscuridad sintiéndome una persona nueva, seguía siendo la misma niña asustada y perdida llena de miedos, de dudas, de complejos y de negatividad que había sido por diez años, pero abrí los ojos y vi por primera vez esa carcasa vacía en la que me había convertido, y la odié con todo mi corazón. Entonces me di cuenta de que seguía teniendo un corazón. No latía muy fuerte, en el sentido de que no sentía ilusión, ni esperanza, ni deseo, pero latía en el sentido de que cumplía su función, que era mantenerme viva. Y yo estaba desperdiciando esa vida lamentándome por lo que había perdido, pero no había hecho nada por intentar recuperarlo. Vale, sí, lo hice (en algún lugar de la blogosfera todavía existe un rinconcito llamado Historias de Thèramon para recordarme que, por unos pocos meses, fui capaz de volver a ser una diosa creadora de mundos), pero puse mis ilusiones, mis esperanzas y mi deseo en alguien que no los merecía y que me hizo pedazos, así que los pocos avances que conseguí en 2011 se convirtieron en cenizas). En 2014 descubrí que no estaba tan sola como pensaba, que había un puñado de personas maravillosas que creían en mí y que estaban dispuestas a sacarme de esa rueda de hámster en la que llevaba diez años dando vueltas. Cada reto literario que me propusieron y que acepté fue un paso adelante, cada relato publicado fue un pequeño éxito, cada abrazo fue inspiración y motivación, y *Haz Que Suceda* se convirtió en mi propósito, mientras que *Ama y cree* era mi mantra, porque «El amor es la fuente de toda creación, y el amor es la fuente de todo poder», así que si amas y crees puedes crear mundos, vida, magia, lo que sea que desees, lo que sea que necesites.

Pero para amar y creer tienes que aprender a amarte y a creer en ti. Y para poder amarte necesitas convertirte en tu prioridad. Durante quince años dediqué más tiempo a corregir las novelas de otros que a escribir las mías, sin pedir otra cosa a cambio que un ejemplar de esas novelas una vez que estuvieran publicadas. Recibí menos ejemplares de los que corregí, y cuando me planté y quise ser mi prioridad recibí silencio, desprecio, perdí "amigos" en esta red social, ya ni te digo cuando dije que seguiría corrigiendo pero cobrando por mi trabajo. Dar lo mejor de ti, ayudar a otros a avanzar mientras te quedas atrás y ver que los que tanto decían admirarte y quererte seguían adelante sin ti y triunfaban, y ni siquiera tenían una palabra de agradecimiento por tu apoyo, tu tiempo y tu ayuda con tus rotus de colores virtuales... Desmotivación, para empezar, y a seguir dando vueltas a la misma rotonda sin lograr encontrar la salida, puto ciclo de mierda al que llamamos zona de confort, el lugar más peligroso en el que alguien puede quedarse.

No ayudó trabajar en un sitio en el que no me sentía ni querida ni apreciada, en el que una sola (mala) persona logró que la mayoría me tratara mal, así que a la desmotivación en el terreno literario súmale la depresión y la ansiedad y las ganas de desaparecer.

2020 fue un año para olvidar, lo fue para muchos, para la mayoría, supongo; para mí, Covid fue la señal que me enviaba el universo para que cambiara el chip y empezara a dar importancia a lo que es realmente importante. Empezando por la salud, sobre todo la salud mental. Los motivos para deprimirme dejaron de parecerme motivos, se convirtieron en excusas. Todavía me costaría empezar a ver el lado positivo de todo lo que nos ocurre, y sonreír, uf, eso es lo que más me costó. No, lo que más me costó fue superar el miedo y salir de la zona de confort. Ahí el universo me mandó otra señal, o me dio un empujón, empezó con un cólico de riñón que me llevó a decir basta y a anunciar que me rendía, que dejaba el trabajo, que ya no podía seguir soportando más maltrato, luego mi doctora me dio la baja y aproveché para pedir cita con una psicóloga. Te lo digo desde ya: la salud mental es lo más importante, si ves que no puedes solo con la depresión y la ansiedad, pide ayuda profesional, te puede parecer que un psicólogo no te va a decir nada que no sepas, y probablemente sea cierto, pero te sorprenderá descubrir que todo eso que ya sabías, dicho por un profesional de la salud mental, adquiere una consistencia que tú solo no eras capaz de apreciar, y con su ayuda descubrirás que se puede salir de ese pozo. Y una vez que estás fuera, créeme, puedes empezar a tomar decisiones.

