sábado, 1 de marzo de 2025

DESDE EL SILENCIO (II)

Todo proceso lleva su tiempo, sanar no es cosa de un día, y a algunas personas nos cuesta más que a otras. Quiero decir, ojalá fuéramos Lobezno (o Bea-Zeta —guiño, guiño—, para el caso) y pudiéramos regenerarnos en cuestión de minutos, pero en la vida real las heridas tardan en sanar y en cicatrizar, y algunas cicatrices no llegan a desaparecer nunca. En la vida real, si tienes una herida grave, pongamos que te has roto una pierna, vas al médico, te pone antibiótico, te cose, te escayola, te firma la baja y te da cita para la rehabilitación. Y luego tienes que aprender a moverte con una muleta y reaprender a caminar. Y cuando por fin te quitan la escayola es posible que todavía te cueste andar con ligereza. Puede incluso que llegues a cojear toda la vida. Pero ni esa cojera te impedirá seguir avanzando.

Con las heridas emocionales pasa algo parecido.

Hoy quiero mostrarte un poco más de ese proceso que, aunque empezó hace ya diez años, no empezó a notarse de verdad hasta el invierno pasado. Quiero decir que hubo conatos de mejoría, pero siempre había algo que impedía que sanara del todo. Como te dije en mi entrada anterior, en septiembre del año pasado cambié de trabajo, por fin dejé la hostelería y encontré lo que llevaba mucho tiempo buscando: un lugar en el que me sentía valorada, compañeras maravillosas, un horario cojonudo, un buen sueldo y motivos de sobra para sonreír y sentirme animada y positiva.

La reflexión que he copiado de mi muro de Facebook pretendía ser un breve resumen del año, de ese que medio mundo hace el 31 de diciembre, pero, como verás, sigo siendo “la niña que no sabía resumir”, y es que no importa que no sepa lo que voy a decir cuando me pongo a teclear, cuando regresan las ganas de comunicarme y de escribir vuelvo a practicar lo que llamo “escritura automática”, y ahí es cuando compruebo que la Bea escritora ha despertado de su letargo.

Verás que esta reflexión, además de extensa, es más positiva. Era mi cumpleaños y, aunque de nuevo lo pasé sola (con mis gatos, que ahora eran tres, tras haber rescatado a Levi de los terrenos de la fábrica en la que trabajo) ya no me sentía triste, ni sola, ni deprimida o desmotivada. Ya entonces pensaba que podía escribir una entrada para el blog, pero todavía no estaba preparada, así que me comuniqué por Facebook, la única red social que utilizo cuando quiero asomarme al mundo y en la que a veces, y a pesar del silencio que mantengo durante meses, me voy dejando mensajes para leer al año siguiente.

Ojalá mi experiencia te sirva de inspiración.

31 diciembre 2024

«La Oscuridad nos convierte en monstruos. Me refiero a la Oscuridad que constriñe el alma. Esa que nos devora poco a poco hasta convertirnos en carcasas vacías que deambulan por el mundo como zombis, sin cerebro, sin corazón». Este es el primer párrafo de la sinopsis de Voy a ser leyenda. Fase Uno: La noche del cometa, a.k.a Zeta, una novela "de terror" en la que los zombis son más metáfora que protagonistas y en la que lo que más miedo da es esa oscuridad que todos llevamos dentro y que nos convierte en la peor versión de nosotros mismos. La historia, aunque bebe de fuentes muy conocidas (ese guiño a Seven, por ejemplo, también a La noche del cometa y, por supuesto, a la maravillosa Soy leyenda de Matheson, a la cual homenajea), nace de mi propia experiencia. Pues yo misma llevo veinte años luchando contra esa maldita Oscuridad, y te diré que mi batalla ha sido larga y difícil, dado que mi mejor aliado (yo misma) era al mismo tiempo mi peor enemigo.

2004 fue el año en el que comenzó mi bloqueo. Literario, desde luego, pero emocional sobre todo, algo que tardé una década en comprender. Algunas personas evolucionamos más despacio que el resto, y nuestras armas son insuficientes o poco efectivas, tampoco todos tenemos un Samsagaz o un Ron Weasley o un ka-tet que nos arrope, nos consuele, nos acompañe y luche a nuestro lado o incluso en nuestro lugar cuando no nos sentimos lo bastante fuertes o valientes para hacerlo nosotros mismos. Lamentablemente, encontramos más personas obstáculo en nuestro camino que personas medicina, lo que ralentiza más nuestro avance.

