Todo proceso
lleva su tiempo, sanar no es cosa de un día, y a algunas personas
nos cuesta más que a otras. Quiero decir, ojalá fuéramos Lobezno
(o Bea-Zeta —guiño, guiño—, para el caso) y pudiéramos
regenerarnos en cuestión de minutos, pero en la vida real las
heridas tardan en sanar y en cicatrizar, y algunas cicatrices no
llegan a desaparecer nunca. En la vida real, si tienes una herida
grave, pongamos que te has roto una pierna, vas al médico, te pone
antibiótico, te cose, te escayola, te firma la baja y te da cita
para la rehabilitación. Y luego tienes que aprender a moverte con
una muleta y reaprender a caminar. Y cuando por fin te quitan la
escayola es posible que todavía te cueste andar con ligereza. Puede
incluso que llegues a cojear toda la vida. Pero ni esa cojera te
impedirá seguir avanzando.
Con las heridas
emocionales pasa algo parecido.
Hoy quiero
mostrarte un poco más de ese proceso que, aunque empezó hace ya
diez años, no empezó a notarse de verdad hasta el invierno pasado.
Quiero decir que hubo conatos de mejoría, pero siempre había algo
que impedía que sanara del todo. Como te dije en mi entrada
anterior, en septiembre del año pasado cambié de trabajo, por fin
dejé la hostelería y encontré lo que llevaba mucho tiempo
buscando: un lugar en el que me sentía valorada, compañeras
maravillosas, un horario cojonudo, un buen sueldo y motivos de sobra
para sonreír y sentirme animada y positiva.
La reflexión
que he copiado de mi muro de Facebook pretendía ser un breve resumen
del año, de ese que medio mundo hace el 31 de diciembre, pero, como
verás, sigo siendo “la niña que no sabía resumir”, y es que no
importa que no sepa lo que voy a decir cuando me pongo a teclear,
cuando regresan las ganas de comunicarme y de escribir vuelvo a
practicar lo que llamo “escritura automática”, y ahí es cuando
compruebo que la Bea escritora ha despertado de su letargo.
Verás que esta
reflexión, además de extensa, es más positiva. Era mi cumpleaños
y, aunque de nuevo lo pasé sola (con mis gatos, que ahora eran tres,
tras haber rescatado a Levi de los terrenos de la fábrica en la que
trabajo) ya no me sentía triste, ni sola, ni deprimida o
desmotivada. Ya entonces pensaba que podía escribir una entrada para
el blog, pero todavía no estaba preparada, así que me comuniqué
por Facebook, la única red social que utilizo cuando quiero asomarme
al mundo y en la que a veces, y a pesar del silencio que mantengo
durante meses, me voy dejando mensajes para leer al año siguiente.
Ojalá mi
experiencia te sirva de inspiración.
31 diciembre
2024
«La
Oscuridad nos convierte en monstruos. Me refiero a la Oscuridad que
constriñe el alma. Esa que nos devora poco a poco hasta convertirnos
en carcasas vacías que deambulan por el mundo como zombis, sin
cerebro, sin corazón». Este es el primer párrafo de la
sinopsis de Voy a ser leyenda. Fase Uno: La noche del cometa,
a.k.a Zeta, una novela "de terror" en la que los zombis
son más metáfora que protagonistas y en la que lo que más
miedo da es esa oscuridad que todos llevamos dentro y que nos
convierte en la peor versión de nosotros mismos. La historia,
aunque bebe de fuentes muy conocidas (ese guiño a Seven, por
ejemplo, también a La noche del cometa y, por supuesto, a la
maravillosa Soy leyenda de Matheson, a la cual homenajea),
nace de mi propia experiencia. Pues yo misma llevo veinte años
luchando contra esa maldita Oscuridad, y te diré que mi batalla ha
sido larga y difícil, dado que mi mejor aliado (yo misma) era al
mismo tiempo mi peor enemigo.
2004
fue el año en el que comenzó mi bloqueo. Literario, desde luego,
pero emocional sobre todo, algo que tardé una década en comprender.
Algunas personas evolucionamos más despacio que el resto, y
nuestras armas son insuficientes o poco efectivas, tampoco todos
tenemos un Samsagaz o un Ron Weasley o un ka-tet que nos arrope, nos
consuele, nos acompañe y luche a nuestro lado o incluso en nuestro
lugar cuando no nos sentimos lo bastante fuertes o valientes para
hacerlo nosotros mismos. Lamentablemente, encontramos más personas
obstáculo en nuestro camino que personas medicina, lo que ralentiza
más nuestro avance.
