Se acaba otro año y toca
hacer balance. Porque es una tradición, o algo así. No sé, yo lo
hago porque hoy es mi cumpleaños, más que nunca hoy se acaba un
ciclo para mí y empieza uno nuevo. Si cumpliera años cualquier otro
día, elegiría ese día para hacer balance, por eso de no hacer lo
mismo que el resto del mundo, ya sabes que lo mío no es seguir las
tradiciones ni las modas. Pero en este caso no tengo excusa para
evitar recordar lo que me ha dado el año que se nos va; o quizás
debería decir: lo que he hecho con el año que estamos a
punto de despedir.
La Bea de hace un par de
años te diría que no he hecho gran cosa durante estos trescientos
sesenta y cinco días. Esa Bea era demasiado negativa y autoexigente,
y vivía frustrada la mayor parte del tiempo, por eso del quiero y no
puedo. Querer escribir y no poder escribir, y echarle las culpas a un
bloqueo que dejó de ser tal en 2011, aunque estuvo dando coletazos
otros dos años por motivos que hoy me parecen idiotas, si bien en su
momento eran tan válidos como los que hoy me doy para mostrarme
optimista. Hay cosas malas que nos gustaría que jamás nos hubieran
pasado, pero que tenían que ocurrir para que aprendiéramos ciertas
lecciones importantes, para fortalecernos y centrarnos y tomar las
decisiones que nos llevarán hasta el lugar en el que debemos estar.
Claro que eso no lo comprendemos hasta que ha pasado cierto tiempo y
miramos hacia atrás desde nuestra nueva posición —o debería
decir postura— y nos damos cuenta de cuánto hemos perdido y cuánto
hemos ganado. Y vemos que lo perdido no era realmente importante,
mientras que lo ganado es cuando menos valioso. Valioso porque lo
hemos conseguido con esfuerzo, con dolor, con valentía y con
decisión. Por poco que sea eso que hemos conseguido, siempre que
sea un avance ya será un gran logro.
Yo no he hecho grandes
cosas este año. No he escrito ni publicado una nueva novela, por
ejemplo. No he conseguido un contrato con una editorial ni tengo
agente literario, por ejemplo. No he obtenido beneficio económico
con la literatura, ni como autora ni como correctora, por ejemplo. Y
sin embargo he hecho mucho, comparado con lo que hice el año pasado.
Porque los logros personales no se miden comparándolos con los
éxitos de los demás, sino con los propios. Y si el año pasado
salí dos veces de casa para asistir a sendos eventos y conocí a
muchos compañeros de letras y corregí una veintena de textos y
publiqué una novela que ya estaba escrita, y con eso me sentía
contenta, porque ya era un avance, entonces puedo decir que este año
me he superado con creces.
He corregido una
veintena de novelas y antologías. Le he dedicado más tiempo a los
textos de otros que a los míos. Pero corregir me ha ayudado a no
procrastinar y a mantener un ritmo de trabajo, ya que trabajar en
textos ajenos siempre es mejor que no trabajar en nada. Corregir ha
tenido muchas otras cosas buenas, claro. Como correctora oficial de
La Pastilla Roja Ediciones fui invitada al FFF —de esto te hablé
en la No-Crónica, así que no voy a entrar en detalles—, y ese
viaje me aportó muchísimo, además de que me hizo muy feliz volver
a reunirme con amigos muy queridos y conocer a otros a los que
llevaba tiempo queriendo dar un abrazo.
He asistido a tres
eventos. Dos en Barcelona y uno en Madrid. En los tres he
hablado en público. Lo habré hecho mejor o peor, eso no es
relevante. Lo que importa es que lo he hecho. Que me he atrevido a
salir de casa, a viajar, a presentarme ante un montón de
desconocidos y a acercarme a saludar enfrentándome a mi timidez, a
coger un micrófono y hablar sin morirme de la vergüenza.
Y entre corrección y
corrección he ido escribiendo. Relatos, no gran cosa,
historias cortas que, no obstante, han sido otro logro, puesto que
hasta hacía un año yo era la niña que no sabía resumir.