2014 fue el año del ¿despertar? Sí, creo que podría decirlo así. Iba a poner del renacer, pero creo que despertar es la palabra correcta. Porque no salí de la Oscuridad sintiéndome una persona nueva, seguía siendo la misma niña asustada y perdida llena de miedos, de dudas, de complejos y de negatividad que había sido por diez años, pero abrí los ojos y vi por primera vez esa carcasa vacía en la que me había convertido, y la odié con todo mi corazón. Entonces me di cuenta de que seguía teniendo un corazón. No latía muy fuerte, en el sentido de que no sentía ilusión, ni esperanza, ni deseo, pero latía en el sentido de que cumplía su función, que era mantenerme viva. Y yo estaba desperdiciando esa vida lamentándome por lo que había perdido, pero no había hecho nada por intentar recuperarlo. Vale, sí, lo hice (en algún lugar de la blogosfera todavía existe un rinconcito llamado Historias de Thèramon para recordarme que, por unos pocos meses, fui capaz de volver a ser una diosa creadora de mundos), pero puse mis ilusiones, mis esperanzas y mi deseo en alguien que no los merecía y que me hizo pedazos, así que los pocos avances que conseguí en 2011 se convirtieron en cenizas). En 2014 descubrí que no estaba tan sola como pensaba, que había un puñado de personas maravillosas que creían en mí y que estaban dispuestas a sacarme de esa rueda de hámster en la que llevaba diez años dando vueltas. Cada reto literario que me propusieron y que acepté fue un paso adelante, cada relato publicado fue un pequeño éxito, cada abrazo fue inspiración y motivación, y *Haz Que Suceda* se convirtió en mi propósito, mientras que *Ama y cree* era mi mantra, porque «El amor es la fuente de toda creación, y el amor es la fuente de todo poder», así que si amas y crees puedes crear mundos, vida, magia, lo que sea que desees, lo que sea que necesites.

Pero para amar y creer tienes que aprender a amarte y a creer en ti. Y para poder amarte necesitas convertirte en tu prioridad. Durante quince años dediqué más tiempo a corregir las novelas de otros que a escribir las mías, sin pedir otra cosa a cambio que un ejemplar de esas novelas una vez que estuvieran publicadas. Recibí menos ejemplares de los que corregí, y cuando me planté y quise ser mi prioridad recibí silencio, desprecio, perdí "amigos" en esta red social, ya ni te digo cuando dije que seguiría corrigiendo pero cobrando por mi trabajo. Dar lo mejor de ti, ayudar a otros a avanzar mientras te quedas atrás y ver que los que tanto decían admirarte y quererte seguían adelante sin ti y triunfaban, y ni siquiera tenían una palabra de agradecimiento por tu apoyo, tu tiempo y tu ayuda con tus rotus de colores virtuales... Desmotivación, para empezar, y a seguir dando vueltas a la misma rotonda sin lograr encontrar la salida, puto ciclo de mierda al que llamamos zona de confort, el lugar más peligroso en el que alguien puede quedarse.

No ayudó trabajar en un sitio en el que no me sentía ni querida ni apreciada, en el que una sola (mala) persona logró que la mayoría me tratara mal, así que a la desmotivación en el terreno literario súmale la depresión y la ansiedad y las ganas de desaparecer.

2020 fue un año para olvidar, lo fue para muchos, para la mayoría, supongo; para mí, Covid fue la señal que me enviaba el universo para que cambiara el chip y empezara a dar importancia a lo que es realmente importante. Empezando por la salud, sobre todo la salud mental. Los motivos para deprimirme dejaron de parecerme motivos, se convirtieron en excusas. Todavía me costaría empezar a ver el lado positivo de todo lo que nos ocurre, y sonreír, uf, eso es lo que más me costó. No, lo que más me costó fue superar el miedo y salir de la zona de confort. Ahí el universo me mandó otra señal, o me dio un empujón, empezó con un cólico de riñón que me llevó a decir basta y a anunciar que me rendía, que dejaba el trabajo, que ya no podía seguir soportando más maltrato, luego mi doctora me dio la baja y aproveché para pedir cita con una psicóloga. Te lo digo desde ya: la salud mental es lo más importante, si ves que no puedes solo con la depresión y la ansiedad, pide ayuda profesional, te puede parecer que un psicólogo no te va a decir nada que no sepas, y probablemente sea cierto, pero te sorprenderá descubrir que todo eso que ya sabías, dicho por un profesional de la salud mental, adquiere una consistencia que tú solo no eras capaz de apreciar, y con su ayuda descubrirás que se puede salir de ese pozo. Y una vez que estás fuera, créeme, puedes empezar a tomar decisiones.