2014
fue el año del ¿despertar? Sí, creo que podría decirlo así. Iba
a poner del renacer, pero creo que despertar es la
palabra correcta. Porque no salí de la Oscuridad sintiéndome una
persona nueva, seguía siendo la misma niña asustada y perdida llena
de miedos, de dudas, de complejos y de negatividad que había sido
por diez años, pero abrí los ojos y vi por primera vez esa
carcasa vacía en la que me había convertido, y la odié con
todo mi corazón. Entonces me di cuenta de que seguía teniendo un
corazón. No latía muy fuerte, en el sentido de que no sentía
ilusión, ni esperanza, ni deseo, pero latía en el sentido de que
cumplía su función, que era mantenerme viva. Y yo estaba
desperdiciando esa vida lamentándome por lo que había perdido, pero
no había hecho nada por intentar recuperarlo. Vale, sí, lo hice
(en algún lugar de la blogosfera todavía existe un rinconcito
llamado Historias de Thèramon para recordarme que, por unos
pocos meses, fui capaz de volver a ser una diosa creadora de mundos),
pero puse mis ilusiones, mis esperanzas y mi deseo en alguien que no
los merecía y que me hizo pedazos, así que los pocos avances que
conseguí en 2011 se convirtieron en cenizas). En 2014 descubrí que
no estaba tan sola como pensaba, que había un puñado de personas
maravillosas que creían en mí y que estaban dispuestas a sacarme de
esa rueda de hámster en la que llevaba diez años dando vueltas.
Cada reto literario que me propusieron y que acepté fue un paso
adelante, cada relato publicado fue un pequeño éxito, cada abrazo
fue inspiración y motivación, y *Haz Que Suceda* se convirtió en
mi propósito, mientras que *Ama y cree* era mi mantra, porque «El
amor es la fuente de toda creación, y el amor es la fuente de todo
poder», así que si amas y crees puedes crear mundos, vida, magia,
lo que sea que desees, lo que sea que necesites.
Pero
para amar y creer tienes que aprender a amarte y a creer en ti. Y
para poder amarte necesitas convertirte en tu prioridad. Durante
quince años dediqué más tiempo a corregir las novelas de otros que
a escribir las mías, sin pedir otra cosa a cambio que un ejemplar de
esas novelas una vez que estuvieran publicadas. Recibí menos
ejemplares de los que corregí, y cuando me planté y quise ser mi
prioridad recibí silencio, desprecio, perdí "amigos" en
esta red social, ya ni te digo cuando dije que seguiría corrigiendo
pero cobrando por mi trabajo. Dar lo mejor de ti, ayudar a otros a
avanzar mientras te quedas atrás y ver que los que tanto decían
admirarte y quererte seguían adelante sin ti y triunfaban, y ni
siquiera tenían una palabra de agradecimiento por tu apoyo, tu
tiempo y tu ayuda con tus rotus de colores virtuales...
Desmotivación, para empezar, y a seguir dando vueltas a la
misma rotonda sin lograr encontrar la salida, puto ciclo de mierda al
que llamamos zona de confort, el lugar más peligroso en el que
alguien puede quedarse.
No
ayudó trabajar en un sitio en el que no me sentía ni querida ni
apreciada, en el que una sola (mala) persona logró que la mayoría
me tratara mal, así que a la desmotivación en el terreno literario
súmale la depresión y la ansiedad y las ganas de
desaparecer.
2020
fue un año para olvidar, lo fue para muchos, para la mayoría,
supongo; para mí, Covid fue la señal que me enviaba el universo
para que cambiara el chip y empezara a dar importancia a lo que es
realmente importante. Empezando por la salud, sobre todo la salud
mental. Los motivos para deprimirme dejaron de parecerme motivos, se
convirtieron en excusas. Todavía me costaría empezar a ver el lado
positivo de todo lo que nos ocurre, y sonreír, uf, eso es lo que más
me costó. No, lo que más me costó fue superar el miedo y salir
de la zona de confort. Ahí el universo me mandó otra señal, o
me dio un empujón, empezó con un cólico de riñón que me llevó a
decir basta y a anunciar que me rendía, que dejaba el trabajo, que
ya no podía seguir soportando más maltrato, luego mi doctora me dio
la baja y aproveché para pedir cita con una psicóloga. Te lo digo
desde ya: la salud mental es lo más importante, si ves que no
puedes solo con la depresión y la ansiedad, pide ayuda profesional,
te puede parecer que un psicólogo no te va a decir nada que no
sepas, y probablemente sea cierto, pero te sorprenderá descubrir que
todo eso que ya sabías, dicho por un profesional de la salud mental,
adquiere una consistencia que tú solo no eras capaz de apreciar, y
con su ayuda descubrirás que se puede salir de ese pozo. Y una vez
que estás fuera, créeme, puedes empezar a tomar decisiones.