Enfrentarme a la narración breve y conseguir crear historias
completas en pocas páginas es algo de lo que me siento muy orgullosa
como autora, porque era algo que nunca había sabido hacer —y esto
no es del todo cierto, aunque yo estaba convencida de que sí lo era:
este año, buceando entre carpetas antiguas, descubrí que durante mi
adolescencia ya me había atrevido con la narración breve y que no
lo había hecho mal del todo, aunque hoy no te enseñaría ninguno de
esos relatos; no porque fueran malos, sino porque eran taaaaan
inocentes que me da vergüenza leerlos, jajaja—. También ha sido
interesante jugar con el tono, con los tiempos verbales, con
la voz narrativa y con la forma; ninguno de mis relatos se parece a
los demás, y eso puedes verlo en los que ya han sido publicados:
desde la prosa más clásica y elegante hasta la más irreverente y
gamberra, homenajeando a Lovecraft y a King en dos relatos y
retomando mi estilo de hace veinte años para volver más tarde a mi
estilo actual, el que me lleva hacia Thèramon. Hay más relatos que
podrás leer el año que viene, si todo va bien, y verás que cada
uno es único y distinto a los demás. Esa diversidad también
me hace sentir muy orgullosa de mi trabajo.
He participado en muchas
antologías. Cinco de ellas ya han sido publicadas, y sería
hipócrita si no alardeara de ello. Porque, como a todo escritor, me
gusta ver mis obras en tus manos, ya sea en papel o en formato
digital. Así que me vas a permitir que las ponga aquí, porque no
dejan de ser mis logros literarios de este año, aunque yo no
sea una persona dada a presumir.
Sin embargo, quiero
insistir en lo que te digo siempre: yo no escribo para alimentar mi
ego. Mola mucho participar en antologías, claro que sí, que te
llamen para pedirte un relato o que te presentes a un certamen y
resultes escogido por la calidad de tu trabajo es genial, te hace
sentir muy bien; pero si escribes porque lo necesitas tanto como
respirar, la mayor satisfacción la encuentras al escribir un
buen relato. Como correctora, he leído y visto de todo: textos
tan pulidos que apenas me han dado trabajo, y otros tan llenos de
faltas ortográficas e incluso de fallos argumentales que me han
hecho cuestionarme las prioridades de muchos que se llaman
escritores. Porque, a ver, se supone que tu propósito es que te
publiquen, ¿no? Vale que no sepas poner la raya de diálogo, o que
no conozcas la norma de los verbos no dicientes, o que se te cuele un
acento donde no debe estar, o que al teclear escribas mal una
palabra, o que el corrector del Word te juegue una mala pasada; pero
confundir una proposición (hacia) con un verbo (hacía), abusar del
gerundio por costumbre, utilizar cinco adverbios terminados en -mente
en un párrafo de cuatro líneas, formular mal las frases e incluso
dejarlas a medias, repetir hasta la saciedad una palabra que tiene
una docena de sinónimos, ¡cambiarle el nombre a tu protagonista a
la mitad del relato! Uf. A veces pienso que muchos no quieren
escribir, sólo aparecer en el mayor número de publicaciones, y les
da igual si sus textos no tienen la calidad suficiente.
Bien, pues yo no funciono
así. Se me cae la cara de vergüenza si envío un relato que creo
pulido al máximo y me señalan una errata que se me ha colado cuando
traslado un párrafo porque me gusta pero no acabo de encontrarle el
lugar —el método de cortar y pegar es traicionero, recuérdalo—,
y jamás entrego un texto que no me convenza. Le doy vueltas a la
historia hasta que veo que no queda ningún cabo suelto. No se me
ocurriría presumir de un mal relato. Porque yo escribo para ser
mejor cada vez, lo de publicar es algo que no me obsesiona. Mola,
ya te lo he dicho, pero no es mi prioridad.
Mi prioridad era
vencer definitivamente al bloqueo, dejarme de excusas, de miedos
y de dudas, y ponerme a teclear aunque pensara que no tenía nada que
contar, volver a conectar con mi musa y convertir las imágenes que
me da en palabras, escribir con la soltura de los viejos tiempos,
disfrutar creando. Y eso lo he conseguido. Me sigue costando
arrancar, pero una vez encontrada la frase de inicio el resto tiende
a salir solo, como antes de que el Nopuedo me dominara. Este año me
he repetido todo el tiempo a mí misma que sí podía, hasta
creérmelo. Y el camino que he elegido para esta batalla ha sido el
de las antologías, porque eran un reto personal: buscar una historia
que se ciñera a un tema concreto y a una extensión limitada por
arriba tanto como por debajo, con un plazo de tiempo. Ya sabes, adoro
trabajar bajo presión. Como te digo, casi siempre he apurado el
plazo al máximo, pero he llegado a tiempo a todas. Diez retos
conseguidos de doce aceptados, y los dos que me faltan vencen
dentro de un par de meses.