Y cuando empiezas a tomar decisiones, ¡sorpresa!, el miedo deja de tener poder sobre ti, y los obstáculos empiezan a hacerse más pequeños, hasta desaparecer, o encuentras la forma de rodearlos, de saltarlos, de atravesarlos como si estuvieran hechos de humo, como si fueran una ilusión, o mejor decir espejismo. Dejemos la palabra ilusión para referirnos a los sueños, los deseos y la esperanza.

Dejé aquel trabajo y mi mayor temor no se hizo realidad. Recuperé la autoconfianza. Dejé atrás la depresión. La ansiedad desapareció. Todavía no podía escribir, porque me faltaba estabilidad (el dinero no da la felicidad, pero sobrevivir con el sueldo de un contrato de 30 horas no es factible a largo plazo), y aunque el futuro no era algo a lo que diera vueltas en la cabeza, sí era algo que andaba por ahí dentro y no ayudaba a crear historias precisamente. Así que me dediqué a leer, recuperé mi ritmo habitual de lectura, lo que se traduce en más de 300 novelas al año (este año dije que 200 era mi límite y la aplicación de kindle ha contado 375, tengo un vicio con eso, lo sé), eso hace que mi ritmo a la hora de corregir sea tan rápido, y, sí, he corregido un buen puñado de novelas, pero ya no son mi excusa para procrastinar, que esa es otra, las putas excusas que me he ido dando durante todos estos años para no escribir... Excusas que ya no existen, por cierto.

Y por fin llego a 2024. Un gran año, debo decir. Autoconfianza, optimismo, pensamiento positivo, fe recuperada, tomé una gran decisión a pesar del miedo y, una vez más, mi mayor temor no se cumplió, al contrario, encontré un nuevo trabajo en el que me siento muy a gusto, querida, valorada, y por el que me pagan muy bien. He intentado estar más en contacto con mis mejores amigos, he hecho amigos nuevos, he adoptado a Levi, me he recorrido media provincia en coche y he disfrutado conduciendo ¡sin miedo, por fin!, y en cuanto a lo literario, he escrito un relato, que no parece gran cosa, pero que es un comienzo esperanzador, porque una vez más me he demostrado a mí misma que no tengo ningún bloqueo de escritor, y ya tampoco emocional, porque después de veinte años he sido capaz de enfrentar a mi yo del pasado, así como al origen de mis traumas más arraigados, entenderlo, perdonarlo, abrazarlo y cerrar por fin ese maldito ciclo, bajarme de la rueda de hámster, tomar la vía de salida de la rotonda y seguir adelante sin más miedos, sin más dudas, sin más lastre en la mochila y sin más excusas. Ahora sí soy mi prioridad, ahora sí me quiero completamente, ahora sí acepto que merezco todas las cosas buenas que la vida tenga preparadas para mí, ahora sí que agradezco de corazón estar viva y sana. Porque he vencido a la Oscuridad, y he terminado de sanar.

Así que gracias, 2024, porque has sido un gran año. Te despido con una sonrisa, y le doy la bienvenida a 2025 con alegría y con ilusión, recuperadas por fin la esperanza y la fe. Y lo único que le pido a 2025 es volver a escribir, terminar al menos una novela, pero si son más no me voy a quejar. ¿Puedo hacerlo? Bueno, yo creo que si soy capaz de escribir el equivalente a una entrada de blog algo larga para "hacer balance" de este año, que ni siquiera sabía cómo empezar ni qué decir, puedo escribir una novela, porque con este post he comprobado que lo que yo llamo "escritura automática" sigue funcionando. Así que voy a ser optimista.

martes, 25 de febrero de 2025

DESDE EL SILENCIO (I)