Y cuando empiezas a tomar decisiones, ¡sorpresa!, el miedo deja de tener poder sobre ti, y los obstáculos empiezan a hacerse más pequeños, hasta desaparecer, o encuentras la forma de rodearlos, de saltarlos, de atravesarlos como si estuvieran hechos de humo, como si fueran una ilusión, o mejor decir espejismo. Dejemos la palabra ilusión para referirnos a los sueños, los deseos y la esperanza.

Dejé aquel trabajo y mi mayor temor no se hizo realidad. Recuperé la autoconfianza. Dejé atrás la depresión. La ansiedad desapareció. Todavía no podía escribir, porque me faltaba estabilidad (el dinero no da la felicidad, pero sobrevivir con el sueldo de un contrato de 30 horas no es factible a largo plazo), y aunque el futuro no era algo a lo que diera vueltas en la cabeza, sí era algo que andaba por ahí dentro y no ayudaba a crear historias precisamente. Así que me dediqué a leer, recuperé mi ritmo habitual de lectura, lo que se traduce en más de 300 novelas al año (este año dije que 200 era mi límite y la aplicación de kindle ha contado 375, tengo un vicio con eso, lo sé), eso hace que mi ritmo a la hora de corregir sea tan rápido, y, sí, he corregido un buen puñado de novelas, pero ya no son mi excusa para procrastinar, que esa es otra, las putas excusas que me he ido dando durante todos estos años para no escribir... Excusas que ya no existen, por cierto.

Y por fin llego a 2024. Un gran año, debo decir. Autoconfianza, optimismo, pensamiento positivo, fe recuperada, tomé una gran decisión a pesar del miedo y, una vez más, mi mayor temor no se cumplió, al contrario, encontré un nuevo trabajo en el que me siento muy a gusto, querida, valorada, y por el que me pagan muy bien. He intentado estar más en contacto con mis mejores amigos, he hecho amigos nuevos, he adoptado a Levi, me he recorrido media provincia en coche y he disfrutado conduciendo ¡sin miedo, por fin!, y en cuanto a lo literario, he escrito un relato, que no parece gran cosa, pero que es un comienzo esperanzador, porque una vez más me he demostrado a mí misma que no tengo ningún bloqueo de escritor, y ya tampoco emocional, porque después de veinte años he sido capaz de enfrentar a mi yo del pasado, así como al origen de mis traumas más arraigados, entenderlo, perdonarlo, abrazarlo y cerrar por fin ese maldito ciclo, bajarme de la rueda de hámster, tomar la vía de salida de la rotonda y seguir adelante sin más miedos, sin más dudas, sin más lastre en la mochila y sin más excusas. Ahora sí soy mi prioridad, ahora sí me quiero completamente, ahora sí acepto que merezco todas las cosas buenas que la vida tenga preparadas para mí, ahora sí que agradezco de corazón estar viva y sana. Porque he vencido a la Oscuridad, y he terminado de sanar.

Así que gracias, 2024, porque has sido un gran año. Te despido con una sonrisa, y le doy la bienvenida a 2025 con alegría y con ilusión, recuperadas por fin la esperanza y la fe. Y lo único que le pido a 2025 es volver a escribir, terminar al menos una novela, pero si son más no me voy a quejar. ¿Puedo hacerlo? Bueno, yo creo que si soy capaz de escribir el equivalente a una entrada de blog algo larga para "hacer balance" de este año, que ni siquiera sabía cómo empezar ni qué decir, puedo escribir una novela, porque con este post he comprobado que lo que yo llamo "escritura automática" sigue funcionando. Así que voy a ser optimista.

martes, 25 de febrero de 2025

DESDE EL SILENCIO (I)

Desde julio de 2022 sin actualizar el blog. En mi última entrada te presenté a mi Zeta, con orgullo y con ilusión, porque por fin había cerrado un ciclo y pensé (qué ingenua, para variar) que ya estaba preparada para volver a comunicarme. Pero resultó que cerrar un ciclo no fue suficiente. Todavía me quedaba mucho lastre emocional que soltar para poder sanar completamente. Todo lo que había soltado en mi cubo de la basura emocional (esa novela a la que llamé Voy a ser Leyenda. Fase Uno: La noche del cometa, pero a la que me refiero con el nombre de Zeta por eso de acortar y por lo que la palabra en sí representa (si la has leído, sabes a lo que me refiero, y si no la has leído, ejem, estás tardando)) no fue más que el principio. Necesitaba salir de ese lugar en el que me estaba consumiendo (ya te hablé de esto en entradas anteriores, así que no voy a volver a repetirme hoy), cuando por fin lo hice publiqué la novela porque era un paso más, y ya sólo me quedaba recuperar el equilibrio para poder enfrentarme sin más dudas ni miedo a la página en blanco.