Y
cuando empiezas a tomar decisiones, ¡sorpresa!, el miedo deja de
tener poder sobre ti, y los obstáculos empiezan a hacerse más
pequeños, hasta desaparecer, o encuentras la forma de rodearlos, de
saltarlos, de atravesarlos como si estuvieran hechos de humo, como si
fueran una ilusión, o mejor decir espejismo. Dejemos la palabra
ilusión para referirnos a los sueños, los deseos y la esperanza.
Dejé
aquel trabajo y mi mayor temor no se hizo realidad. Recuperé la
autoconfianza. Dejé atrás la depresión. La ansiedad
desapareció. Todavía no podía escribir, porque me faltaba
estabilidad (el dinero no da la felicidad, pero sobrevivir con
el sueldo de un contrato de 30 horas no es factible a largo plazo), y
aunque el futuro no era algo a lo que diera vueltas en la cabeza, sí
era algo que andaba por ahí dentro y no ayudaba a crear historias
precisamente. Así que me dediqué a leer, recuperé mi ritmo
habitual de lectura, lo que se traduce en más de 300 novelas al año
(este año dije que 200 era mi límite y la aplicación de kindle ha
contado 375, tengo un vicio con eso, lo sé), eso hace que mi ritmo a
la hora de corregir sea tan rápido, y, sí, he corregido un buen
puñado de novelas, pero ya no son mi excusa para procrastinar, que
esa es otra, las putas excusas que me he ido dando durante todos
estos años para no escribir... Excusas que ya no existen, por
cierto.
Y
por fin llego a 2024. Un gran año, debo decir. Autoconfianza,
optimismo, pensamiento positivo, fe recuperada, tomé una gran
decisión a pesar del miedo y, una vez más, mi mayor temor no se
cumplió, al contrario, encontré un nuevo trabajo en el que me
siento muy a gusto, querida, valorada, y por el que me pagan muy
bien. He intentado estar más en contacto con mis mejores amigos, he
hecho amigos nuevos, he adoptado a Levi, me he recorrido media
provincia en coche y he disfrutado conduciendo ¡sin miedo, por fin!,
y en cuanto a lo literario, he escrito un relato, que no
parece gran cosa, pero que es un comienzo esperanzador, porque una
vez más me he demostrado a mí misma que no tengo ningún bloqueo de
escritor, y ya tampoco emocional, porque después de veinte años he
sido capaz de enfrentar a mi yo del pasado, así como al origen de
mis traumas más arraigados, entenderlo, perdonarlo, abrazarlo y
cerrar por fin ese maldito ciclo, bajarme de la rueda de hámster,
tomar la vía de salida de la rotonda y seguir adelante sin más
miedos, sin más dudas, sin más lastre en la mochila y sin más
excusas. Ahora sí soy mi prioridad, ahora sí me quiero
completamente, ahora sí acepto que merezco todas las cosas buenas
que la vida tenga preparadas para mí, ahora sí que agradezco de
corazón estar viva y sana. Porque he vencido a la Oscuridad, y he
terminado de sanar.
Así
que gracias, 2024, porque has sido un gran año. Te despido con una
sonrisa, y le doy la bienvenida a 2025 con alegría y con ilusión,
recuperadas por fin la esperanza y la fe. Y lo único que le pido a
2025 es volver a escribir, terminar al menos una novela, pero si son
más no me voy a quejar. ¿Puedo hacerlo? Bueno, yo creo que si soy
capaz de escribir el equivalente a una entrada de blog algo larga
para "hacer balance" de este año, que ni siquiera sabía
cómo empezar ni qué decir, puedo escribir una novela, porque con
este post he comprobado que lo que yo llamo "escritura
automática" sigue funcionando. Así que voy a ser optimista.