Desde julio de 2022 sin actualizar el blog. En mi última entrada te presenté a mi Zeta, con orgullo y con ilusión, porque por fin había cerrado un ciclo y pensé (qué ingenua, para variar) que ya estaba preparada para volver a comunicarme. Pero resultó que cerrar un ciclo no fue suficiente. Todavía me quedaba mucho lastre emocional que soltar para poder sanar completamente. Todo lo que había soltado en mi cubo de la basura emocional (esa novela a la que llamé Voy a ser Leyenda. Fase Uno: La noche del cometa, pero a la que me refiero con el nombre de Zeta por eso de acortar y por lo que la palabra en sí representa (si la has leído, sabes a lo que me refiero, y si no la has leído, ejem, estás tardando)) no fue más que el principio. Necesitaba salir de ese lugar en el que me estaba consumiendo (ya te hablé de esto en entradas anteriores, así que no voy a volver a repetirme hoy), cuando por fin lo hice publiqué la novela porque era un paso más, y ya sólo me quedaba recuperar el equilibrio para poder enfrentarme sin más dudas ni miedo a la página en blanco.

Pero, como te digo, fui muy ingenua. Porque hay cosas que no dependen de mí, y recuperar el equilibrio era una de ellas. Hice lo que estaba en mi mano: cambié de trabajo, creí en la promesa de un contrato de 40 horas semanales y aguanté con paciencia y dando lo mejor de mí el tiempo necesario para que me hicieran ese contrato. Lo que no dependía de mí fue la compañera que se iba a marchar y a la que yo iba a sustituir, que tardó dos años en marcharse. Dos años cobrando un sueldo de 30 horas semanales, con el que subsistía a duras penas, no ayudó a recuperar ese equilibrio. Porque, aunque en lo emocional estaba mejorando (ya no estaba en un ambiente tóxico y no me trataban mal, aunque al parecer no era lo suficientemente buena en mi desempeño como para “merecer” ese ansiado contrato de jornada completa (tampoco dependía de mí la decisión de mis jefas), así que iba mejorando, pero no acababa de sanar del todo), seguía con la incertidumbre que lleva a la ansiedad y a la preocupación. Y tener la cabeza llena de preocupaciones sobre el futuro no es la mejor manera de ponerse a crear mundos. Al menos, no lo es para mí. Que sé que hay gente que es capaz de olvidarse de esos problemas cuando escribe, y la admiro y ojalá yo supiera disociar de esa manera, pero no sé y no puedo hacerlo.

Así que seguí dando vueltas en la rueda de hámster, o en la puta rotonda de la que no conseguía salir, distinto entorno, mismo ciclo de mierda, sin la capacidad ni las ganas de comunicarme. Porque no tenía nada bueno que contar, porque no tenía ni ilusión ni fe en mí misma, porque todavía me daba ansiedad abrir el procesador de textos. Por patatas. Pero lo intentaba. No forzarlo, eso ya lo probé y no funcionó, y de hecho me frustró aún más. Simplemente, a veces me asomaba a Facebook y escribía alguna reflexión.

Ahora estoy lista para regresar. Ahora sí, he cerrado ese nuevo ciclo y he encontrado un nuevo trabajo en el que me siento apreciada y valorada, tengo compañeras maravillosas, mejor sueldo y un horario fantástico que me deja muchas horas libres para dedicarme a darle a las teclas. Llevo varios meses escribiendo un poco cada día en un intento de volver a adoptar el buen hábito y afianzarlo párrafo a párrafo, post a post, y muchos días no se me ocurre qué decir, pero en cuanto empiezo las palabras salen solas, de forma automática, como en los viejos buenos tiempos. Algunos días, mis posts son tan largos como una entrada para el blog, y eso me ha llevado a decidir retomarlo. Y la decisión no me ha provocado ansiedad, sino un principio de entusiasmo.

Sin embargo, antes de volver quiero llevarte de la mano por el proceso de ¿sanación? He rescatado de mi muro de Facebook un puñado (pequeñito) de reflexiones que escribí a pesar de que casi todo el tiempo me mantenía en silencio, encerrada en mi cueva, sin atreverme siquiera a probar mis alas, sólo sanando y esperando a recuperar las fuerzas para levantarme y empezar a andar antes de probar a volar otra vez.