Pero, como te digo, fui muy ingenua. Porque hay cosas que no dependen de mí, y recuperar el equilibrio era una de ellas. Hice lo que estaba en mi mano: cambié de trabajo, creí en la promesa de un contrato de 40 horas semanales y aguanté con paciencia y dando lo mejor de mí el tiempo necesario para que me hicieran ese contrato. Lo que no dependía de mí fue la compañera que se iba a marchar y a la que yo iba a sustituir, que tardó dos años en marcharse. Dos años cobrando un sueldo de 30 horas semanales, con el que subsistía a duras penas, no ayudó a recuperar ese equilibrio. Porque, aunque en lo emocional estaba mejorando (ya no estaba en un ambiente tóxico y no me trataban mal, aunque al parecer no era lo suficientemente buena en mi desempeño como para “merecer” ese ansiado contrato de jornada completa (tampoco dependía de mí la decisión de mis jefas), así que iba mejorando, pero no acababa de sanar del todo), seguía con la incertidumbre que lleva a la ansiedad y a la preocupación. Y tener la cabeza llena de preocupaciones sobre el futuro no es la mejor manera de ponerse a crear mundos. Al menos, no lo es para mí. Que sé que hay gente que es capaz de olvidarse de esos problemas cuando escribe, y la admiro y ojalá yo supiera disociar de esa manera, pero no sé y no puedo hacerlo.

Así que seguí dando vueltas en la rueda de hámster, o en la puta rotonda de la que no conseguía salir, distinto entorno, mismo ciclo de mierda, sin la capacidad ni las ganas de comunicarme. Porque no tenía nada bueno que contar, porque no tenía ni ilusión ni fe en mí misma, porque todavía me daba ansiedad abrir el procesador de textos. Por patatas. Pero lo intentaba. No forzarlo, eso ya lo probé y no funcionó, y de hecho me frustró aún más. Simplemente, a veces me asomaba a Facebook y escribía alguna reflexión.

Ahora estoy lista para regresar. Ahora sí, he cerrado ese nuevo ciclo y he encontrado un nuevo trabajo en el que me siento apreciada y valorada, tengo compañeras maravillosas, mejor sueldo y un horario fantástico que me deja muchas horas libres para dedicarme a darle a las teclas. Llevo varios meses escribiendo un poco cada día en un intento de volver a adoptar el buen hábito y afianzarlo párrafo a párrafo, post a post, y muchos días no se me ocurre qué decir, pero en cuanto empiezo las palabras salen solas, de forma automática, como en los viejos buenos tiempos. Algunos días, mis posts son tan largos como una entrada para el blog, y eso me ha llevado a decidir retomarlo. Y la decisión no me ha provocado ansiedad, sino un principio de entusiasmo.

Sin embargo, antes de volver quiero llevarte de la mano por el proceso de ¿sanación? He rescatado de mi muro de Facebook un puñado (pequeñito) de reflexiones que escribí a pesar de que casi todo el tiempo me mantenía en silencio, encerrada en mi cueva, sin atreverme siquiera a probar mis alas, sólo sanando y esperando a recuperar las fuerzas para levantarme y empezar a andar antes de probar a volar otra vez.

Desde el silencio, te muestro mis intentos, torpes, escasos, pero que me han ayudado a estar aquí de nuevo.


Holiii

Esto lo escribí un 11 septiembre de 2019:

Vacaciones, día 10: «Cayeron las torres y el mundo tembló: de angustia y de rabia, de miedo y de impotencia. Y mientras el temblor sacudía a todo el planeta, ella me llamó y me dijo: «Si esta noche se acaba el mundo, no quiero estar con ninguna otra persona que no seas tú». Así que cogí un tren.
    Hoy hace dieciocho años, y todavía a veces tiemblo: de angustia y de rabia, de miedo y de impotencia.
    Y todavía a veces pienso que ojalá ese día se hubiera acabado el mundo. Que ojalá se hubiera acabado antes de que me diera tiempo de coger el tren».
    Podría ser el comienzo de una historia de terror. Podría. Lo es. Lo fue.
    He escrito muchas historias de terror, y en ninguna de ellas he utilizado fantasmas. ¿Para qué? Convivo con ellos.
    Bueno, mañana volveré a intentarlo.




No era gran cosa, una especie de microrrelato, si quieres, la prosa no estaba mal, al menos conseguí transmitir el mensaje que pretendía. Lo estaba intentando, aunque no acabara de arrancar.