Y aunque he ido apurando
los plazos tanto por esa batalla interna que estaba librando como por
las correcciones que se han llevado la mayor parte de mi tiempo, con
lo que muchas veces he pensado que no estaba haciendo gran cosa este
año, lo cierto es que si sumo todos los relatos casi puedo decir que
he escrito una novela corta. Así que el año no ha estado mal ;)
Ya en la recta final de
este año, me he visto obligada a dejar de aceptar retos, e incluso
he tenido que abandonar proyectos en los que estaba metida, porque
exigían de mí un tiempo que no podía dedicarles. Desaparecido el
bloqueo, mi necesidad de escribir ha encontrado como aliada a las
ganas de hacerlo, pero aún tengo correcciones pendientes, así que
no puedo centrarme en lo mío mientras no cumpla mis promesas. Me
ofrecí a corregir varios textos sin plazo, a mi ritmo, cuando
pudiera, sabiendo los autores de dichos textos que si la Musa decía
que tocaba escribir todo lo demás se iba a esperar. Puesto que esos
autores fueron comprensivos y pacientes, yo, que soy una persona de
palabra, cumpliré mi parte. Y luego diré basta y me dedicaré a lo
mío.
Porque ha llegado el
momento. Antes no estaba preparada, ahora ya sí. Quiero volver a
Thèramon, y no podré hacerlo si no me pongo a escribir de nuevo,
dejando a un lado los relatos y enfrentándome otra vez a la
narración larga.
Así que, como ves, 2014
ha sido un buen año. Ha sido el año del renacer, de mi victoria
sobre el bloqueo y la negatividad, sobre las dudas y el miedo que me
impedían hacer aquello que me mantiene con vida y que me proporciona
satisfacción personal y felicidad. Un año de retos cumplidos, de
timidez superada, de reencuentros, de nuevos amigos, de progresos,
aunque sean pasitos, pero tampoco tengo prisa, las cosas no se hacen
bien cuando se hacen deprisa y de cualquier manera.
No sé qué me depara
2015. No sé si llegaré a escribir algo grande, ni si podré hablar
de éxitos en lugar de logros. Sólo sé que estoy a punto de poner
un pie en él y que lo voy a hacer sin miedo, con energía renovada y
con mucha fe en mí misma y en mi capacidad. Mi máxima para el año
que está a punto de empezar va a ser: hacer las cosas creyendo
siempre que Sípuedo, y decir que no cuando vea que no puedo llegar a
todas partes. ¿Contradicción? En absoluto. El Sípuedo es para mí,
una forma de recordarme que el tiempo de las dudas y del miedo ha
quedado atrás, diez retos cumplidos me avalan, el bloqueo ya no
existe, ya no tengo excusa para no volver a escribir; pero uno no
puede llegar a todas partes, y por mucho que te guste echar una mano
o formar parte de un proyecto interesante debes pensar primero en lo
que tú necesitas. Comprometerte a algo te obliga (moralmente) a
cumplirlo, y eso supone dejar de lado lo que te hace más feliz, con
lo que te creas una frustración innecesaria que con el tiempo te
impide sentirte realizado, porque ni haces lo que te llena
(escribir), ni disfrutas haciendo lo que te gusta (corregir).
Así que tienes que tomar
una decisión. Y la mía ha sido empezar a decir No. No a aceptar más
retos, No a formar parte de grupos de trabajo con los que no puedo
comprometerme al cien por cien, No aceptar nuevas correcciones sin
cobrar. Eso se llama priorizar, y
es un camino muy saludable.
Veremos si me lleva al
lugar que llevo tanto tiempo buscando.
Por lo pronto, amo y
creo. Sí, de nuevo. Y a crear que voy ;)
Feliz 2015!!!