Desde el silencio, te muestro mis intentos, torpes, escasos, pero que me han ayudado a estar aquí de nuevo.


Holiii

Esto lo escribí un 11 septiembre de 2019:

Vacaciones, día 10: «Cayeron las torres y el mundo tembló: de angustia y de rabia, de miedo y de impotencia. Y mientras el temblor sacudía a todo el planeta, ella me llamó y me dijo: «Si esta noche se acaba el mundo, no quiero estar con ninguna otra persona que no seas tú». Así que cogí un tren.
    Hoy hace dieciocho años, y todavía a veces tiemblo: de angustia y de rabia, de miedo y de impotencia.
    Y todavía a veces pienso que ojalá ese día se hubiera acabado el mundo. Que ojalá se hubiera acabado antes de que me diera tiempo de coger el tren».
    Podría ser el comienzo de una historia de terror. Podría. Lo es. Lo fue.
    He escrito muchas historias de terror, y en ninguna de ellas he utilizado fantasmas. ¿Para qué? Convivo con ellos.
    Bueno, mañana volveré a intentarlo.




No era gran cosa, una especie de microrrelato, si quieres, la prosa no estaba mal, al menos conseguí transmitir el mensaje que pretendía. Lo estaba intentando, aunque no acabara de arrancar.

Esto lo escribí un 11 septiembre de 2024, después de ver mis recuerdos en Facebook:

A veces ocurren cosas que hacen que tomes decisiones que te cambian la vida. A veces, el cambio es para mejor. A veces, sin embargo, la felicidad es efímera y te arrepientes de haber tomado esa decisión, porque después ocurrió algo terrible que te cambió la vida a peor. Y te preguntas muchas veces, a lo largo de los años, qué hubiera pasado si no hubiera ocurrido aquello en primer lugar. ¿Dónde estarías hoy? ¿Seguirías soñando, creyendo, creando, deseando, escribiendo? ¿O habría ocurrido igualmente algo que te habría hecho perder todo lo que tenías y todo lo que eras? Lamentarse no sirve de nada. Por desgracia, soy de esas personas que tardan mucho, demasiado, en comprender, asimilar y aceptar que algunas cosas pasan sin más, que no todas las decisiones que tomamos son acertadas, que no tiene sentido buscar culpables, y que cada día que pasas sumergido en la negación, en el remordimiento, en la autocompasión y en el miedo a moverte por si la siguiente decisión que tomes volverá a tener consecuencias desastrosas es un día perdido, y que con el paso de los años miras atrás y te das cuenta de que no todo fue tan malo como has llegado a creerte. Porque, si no hubiera ocurrido aquello en primer lugar, ¿habrías conocido a gente maravillosa que te quiere muchísimo a pesar de tus defectos, de tus neuras, de tus silencios, de tus mil excusas para no seguir avanzando, gente que cree en ti, que te apoya, que te sigue esperando porque están convencidos de que por fin llegará el día en el que lograrás cerrar ese ciclo y volverás a avanzar en pos de un sueño, que volverás a creer y a desear, y a escribir? Gente que te ha enseñado tantas cosas importantes, que te ha animado a mostrarle al mundo lo que eres capaz de hacer cuando no dudas de ti misma, que te ha ayudado a salir de tu cueva y te ha acompañado a eventos en los que has aprendido y has brillado y has sido feliz. Gente que te ha ayudado a descubrirte a ti misma y a encontrarte, y a quererte, y a volver a creer en ti. Posiblemente, pero no serían las mismas personas que están a mi lado hoy, y por haberlas conocido mereció la pena tomar aquella decisión. Así que ya no necesitas seguir dándole vueltas a los mil "y si", ya no necesitas seguir lamentándote, ni recordando aquel día. Es hora de cerrar ese ciclo y seguir avanzando. Me arrepiento de haber tardado tantos años en comprender y aceptar, en superarlo y en dejarlo atrás, pero no quiero que dentro de diez años, al mirar atrás, me quede ese regusto amargo por no haber vuelto a tomar una decisión que fuera a cambiarme la vida. Porque la vida es cambio. Panta rei. Cuando por fin lo entendí y lo acepté, me lo tatué en la piel para no olvidarlo. Hoy no sólo estoy preparada para el cambio, sino que estoy haciendo que suceda. Sin más miedos, sin más excusas. Los acontecimientos ajenos a mí ya no serán los culpables de mis decisiones.
    Hace 23 años cayeron dos torres, yo no provoqué su caída, ni fui culpable de lo que ocurrió después. Ni de mi propia caída. Pero sí fui culpable de no haberme levantado en su momento. Hoy dejo caer algo más que una torre, dejo caer un enorme muro, y los barrotes que no me dejaban seguir adelante. Una nueva torre se alza, soy yo, todavía en proceso de reconstrucción, pero decidida a poner un ladrillo al día. Hasta ser tan alta y tan fuerte que nada pueda volver a derrumbarme.