Esto lo escribí un 11 septiembre de 2024, después de ver mis recuerdos en Facebook:

A veces ocurren cosas que hacen que tomes decisiones que te cambian la vida. A veces, el cambio es para mejor. A veces, sin embargo, la felicidad es efímera y te arrepientes de haber tomado esa decisión, porque después ocurrió algo terrible que te cambió la vida a peor. Y te preguntas muchas veces, a lo largo de los años, qué hubiera pasado si no hubiera ocurrido aquello en primer lugar. ¿Dónde estarías hoy? ¿Seguirías soñando, creyendo, creando, deseando, escribiendo? ¿O habría ocurrido igualmente algo que te habría hecho perder todo lo que tenías y todo lo que eras? Lamentarse no sirve de nada. Por desgracia, soy de esas personas que tardan mucho, demasiado, en comprender, asimilar y aceptar que algunas cosas pasan sin más, que no todas las decisiones que tomamos son acertadas, que no tiene sentido buscar culpables, y que cada día que pasas sumergido en la negación, en el remordimiento, en la autocompasión y en el miedo a moverte por si la siguiente decisión que tomes volverá a tener consecuencias desastrosas es un día perdido, y que con el paso de los años miras atrás y te das cuenta de que no todo fue tan malo como has llegado a creerte. Porque, si no hubiera ocurrido aquello en primer lugar, ¿habrías conocido a gente maravillosa que te quiere muchísimo a pesar de tus defectos, de tus neuras, de tus silencios, de tus mil excusas para no seguir avanzando, gente que cree en ti, que te apoya, que te sigue esperando porque están convencidos de que por fin llegará el día en el que lograrás cerrar ese ciclo y volverás a avanzar en pos de un sueño, que volverás a creer y a desear, y a escribir? Gente que te ha enseñado tantas cosas importantes, que te ha animado a mostrarle al mundo lo que eres capaz de hacer cuando no dudas de ti misma, que te ha ayudado a salir de tu cueva y te ha acompañado a eventos en los que has aprendido y has brillado y has sido feliz. Gente que te ha ayudado a descubrirte a ti misma y a encontrarte, y a quererte, y a volver a creer en ti. Posiblemente, pero no serían las mismas personas que están a mi lado hoy, y por haberlas conocido mereció la pena tomar aquella decisión. Así que ya no necesitas seguir dándole vueltas a los mil "y si", ya no necesitas seguir lamentándote, ni recordando aquel día. Es hora de cerrar ese ciclo y seguir avanzando. Me arrepiento de haber tardado tantos años en comprender y aceptar, en superarlo y en dejarlo atrás, pero no quiero que dentro de diez años, al mirar atrás, me quede ese regusto amargo por no haber vuelto a tomar una decisión que fuera a cambiarme la vida. Porque la vida es cambio. Panta rei. Cuando por fin lo entendí y lo acepté, me lo tatué en la piel para no olvidarlo. Hoy no sólo estoy preparada para el cambio, sino que estoy haciendo que suceda. Sin más miedos, sin más excusas. Los acontecimientos ajenos a mí ya no serán los culpables de mis decisiones.
    Hace 23 años cayeron dos torres, yo no provoqué su caída, ni fui culpable de lo que ocurrió después. Ni de mi propia caída. Pero sí fui culpable de no haberme levantado en su momento. Hoy dejo caer algo más que una torre, dejo caer un enorme muro, y los barrotes que no me dejaban seguir adelante. Una nueva torre se alza, soy yo, todavía en proceso de reconstrucción, pero decidida a poner un ladrillo al día. Hasta ser tan alta y tan fuerte que nada pueda volver a derrumbarme.




Cinco años de diferencia entre ambos estados. En el primero todavía me hallaba en ese lugar en el cual me estaba consumiendo. Luego vino un año de baja, y los dos años y pico en el nuevo trabajo, durante los que hubo más silencio que intentos a pesar de la publicación de Zeta porque (creía) había recuperado la ilusión y pronto encontraría el equilibrio que me faltaba. En el segundo, acababa de firmar el contrato en el trabajo en el que estoy ahora. Se nota el cambio de ánimo, ¿eh?

Quiero que veas esa evolución, porque necesito calentar motores antes de ponerme a teclear “en serio”, y porque puede que tú hayas pasado o estés pasando por una época de dudas, de bajón anímico, de bloqueo literario o emocional, de dudas, de miedo, de escasa fe en ti mismo y en tus capacidades para comunicarte y para crear belleza a pesar o a partir de la Oscuridad, y tal vez mi propio proceso de sanación te inspire, o al menos te ayude a ver que se puede salir de todo lo malo y volver a brillar.