Cinco años de diferencia entre ambos estados. En el primero todavía me hallaba en ese lugar en el cual me estaba consumiendo. Luego vino un año de baja, y los dos años y pico en el nuevo trabajo, durante los que hubo más silencio que intentos a pesar de la publicación de Zeta porque (creía) había recuperado la ilusión y pronto encontraría el equilibrio que me faltaba. En el segundo, acababa de firmar el contrato en el trabajo en el que estoy ahora. Se nota el cambio de ánimo, ¿eh?

Quiero que veas esa evolución, porque necesito calentar motores antes de ponerme a teclear “en serio”, y porque puede que tú hayas pasado o estés pasando por una época de dudas, de bajón anímico, de bloqueo literario o emocional, de dudas, de miedo, de escasa fe en ti mismo y en tus capacidades para comunicarte y para crear belleza a pesar o a partir de la Oscuridad, y tal vez mi propio proceso de sanación te inspire, o al menos te ayude a ver que se puede salir de todo lo malo y volver a brillar.

sábado, 16 de julio de 2022

VOY A SER LEYENDA. FASE UNO: LA NOCHE DEL COMETA a la venta en Amazon

 

VOY A SER LEYENDA. FASE UNO: LA NOCHE DEL COMETA

Ha esperado seis años para salir al mundo, pero por fin le ha llegado el momento. Con un doble prólogo muy especial, la perfecta maquetación interior de James Crawford Publishing y la portada más yo que hubiera podido imaginar, obra de Ana Ruiz Campillo, disponible en formato papel y e-book en amazon, mi Zeta llega para echar la llave a la puerta que cierra definitivamente un ciclo y para hacerte pasar muy buenos/malos ratos.

 
La Oscuridad nos convierte en monstruos. Me refiero a la Oscuridad que constriñe el alma. Esa que nos devora poco a poco hasta convertirnos en carcasas vacías que deambulan por el mundo como zombis, sin cerebro, sin corazón.

Una chica sola, en un entorno hostil lleno de calles oscuras y puertas cerradas. Esa era yo: indefensa, impotente, asustada, sin esperanza. Sin nada por lo que luchar, excepto un gato. Sin armas para hacerlo, salvo una rabia inmensa que no debía liberar.

Necesitaba un apocalipsis. Uno metafórico, quiero decir. Uno que supusiera un fin de ciclo. Un detonante que me ayudara a liberarme de esa maldita Oscuridad que me impedía evolucionar y me ayudara a encontrar el valor para volver a sentirme viva.

Entonces pasó el cometa y se desató la única plaga que no se puede detener. Y tuve mi apocalipsis, sí. Uno literal. Un jodido fin del mundo para el que no estaba preparada.

Porque no se trataba únicamente de sobrevivir a lo que fuese que acechaba oculto por la niebla. Los gemidos, los golpes en las puertas y lo que habíamos visto en el almacén dejaban bien claro que la palabra «futuro» había dejado de tener sentido. Cuando la muerte es inevitable, lo único que podemos hacer es intentar no morir como monstruos. Pero ¿cómo salir victoriosa cuando los peores monstruos a los que debía enfrentarme no se hallaban precisamente al otro lado de las puertas?